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El aire que se respira en la ciudad sin duda tiene un olor más amargo que el de campo, pero estar rodeado de armonía en un parque le brinda notas más frescas con un dulzor al final. Al abrir los ojos se da cuenta que la última cualidad mencionada puede ser propia de los regalos que tiene frente a él, su precioso ángel corriendo con su hermosa niña siendo perseguidos por tres pequeñas bestias de pelajes variados. La pequeña Abi apenas logra avanzar por la risa que la desinfla sumada a las patitas que se cruzan en su camino, Will más acostumbrado al juego avanza y esquiva a los miembros restantes de la familia perdiendo un poco el equilibrio cuando su mirada se desvía a su marido que luce tan impresionante como siempre aún en un conjunto deportivo tumbado en la hierba.

Guardando todos los detalles de la escena el Dr. Lecter se permite admirar sus alrededores viendo como las nubes pasan lentamente y el sol va tomando la posición adecuada que seguramente dará una exposición de colores más tarde, calcula que no faltará mucho para que su pequeña se canse y emprendan su viaje de regreso a casa. Repasa su lista mental asegurándose de que no necesiten nada para iniciar sus actividades mientras sus pertenencias viajan con la paquetería internacional.

Su visión periférica capta movimientos conocidos, al volver su atención se encuentra con sus personas favoritas y sus compañeros peludos, todos agitados y transpirando dejando que su olor natural destaque entre el resto.

—Papá Will dice que necesito una ducha pero yo creo que antes necesito una pizza. — Es lo primero que suelta su bebé una vez que está lo suficientemente cerca para que sus grandes ojos azules sean apreciados en primer plano, Hannibal hace una ligera mueca a la mención de la comida rápida.

Cruza un par de miradas con su ángel casi escuchando su voz.

— Bueno creo que papá Will tiene razón pero tú no estás equivocada, podemos atender tu solicitud — contesta mientras se levanta para tomar una correa. — Podemos conseguir la pizza camino a casa, cuando lleguemos mientras tú tomas esa ducha papá y yo podemos poner la mesa. — Se acercó a cada uno para darles un beso en la sien.

Pasearon por las calles deteniéndose de vez en cuando a ver un aparador que había capturado la atención de la pequeña Abi que iba parloteando sobre las diferencias entre su natal Francia y Chicago corroborando algunos datos con sus padres. Un letrero en especial capturo su atención y corrió hacia él provocando que los caninos se jalaran tratando de igualar su paso.

Los hombres dieron un vistazo al local creyendo que era la pizzería pero se dieron cuenta que en realidad se trataba de una librería.

—¡Papá Hanni! ¡papá Will! ¿podemos entrar? por favor, por favor — dijo saltando impaciente. — Aquí no tengo libros y faltan años para que lleguen los que dejé nuevos en Francia, prometo leerlos todos, ya soy buena haciéndolo sola ¿sí? ¿por favor?

Juntó sus manos en forma de suplica inclinando su cabeza y abriendo tanto como pudo sus grandes orbes azules sabiendo que era difícil no ceder ante la imagen.

Ambos sabían que no tenían argumentos para negarse, pues desde que era pequeña Hannibal insistió en reforzar su educación acelerando su aprendizaje cosa que la llevó a tener un interés más amplio en la música, la lectura, la escritura y el arte, consecuencia que le permitió adelantar dos años en su ingreso a la escuela primaria.

Will rodó los ojos por la pequeña exageración del tiempo y soltó un suspiro en señal de derrota sin poder resistirse mucho a la ternura que tenía enfrente, Hannibal mantenía una postura seria pero por dentro estaba encantado con los métodos de la chiquilla claramente parecidos a los de su padre.

— Podemos entrar pero si no hay nada que realmente te interese no vamos a comprar cosas innecesarias como planers o tarjetas de regalo. — Miró al mayor captando el inicio de una sonrisa. — ¿Está bien?

Save my childhoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora