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Cuando los tres estuvieron dentro del auto de Rubén, el mismo condujo por las calles de Andorra alejándose de la morada del Streamer. Cantaron melodías en el auto, una de ellas fue una canción de pitbull que solo logró poner de buenas al más bajito que cantaba muy gustoso cada línea que decía el rapero.

—Te dedico todas las canciones de pitbull Rubius, todas y cada una. — Decía entre carcajadas, cuando llegaron al lugar, Alex se bajó con entusiasmo acercándose a la entrada, donde se podía escuchar las palabras en castellano de la gente que cenaba en ese lugar, cálido, las paredes pintadas en tonos verdes junto a la música en bajo volumen daba un lindo ambiente, hasta hogareño.

— A que es bonito?, yo le conté al niño de este sitio, quiero que prueben algo riquísimo.— Le comentaba a Komanche mientras caminaban dentro del establecimiento, donde les indicaron una parte cómodo en una esquina del restaurante, donde en medio estaba una mesa fija, y en medio la isla con cojines, Rubius y Komanche estaban frente a frente y Quackity en medio de ambos posando sus brazos en la mesa para tomar el menú y leer lo que ofrecían.

Rubén por un momento se distrajo, su vista iba en las palabras del menú que leía, ligeramente bajando a sus manos, que eran más pequeñas y regordetas que las propias, siendo levemente tapadas por las grandes mangas de la sudadera.

— Entonces, Quackity, como estas con lo de Wilbur? — Sus pensamientos fueron interrumpidos por un ruido agudo, seguido de la pregunta, que con notoriedad el azabache suspiraba con cansancio, dejando el menú de lado. — Pues, me manipuló, y me hizo sentir horrible. Me quiso hacer sentir culpable porque me puso los cuernos. — Contaba mientras sus manos jugueteaban con las mangas del suéter, los recuerdos taladraron su mente un segundo, lo cual le estresó y únicamente logró que sus uñas rascaran el dorso de su mano con fuerza, como si de castigarse fuera. — Me dijo que, se quitaría la vida por mi culpa, y él sabía que aquello me aterraba tanto, la idea de perderlo por la muerte. — Sus palabras se hacían más apagadas en cuanto alargaba la historia.— Al final, cuando venía para acá, lo vi en dirección a mi casa, me enojó, pero, lo dejé de pasar. No lo he visto en un mes, y me siento bastante bien. Yo, en realidad, no quería seguir la relación en primer lugar. Él, solía ser medio distante, y yo estaba cansado, pero, eso no quita que él me lastimó. —

Rubén le miraba bastante sorprendido, y enojado, ¿por qué alguien lastimaría a Alex?, cada persona que conocía, y que conocía al menor, hablaban de lo lindo que era con la gente, con sus fans, el ángel y lo buena persona que es. ¿Merecía el castigo que le dieron? Definitivamente no. Su mirar pasaba al de Alex, su mano tocó la de él calmándole, dejando leves caricias en el dorso lastimando. Se acercó más a él y le envolvió en brazos, dejando palmadas y caricias en su espalda. Komanche se unía al apoyo dejando palmadas en su hombro.

El de menor estatura, aunque avergonzado, se dejó abrazar, cerrando sus ojos negros, concentrándose en aquella fragancia, perfume embriagante que le hacía querer quedarse ahí mucho tiempo. No iba a negarlo, desde siempre se sintió atraído a Rubius, siempre, lo había confesado varias veces en pláticas de amigos, a pesar de ser algo reservado, no le daba vergüenza admitir ese sentimiento.

Y en esa ocasión decidió aprovecharse y darse el gusto de estar cerca; acto siguiente metió su nariz por su pecho respirando un poco, lo cual a Rubén sorprendido, pero en ningún momento se incomodó, al contrario, su corazón latía fuertemente podía sentirlo. Sentían paz en uno al otro, fueron pocos minutos, pero fueron los suficientes para entenderse entre ambos, entender que había atracción, entender que querían más abrazos.

Al alejarse, extraño un poco su toque, asintió levemente, dibujándose una sonrisa en sus labios por el apoyo de sus amigos. —Gracias, gracias. — Mostró, antes de cambiar el tema y hablar de lo que pedirían de cenar, evitando la mirada del oso, estaba avergonzado por la cercanía que habían tenido hace un momento. Pidieron aquellos panecitos con queso, Alex emocionado observaba como el mesero llegaba con una botella de vino, junto a los panecitos de ajo, un segundo llegó con el queso, que ahí mismo fundía. El chico hambriento fue el primero en probar el platillo. «Qué delicia» pensaba, aunque, con hambre, todo sabía de maravilla.

Ojos negros. - 𝑸 & 𝑹;;,Donde viven las historias. Descúbrelo ahora