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|04|Verdades

Aquellas sonrisas coquetas iluminadas por las llamas velas de su alrededor mientras que afuera de aquella abandonada torre en medio de la nada –donde nadie pudiera interrumpirlos ni encontrarlo– la fuerte tormenta de otoño inundaban las grandes colinas verdes a las afueras de la ciudad. Alberto sonreía con picardía antes de tomar una de las fresas que trajo su amante junto con el jarabe de chocolate. En una vieja notebook aún seguía reproduciendo La tumba de las luciérnagas; la cual dejaron de verla cuando los besos comenzaron a intensificarse.

Recostado sobre aquel colchón inflable Luca observaba como el mayor llenaba de chocolate aquella fruto rojo, llegando al acceso donde que jarabe caía sobre su pecho blanco. Ambos solo tenían puesto un par de bóxer oscuros, de cual resaltaba la erección de ambos como también manchados ante el presumen. Alberto comió la fresa y mostro su mano cubierta de jarabe al menor; quien soltó una pequeña risa antes de tomar su mano y empezar a lamer lentamente sus dedos, manteniendo siempre la mirada sobre su amante. Scorfano disfrutaba el espectáculo, era una de las cosas que más le gustaba hacer con Luca. No era fanático del dulce –a comparación de Paguro–, pero disfrutaba aquellos besos sabor a fresas y chocolate con crema batida. Lamer, morder y chupar el cuerpo ajeno era algo que ambos disfrutaban, aunque lo único que se quejaba Luca era lo pegajoso que quedaban los dos al final.

Al terminar de lamer los dedos ajenos Alberto sonrió con orgullo mostrando sus dientes, lo tomó con fuerza de su mentón para después acercarse a él y besarlo de forma brusca, buscando con desespero la lengua ajena y logrando saborear el dulzor del jarabe y la fresa. Al instante fue correspondido con la misma necesidad, Luca enrolló sus brazos en su cuello, atrayéndolo hacia él al mismo tiempo que mordía suavemente su labio inferior y provocando que la cercanía de ambos provocara aquellos roces, simulando embestidas. El jarabe que cayó en el pecho del menor hacia más pegajosa la situación, toda la torre olía a sexo y dulce. Las grandes manos de Alberto viajaron hasta sus mulos y trasero apretándolos y manoseándolos a su antojo. Deseando cada parte de su piel blanca y delicada.

Gemidos y jadeos suaves salían en medio del beso. Hasta que tuvieron que separarse cuando el menor lo detuvo, provocando que el mayor riera sabiendo a donde se dirigía la situación.

–¿Quieres comer, diavoletto? –susurró con una voz ronca y profunda, lleno de deseo por el menor.

Luca sonrió de manera burlona.

–Solo quiero recompensar al campeón –dijo suavemente sin despegar su mirada de las esmeraldas que tenía su amante como ojos.

Con la punta de sus dedos acaricio su miembro sobre la tela estorbosa que los separaba. Alberto suspiro pesado sintiendo como una corriente eléctrica recorría su espalda, provocando un escalofrió en su cuerpo.

–Eres un maldito.

–¿Enserio lo crees? –dijo en un tono inocente mientras sin descaro alguno metía su mano dentro del bóxer ajeno para sujetar su miembro.

Comenzó a masturbarlo lentamente subiendo y bajando en un ritmo lento y pausado, sin dejar de verlo al rostro con una sonrisa tranquila. Suaves jadeos salieron de los labios del mayor; quien apenas podía mantenerse firme ante la situación. Aferrando sus manos en las sabanas grises y acorralando al menor; quien disfrutaba de sus reacciones.

En un rápido movimiento Luca saco su mano de ahí y recostó a su amigo sobre el colchón inflable quedando boca arriba contra las almohadas. Ambos se miraron, notando lo rojo de sus rostros que acompañaba aquella sonrisa junto con sus cabellos revueltos y sus cuerpos bañados entre el sudor, el agua de la lluvia, el dulce junto la saliva. Las mordidas y chupetones de ambos cuerpos era un tesoro al igual que sus cabellos revueltos y desastrosos. En ese momento les importaba un carajo si mañana tenían clases.

Aquel chico de las hortensias || Luberto ||PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora