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Sus ojos ardieron un poco, la fina luz solar se colaba por las blanquecinas cortinas. Aquellos orbes se abrieron dejando su mirar a la ventana misma.

Esa maraña de mantas gruñía, aún no quería salir de la cama, sus ojitos entrecerrados recordaban lo de anoche, como Rubén le miraba con un fulgor y delirio que nadie le había dado. El calor pasaba por su cuerpo, sobre todo en su rostro, ¿qué sucedía con ese hombre? Sus pestañas largas ocultaron sus ojos al pensar. El día anterior fue llevado a la habitación, despidiéndose con un abrazo igual de eterno como el que se habían dado en la terraza.

— Chingadamadre... — Susurró avergonzado, su garganta estaba seca, quería tomar un poco de agua, pero para eso debía de ir a la cocina, donde probablemente estaría el oso.  Aquel día era la gran velada, por lo que debía prepararse para aquel día desde temprano. Se enderezó y sus pies tocaron el suelo de madera, atontado y mareado, se levantó, sintiendo un leve vértigo pasar por su cuerpo. Rascó de forma leve su nuca y a pasitos lentos salió de la habitación, encontrándose con varios ruidos y maldiciones a lo lejos, no llevaba su beanie, sus cabellos azabaches estaban esponjosos, tapaban levemente su frente en un fino fleco.

—¿Rubius...?— Preguntó suave, llamando la atención del más alto, quien hacía unas tortijas junto a jugo de naranja. —Ole!, compañero!, buenos días. —Saludaba el más alto dándole la vuelta a la tortija en la sartén, el más pato confundido, miraba el desorden en la cocina, sus ojos se deslizaban por la isla de la cocina, pasando a la estufa, por la ropa de Rubén algo sucia, repleto de especias y pulpa del fruto, y finalizando en el comedor, que era el área más ordenada, con dos platos con sus respectivos cubiertos, vasos, la jarra del fresco jugo de naranja, y terminando con una canastilla con galletas de chispas de chocolate, que obviamente eran compradas.

Una sonrisa suave se esbozó en sus labios al notar la comida servida, las palabras del rubio eran completamente ignoradas por la imagen que apreciaba en ese lugar. Sintió una mano sobre su hombro, dándose media vuelta encontrando al mayor. Había terminado las tortijas por fin. —Sé que soy un desastre, pero, hice el desayuno. — Tenía que alzar ligeramente su vista para mirarlo, se sentía avergonzado, su cabello estaba despeinado, y Rubius podía verlo así de "desalineado", cosa que solo pasó una vez la noche anterior. — No traes ese gorrito. —

Al parecer Rubén también le dio notoriedad aquello, el más bajito únicamente le abrazó, pegó su oreja en su pecho y pudo sentir, escuchar los latidos acelerándose poco a poco. No dijo nada, no tenía que decir nada, estaba tan contento que el abrazo era la forma perfecta de demostrarlo, la única que por ese momento tenía permitida hacer.

—Gracias. — Dijo por fin con su voz ronca y adormilada, recién se había levantado, se separó y se encaminó a la mesa donde observó todo, perfectamente acomodado. Rubén ponía una tortija en cada plato, invitó a Quackity a sentarse mientras decía en un tono tímido "No es nada Quackity, solo, quería ser un poco... Ya sabes, romántico." Aquello endulzó más su corazón y con una pequeña sonrisa tomaba una foto de la arreglada mesa antes de probar un trocito de la tortija, alegre, elogió el sabor, llevando a sus labios otro pedazo más.

El desayuno fue ameno, platicaban del día que iban a pasar juntos, que usarían de ropa, además de quien iría al evento.  Alegre terminaba su desayuno, se levantaba e iba al fregador a limpiar sus platos, las vajillas de ambos, al igual todo lo que se ensució. — RUBIUS, DÉJAME LIMPIAR CARAJO!— Rubén trataba de sacarle los platos de encima, el azabache era su invitado, no debería limpiar nada. Al final Quackity terminó ganando, ayudando el más grande a limpiar otra parte de la cocina. En un momento, el rubio se acercó y le dejó un vaso en el fregador, el contrario distraído notó su presencia cuando ya tuvo su respiración en el hombro.

Ojos negros. - 𝑸 & 𝑹;;,Donde viven las historias. Descúbrelo ahora