CAPÍTULO XXVIII - SOLO ES POR SUPERVIVENCIA.

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MARATÓN 2/3


EMILIA

Las luces del auto se apagan inmediatamente que nos atascamos en una zanja a la orilla de la carretera, uno de los faros está estropeado, el otro a penas sirve.

— Estás loca — vociferar Max al salir del auto,  yo también lo hago.

— Ibas a matarla — me defiendo.

— Y casi nos matamos nosotros — rebate.

— Cualquier vida  es importante — musito. Tiene razón, pudo haber pasado a mayores y estar gravemente lastimados. — aunque sea la de un animalito — añado.

Resopla, deja caer los hombros y no dice nada, mejor se  pone a revisar los daños del auto.

Yo hago lo propio, la llanta delantera está levemente atascada, no es tan grave como se ve. Al rodear el auto me doy cuenta que el otro neumático está ponchado y el neumático trasero del mismo lado también lo está, una piedra filosa enterrada en el camino los destrozó a ambos al pasar encima de ella.

Vamos a necesitar una grúa o una refacción más.

— Voy a llamar a Matías — informo —tal vez aún está cerca y pueda venir a ayudarnos.

— No va a poder— se apresura a responder.

— ¿Por qué? — inquiero.

— Sus neumáticos son de seis birlos y el de mi auto son de cuatro — explica — no servirán de nada.

— Entonces le diré que nos consiga una refacción.

Saco mi teléfono mientras él empieza a desatascar el auto.

Se las ingenia muy bien y después de varios intentos y de  usar varias piedras, por fin logra sacarlo del pequeño bache, pero la batería se acaba inmediatamente, o algo así.

Pero aún queda cambiar los neumáticos y mi teléfono no tiene señal.

— Yo no tengo señal y tu— indago.

Saca su teléfono y comprueba lo mismo que yo.

— Tampoco tengo — confirma.

Intento no mirarlo demasiado, pero está tan sexy en esta faceta suya de mecánico.

Está completamente despeinado, sus hebras casi rubias se le vienen a la frente adornando su rostro levemente sonrojado por el frío y el esfuerzo, tiene las mangas de la camisa enrolladas hasta los codos y se ha quitado el saco aventándolo en su asiento dentro del auto.

Por mi parte yo sigo envuelta en mi abrigo. ¿A caso él no tiene frío?

Cuando se dispone a cambiar el neumático me adelanto trayéndole las herramientas necesarias, gato hidráulico, llave de cruz, etc, no quiero que diga que soy una perezosa que no ayuda en nada.

— ¿Cómo sabías que esas herramientas son las que se necesitan?— pregunta ceñudo, cuando se las entrego. No puedo evitar poner los ojos en blanco, típico hombre.

— Porque sé cómo se cambia un neumático, además de que lo he hecho muchas veces. — explico— me gusta ser autosuficiente y no depender de nadie, menos de un hombre.

Se queda callado, coloco el gato hidráulico en posición y juntos cambiamos el neumático, colocando estratégicamente una linterna para alumbrarnos, en medio de la espesa noche sin luna ni estrellas.

Cuando terminamos aún queda uno más por cambiar, el neumático trasero, pero ya no hay llanta de repuesto.

Camino alejándome del auto  con una linterna en la mano, para buscar un poco de señal.

— Vuelve — grita — a dónde diablos vas Castelar.

— Busco un poco de señal— grito de vuelta — ya tengo una barra pero no es suficiente.

Antes de que me conteste un trueno se hace escuchar en la lejanía seguido del resplandor del relámpago que lo acompaña.

— Vuelve no tarda en que empiece a llover— está vez no tiene que gritar  está a pocos metros de mí, pues me siguió en cuanto me alejé.

— Ya casi — explico.

Otro  trueno se escucha y una enorme y helada gota cae en mi frente haciéndome respingar por la temperatura del agua.

Sin otro aviso más que esa única gota y los truenos que fueron los tambores que auguraron la tormenta, empieza el diluvio.

Grito al sentir el agua helada en mi rostro me da la mano para sostenerme y ambos empezamos a correr hacia el auto y en este momento es cuando me doy cuenta de que estoy jodida en más de un sentido.

No me percaté de cuánto me alejé del vehículo, pues siento que corro y corro y no puedo llegar, además el agua está empapando mi ropa y empieza a hacer contacto con mi cálida piel. Eso no puedo permitírmelo va a ser desastroso.

Tanto Max como yo estamos chorreando agua con la diferencia de que yo estoy temblando de frío y mis dientes castañean, Max simplemente tiene la piel de gallina y su ropa se le adhiere al cuerpo como una segunda piel, regalándome la imagen más erótica que he visto en días, desde que lo vi desnudo por primera vez.

Ambos subimos al auto para refugiarnos del diluvio. Ahora debo de solucionar mi problema, no puedo quedarme con esta ropa, me puede traer problemas respiratorios severos. No puedo permitirme enfermarme ahorita.

Trato de controlar mi respiración y no entrar en pánico. Max mira mi estado.

— ¿Qué te pasa? — inquiere preocupado.

— No puedo quedarme con esta ropa — explico. — me va a hacer daño.

— Quítatela — propone alzando los hombros como sí nada.

Lo miro mal, que conveniente para él, pero en su rostro solo veo seriedad. Lo está diciendo en serio y tiene razón, no tengo otro remedio.

— Me vas a ver — parezco niña chiquita con mi escusa.

— No tienes nada que no haya visto, olido, tocado y probado antes. — susurra con voz ronca.

— Pero no quiero que me veas.

— No lo haré, quédate allá atrás — ofrece— toma mi saco póntelo y trata de entrar en calor.

Tomo su saco y me paso al asiento de atrás, el susurro de mi ropa húmeda es el único indicio de que me estoy desvistiendo.

Él permanece estoico en su lugar con la vista al frente, espero que mire por el retrovisor pero no lo hace, respeta mi petición.

Cuando termino de desnudarme mi ropa yace en un montón en un rincón del auto. Me hago un ovillo en el asiento cubriéndome lo más que puedo con su saco y respirando su aroma.

Trato de darme calor yo misma pero no puedo, sigo temblando de frío.

— Achú — estornudo de pronto, ya es mala señal. Max suelta una risita — ¿Qué es tan gracioso? — pregunto trémula por el castañear de mis dientes.

— Incluso estornudas como un gatito — ya sabía que mi forma de estornudar era graciosa, pero nunca la comparé con la de un gatito.
No contesto nada y sigo frotándome los brazos para entrar en calor situándome echa bolita en el asiento justo detrás de Max.

No paro de temblar y la espalda me empieza a doler, mejor dicho los pulmones, si se me empieza a dificultar el respirar, estoy perdida.

Las horas pasan y mi temperatura corporal está bajando cada vez más, no hay opción de encender la calefacción del auto pues la batería está muerta.

— Emilia — me llama Max — ¿Estás bien?

— S- si — apenas puedo responder — s-solo te-te- tengo mu- mucho frío.

Se asoma entre lo dos asientos para mirarme, yo estoy cubierta lo más que puedo con su saco para entrar en calor.

Me toca un pie para comprobar mi calor corporal.

— Estás helada.

— Max abrázame — solicito. El también tiembla un poco pues sigue con la ropa mojada puesta.

— No servirá de nada, estoy muy mojado, solo lo empeoraré.

— Desnúdate— sugiero. Él me mira a los ojos.

— ¿Estás segura? — pregunta con cautela.

— Solo hazlo, me estoy muriendo de frío — espeto.

PUDE HABER SIDO YO [+18] COMPLETA ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora