Los guardias me escoltaban con cautela por las amplias escaleras del palacio mientras el príncipe y el Emperador quedaban atrás, sumidos en una conversación que no alcanzaba a escuchar. Yo no quería salir del cuarto, no aún, príncipe... bobo.
Ninguno de los guardias se atrevía a tocarme; en sus rostros había temor, pero también cierta curiosidad. Sus manos permanecían sobre las empuñaduras de sus espadas, listas para actuar si fuera necesario. Caminaba junto a ellos, sintiendo el peso invisible de su vigilancia constante. Mi mente estaba dividida entre el miedo y la confusión, tratando de entender qué planeaban hacer conmigo.
Después de un rato, una mano firme se posó en mi hombro. Era Arnold. Ahora que el Emperador no estaba presente, su expresión había cambiado de cautela a determinación, como si su posición de Líder había sido repuesta.
—Tranquila, Blode. Me aseguraré de que nadie te haga daño —murmuró con firmeza.
Asentí con gratitud, intentando calmar el temblor de mis manos.
Mis ojos recorrían el esplendor del palacio, sus paredes estaban adornadas con tapices elaborados y candelabros de cristal que reflejaban la luz nocturna en un millón de fragmentos brillantes. Los pasillos y pisos del palacio relucían, cada rincón estaba decorado para impresionar.
Un palacio con doce pisos y demasiados cuartos, recordaba algunos de los caminos que Lia y yo solíamos recorrer juntas. Los recuerdos se arremolinaban en mi mente, en imágenes de risas compartidas. De repente, estábamos frente a la antigua habitación de la Emperatriz en el Palacio Imperial. La puerta, imponente y tallada con intrincados diseños, se alzaba ante nosotros como una barrera que separaba el pasado del presente.
Un guardia abrió la puerta y anunció que permanecería aquí durante esta noche, bajo el cuidado de la doncella Adara. Arnold asintió y ordenó a los guardias que retomaran sus posiciones habituales, asegurando que nadie más se acercara a la habitación. Su voz firme y autoritaria resonó en el pasillo, disipando cualquier duda sobre la seriedad de la orden.
Adentrándome en la estancia, noté la penumbra que la envolvía, apenas tenía un par de muebles y una cama cubierta de polvo y las cortinas pesadas daban al lugar un aire de abandono.
Arnold me hizo un gesto para que entrara completamente, interrumpiendo mis pensamientos. Avancé con pasos vacilantes, mis pies se hundían ligeramente en la alfombra desgastada.
—Adara vendrá pronto para ayudarte —dijo con suavidad, rompiendo el silencio que se había instalado—. Confía en Selene, ella sabrá como ayudarte, por lo menos ya no tendrás que estar encerrada en el cuarto verde.
No, ahora ya no estaba en mi lugar seguro.
Permanecí de pie en el centro de la habitación, sintiendo las nuevas cadenas, invisibles pero opresivas, alrededor de mi cuello y manos. Aunque no sentía dolor físico, la sensación de estar atrapada era casi abrumadora. Miré a Arnold, quien me devolvía una mirada comprensiva.
—Gracias —murmuré, reconociendo la rareza de mis palabras hacia él después de tantos años de silencio.
—¡Oh! —respondió con una sonrisa leve pero alentadora, mientras sus ojos adquirían un tono rojizo—. En los ocho años que te he custodiado, nunca me habías dirigido una palabra, Blode. Eres solo una niña, después de todo, no debes pasar por todo esto tu sola...
En ese momento, escuché pasos suaves acercándose por el pasillo. Adara apareció en la puerta, su mirada era impetuosa y seria.
—Retírese, necesito lavar esa cosa —dijo con brusquedad, mirando de reojo a Arnold como si esperara que se fuera de inmediato.
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YO SERÉ TU ESPADA
FantasyEn el palacio imperial reside en el cuarto verde, una hermosa criatura creada por el Emperador, una criatura que nunca debió tener vida. Así reza el rumor en Ruenia, pero conozco la verdad de quién soy. Mi memoria se remonta a mi creación y hasta el...