Capitulo: XI.

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#POR GABRIEL#

Hoy me siento algo desconcertado, vengo hace varios días con estos sentimientos en mí corazón, en principio empecé a sentir como sí estuviera algo cansado, esos agotamientos repentinos se fueron convirtiendo en pocas ganas de realizar mis actividades diarias.

La soledad puede ser un arma de doble filo, quizá lo que estoy sintiendo por Dylan no sea amor, aún no lo sé, pero estoy seguro que extraño esos viejos momentos a su lado. A veces no sé que es lo que ocurre conmigo, hay días enteros que puedo estar de mal humor hasta que de pronto se desvanece, pienso en recurrir a terapia.

 He comenzado a agendar citas, pero aún no encuentro al profesional indicado con el cual pueda sentirme cómodo al hablar de mis problemas. En mis años de juventud me costó expresarme con mis padres, quizá por el miedo al rechazo, mi sexualidad había permanecido oculta hasta mis diecinueve años, momento en que me separe del chico al cual hoy vuelvo a ver con los ojos que lo vi cuando éramos chicos. 

Durante la mañana mientras iba de camino a la universidad, vi un letrero, que decía, "Sana hoy mismo", "Dra. Marcela Álvarez". —Que más da—Pensé, y me dirigí hacia el sitio tomando un desvió de mí camino, entré al lugar, el consultorio olía a jazmines, había también unos cuantos aromatizantes eléctricos, y un cuadro muy ideológico, "Libertad, para vivir". 

Pero lejos de lo que pensé, la Dra. Marcela Álvarez era muy abierta de mente, claro está que sí era psicóloga debía serlo, pero no me había sentido tan cómodo como hasta el momento. Su asistente, me agendó una cita para la siguiente semana, ya que ese día se encontraba muy ocupada, me fui del sitio algo triste, pero contento porque por fin podría hablar con alguien de mis problemas.

Los días transcurrieron, a Dylan me lo encontraba seguido en los pasillos, comenzamos a hablar seguido, tan seguido, que hasta por teléfono nos quedábamos hasta muy tarde desvelándonos. Él tenía una sonrisa sumamente seductora, su cabello, su cuerpo completo era de otra dimensión, yo no podía odiarlo, porque el día que lo nuestro se terminó, fui yo quién no pudo continuar. Pienso si esos problemas sean los mismos que hoy vuelven a aparecer como un fantasma que intenta aterrarme en todo momento.

Recuerdo las noches en las que lloraba en su pecho porque mis padres me odiarían por mi condición sexual, él solo se limitaba a acariciar mis mejillas, tomaba mis manos frías convirtiéndolas en calor, todavía atesoro en mí corazón los buenos momentos, cada uno de ellos comienzan a pasar por mí mente, sacándome un suspiro o unos cuantos, y en varias ocasiones sonrisas de esas que te recuerdan que en donde estuviste fue un buen lugar.

Llegó el día de la cita con la doctora, me sentía con un poco de nerviosismo, de camino al lugar, comencé a comerme las uñas,  llegué demasiado temprano, aún mí psicóloga no llegaba, pero la recepcionista me hizo pasar, esperé un buen rato, mientras bebía un café de la maquina expendedora que había en el lugar. 

—Mí nombre es Marcela Álvarez.—estrechó su mano la profesional y asentí a ello.

—Gabriel Stone.—dije esperando su expresión de sorpresa.—esperé, pero al no verla elevé una ceja de manera inconsciente.

—¿Pasa algo señor Stone?—preguntó haciéndose la desentendida.

—Pues no dijo nada por mí apellido.—comenté.

—Pues está muy sobrevalorado señor Stone, y aquí es mí paciente, no el hijo de nadie importante.—argumenta y asiento con la cabeza.

—Bueno, cuénteme, que lo trae por mi consultorio...—articula mientras abre su anotador.

—Me siento sin rumbo doctora.—inquirí.

—Comprendo, ¿Y desde cuando crees que sientes eso?—pregunta con una mirada fija en mí.

—Pues desde mucho, pero antes era diferente.—comenté pensando en Dylan.

—¿Y que había de especial antes que ahora no?—empezó a anotar en su libreta mientras comencé a relatar.

Dylan era fundamental en mí pasado, luego de soltarlo me di cuenta que no era tan dependiente de él, pero lo necesitaba, en esas noches oscuras que lloraba ya no estaba su regazo para reposarme sobre el mismo, ahora solo me quedaba una cobija fría y una almohada.

Pensaba en él, solamente en los momentos tristes, ver pasar por mi mente los buenos momentos aliviaron mi tristeza y malestar, tal como lo hago ahora, volvernos a hablar, luego de un tiempo, desde un año prácticamente, es extraño, pero se siente como si nos conectáramos y vuelvo a soñar estando a su lado. Pero el punto es que no sé como hacerlo, la última vez lo corté porque ya no podía convivir con su exceso de atención y preocupación por si algo malo me fuera a pasar y decidí dejarlo fuera de mis problemas.

—Entonces me estas diciendo que en realidad dependías de este chico, por problemas de pensamientos suicidas, al menos eso me diste entender, con el "Por si algo me fuera a pasar".

—Pues sí los tuve, pero ahora no, ahora solo me siento mal, cansado, triste, enojado.—expresé.

—Posiblemente sean principios de depresión, pero no es seguro, te agendaré una próxima cita para el jueves  de la semana que viene y así ver como sigues, en caso que te sientas igual o peor veremos como continuar de ahí en más.

—Gracias doc, sinceramente es con la única que me he sentido a gusto haciendo esto.—sonreí.

—No tienes por qué agradecer, además es mí trabajo, solo te pido que aunque no quieras, vengas a las sesiones, son importantes para el progreso y para que venzas tus miedos.

—De acuerdo.—formulé apretando los labios y salí de allí con el primer recibo de la cita, siempre se los dan a los pacientes para que sirva de justificante cuando faltan a sus actividades habituales.

La brisa me daba en el rostro en plena vía pública, ver a la gente pasar despertaba mis sentidos, en Argentina si te descuidas pueden llegar a robarte sin que te des cuenta, sobre todo, cuando pasan muchas personas aglomeradas por las angostas veredas de las avenidas colapsadas por el transito en plena hora pico. 

Aquella tarde tendría que haber ido a clases, pero mis ánimos me lo impidieron, no me sentía bien para seguir haciendo contacto físico entre las personas, llegue a casa, tiré las cosas sobre el sofá de la sala agotado y simplemente pude dormir, dormir, dormí tanto que no supe si habían pasado tres días, el timbré sonó, una, dos, tres veces, me obligó a levantarme, del otro lado, Cesare Valeska, no tenía ganas de tratar con él, discutimos y como sino sintiera nada volví a dormir, esto ya era grave, necesitaba alguien que escuchara mis mensajes ocultos en varios días sin ir clases y Cesare no era el indicado para darse cuenta de eso.

—Mera—pensé en voz alta, no sabía si la pronuncié o la veía frente mio.

—Mera—pensé en voz alta, no sabía si la pronuncié o la veía frente mio

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CONTINUARÁ...

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