Unas cuantas horas después y sintiéndome como Cenicienta, o una esclava si hablamos coloquialmente, a merced de mis recuerdos. Todo estaba más o menos como lo recordaba, aunque claro... había hecho un par de cambios como el lugar de mi libros y repisas sin importancia. Estaba a gusto. Jessica se sentía a gusto.
Me dirigí a mi armario lo más serena que pude ya que el cosquilleo en mi pecho no me dejaba en paz y de tan solo ver la dichosa foto junto a Samuel un durante par de segundos era suficiente como para hacer temblar a mi corazón. Abrí las puertas y tomé el vestido que se encontraba más al fondo, oculto entre otras prendas que no dejaban de pedirme que las use otra vez. Pero mi elección era la mejor: negro en su totalidad, con mangas cortas y ceda adornando en el final; a la altura del cuello había un lindo lazo y también uno en el cinturón de tela fina que rodeaba mi cintura; en la parte final habían pequeños relieves pero que quitaban el aire de ser completamente uniforme.
«Me imagino lo que mi tía Alicia diría de esto...», reflexioné ante la graciosa escena pero inmediatamente fui abofeteada por mi subconsciente y me recordé que... Ella estaba muerta hace mucho... Pero, ¿cómo era posible pasar tiempo de calidad con alguien que no existe más? O peor aun, ¿de dónde mi padre había sacado el dinero suficiente para un carro como ese en sus respectivos años?
«Por favor que no sea narco», pensé y supe que tenía que encarar a mi padre en cualquier momento. Mas eso no era lo más importante, lo que de verdad carcomía mi pobre cerebro con intensidad era ¿¡como iba a encontrar la casa de Samuel!?
-Soy una estúpida...- me dije golpeando mi frente una y otra vez tratando de pensar en un plan alterno. ¿Quién? ¿Quién? ¿Quién?... Ni siquiera podia recordar el patrón de mi celular como para desbloquearlo y así preguntar alguna de mis amigas. Si es que las tenia.
Llevé un par de minutos pensando y paseando en mi departamento, hasta que finalmente supe a quien debía acudir... En realidad... Era la única persona a la que podía acudir. «Padre, él único que puede saber algo... Debo concentrarme en lo que quiero y no dejarme guiar por el hecho en que me ha estado mintiendo respecto a mi tía Alicia y sus nuevos lujos».
Bajé corriendo como alma que lleva el diablo y con unas cuentas monedas que encontré bajo mi cama, llamé desde un teléfono público. El timbrar parecía eterno, «contesta, contesta, ¡contesta! ¡No tiene nada más que hacer! ¡¿Por qué no responde el maldito teléfono?!». Cuando comenzaba a desesperarme un "¿Alo?" un poco dudoso, sentí como los cielos se habrían ante mí.
-¡Papá, soy Jessy! Es un teléfono público, ehh... ¿no sabes por casualidad la dirección de Samuel?- pregunté enrollando mi dedo en el cable telefónico.
-Perdón que conteste tu pregunta con otra pregunta, pero... ¿Para qué lo quieres?- me cuestionó con tono desaprobatorio.
-Acabo de volver después de cuatro años y lo mínimo que puedo hacer es darle las gracias a alguien que "puso flores en mi tumba"- respondí algo exasperada y comenzaba a ponerme nerviosa.
-No creo que sea lo adecuado, aún no estás preparada...- antes de que pudiera completar la frase, lo interrumpí exclamando furiosa.
-¡¿Para que?! ¡¿Para vivir?! ¡¿Para reclamar algo que supuestamente me pertenece?! ¡No soy más una niña inocente y tímida! ¡Puedo con algo como esto!-
-Jessy... Yo solo...- dijo con un hilo de voz y tras un largo suspiro, supe que había ganado.- Agarra papel y lápiz, no te vayas a perder, Jessy...-
-No me llames así nunca más, mi nombre es Jessica y no quiero ningún diminutivo-
«Que cruel... Que horrible... ¿Qué me pasa? Alguien libéreme de estas cadenas»
Unos minutos después