-Por tu nombre se nota de que no eres de por aquí pero te diré algo, de alguna manera me suenas conocido...- dije con una risita algo nerviosa, me miró como bicho raro y una mueca levantando ambas cejas.- ¡Tómalo como un cumplido!- exclamé agitando las manos tratando de arreglar la estupidez que acababa de decir.
-Claro... eh...- con pesadez en la voz, se sentó a mi lado.- Quiero decirte algo...- apoyó ambas manos sobre sus rodillas.- Yo te conozco, desde hace muchos años... antes de que cayeras en ese fatídico coma yo solía seguirte a todas partes... ya sabes.... para cuidarte de ese al que tanto querías- suspiró agachando la cabeza, ¿pero de qué demonios hablaba ese loco? ¿Dónde estaba la disque seguridad?
-¡¿Acaso eres un maldito acosador?!- me recliné sobre la silla buscando alejarme de él, quise correr, quise irme. Ya que esos ojos tan dulces me parecieron aterradores, vacíos y llenos de secretos, aunque no habitaba maldad... solo recuerdos.
-¡No, no, no! Creo que no estás preparada para lo que te voy a decir así que me iré y fingiremos que esto nunca pasó... te buscaré en otra oportunidad a menos que me recuerdes por tu cuenta- se levantó evitando el alboroto y griterío que estaba a punto de armar, retrocediendo paso a paso trató de sonreír para salir a paso rápido de la sala de espera al exterior. En lo que salía, saludó con la mirada a un hombre de apariencia desgastada, como si el tiempo lo hubiese golpeado con todas sus fuerzas, usaba una camisa a cuadros y pantalones largos color beige sujetados por un cinturón junto con una zapatillas sin marca. Una clara práctica de agarrar los primero que hay sobre el suelo. Dentro de lo que yo sabía, ese no era un centro de rehabilitación o guarida para hipsters ya muy adultos.
-¡Mi princesa! ¡Hijita!- gritó en mi dirección con los brazos abiertos y se acercó casi corriendo, volteé hacia atrás para asegurarme de que era a mí... Fantástico, mi padre era exactamente como me lo había imaginado...
-¿Papá?- susurré titubeando, creí que al verlo afloraría al menos algún recuerdo... El más mínimo... Una caricia, una canción infantil, una sonrisa paternal o un pasado. Pero nada.
-De seguro no me reconoces, el doctor me dijo que tu amnesia era un poco severa pero... hija mía, cuanto tiempo...- me abrazó levantándome de donde estaba sentada. Olía a alcohol, cigarrillos baratos y muchas penas.
-Lamento no saber nada de ti...- dije un poco incrédula, ¿realmente debía confiar en él? ¿Si se trataba de una conspiración o contrabandistas de órganos? Cualquier cosa era posible.
-Jessy...- me vi reflejada en sus ojos verdes. Esos mismo ojos que vi la primera vez en aquel aprieto que me metí con... ¿mi madre? Eran el mismo verdor que reflejaban nerviosismo al pelear conmigo. Los mismo... que ansiaba ver. Una avalancha de palabras vinieron a mi boca que no pude evitar.
-Te recuerdo, tu nombre es Javier... amante del vino dulce y obsesionado con el Solitario de computadora, solía decirte superdad cuando era pequeña y tus ojos siempre me han encantado- sentí una pena profunda combinada con nostalgia y ganas de llorar pero unas lágrimas de niña infantil no me arruinarían el momento. Quizás no era el mejor hombre pero era el único momentáneamente en mi vida.
-Sí, Jessy, así es- me sonrío como si esperase que eso pasara, no parecía sorprendido. Aun así me sentía reconfortada.
-Papá... ¿quién era ese chico al que saludaste? No es que yo lo conozca, o sea, tú sabes que no recuerdo mucho pero, ¿tú sí? Aunque pensándolo bien me da igual, solo es alguien de por ahí... jajaja- no pude evitar reír al enredarme de tal manera con las palabras, como si mi "capacidad" de mentir o fingir se hubiese esfumado al igual que todo lo demás.
-Te lo diré luego, cuando estés un poco más estable. Por el momento solo quiero cuidarte y no aventarte todo como un balde de agua fría. Tú sabes... siempre has sido muy sensible-