Regresé a mi habitación después de otra frustrante sesión de clases de espada. Aunque mi madre siempre insistía en que las cosas se resolvían hablando y no a golpes, parecía que aprender a blandir una espada era inevitable en el palacio del Oeste.
Habían pasado tres días desde que Blod llegó al palacio. La mayoría del tiempo la pasaba en la habitación de Mirabel y por las mañanas, muy temprano, entrenaba con Arnold. Había querido unirme a ellos alguna vez, pero parecía que cada vez que me despertaba, ella ya estaba de vuelta en la habitación.
Hoy era diferente. Decidí que era el momento de hablar con ella. El atardecer se acercaba y Mirabel estaba ocupada en la cocina organizando la cena y dando órdenes a los sirvientes. Blod estaría sola en la habitación.
Desde mi habitación, observé a los tres guardias, incluyendo a Arnold, que vigilaban afuera. Con sigilo, me deslicé por la chimenea. No la usaba muy a menudo, así que estaba cubierta de hollín por los costados. Me balanceé hasta alcanzar una compuerta a un metro de distancia. Conocía los pasadizos secretos del palacio; los había explorado desde que tenia memoria. Las redes internas conectaban los palacios, siempre habían sido mi escape.
Abrí la compuerta y me adentré en el túnel, girando a la izquierda y luego a la derecha. Di un salto para superar un hueco y caminé tres pasos más hasta encontrar otra compuerta. Esta vez, era la chimenea de la habitación de Mirabel. Con cuidado, me deslicé por ella, pero tropecé. El hollín se elevó como una nube, haciéndome toser mientras me reponía del dolor del impacto.
Finalmente, había llegado.
Me sacudí el hollín de la ropa mientras evaluaba la habitación de Mirabel. Ahora que Blod había llegado, el espacio era totalmente diferente. La habitación, que ya había visto antes, se sentía como si estuviera dividida en dos mitades completamente distintas.
De un lado, la cama estaba impecablemente hecha, las sábanas estiradas con precisión. El pequeño armario relucía de limpio, cada prenda ordenada como si hubiera pasado por inspección. Incluso el par de juguetes —un oso y un títere de princesa con el brazo medio chueco— estaban perfectamente alineados. Deduje que ese lado pertenecía a Blod. Aunque Mirabel era ordenada, no tenía ese nivel.
Blod estaba allí, observando con brazos cruzados por la ventana que daba hacia el jardín de las maravillas, llevaba unos pantalones oscuros y una camisa blanca
Pero ahí, sí, justo ahí, había una ligera pizca de sorpresa en la comisura de sus labios cuando me vio.
Me acerqué con paso decidido, tratando de ignorar el dolor en mis costillas por el tropiezo en la chimenea.
—Blod... hola —la llamé, intentando mantener mi tono ligero y despreocupado como si no hubiera trepado por túneles secretos para llegar hasta ella. —¿Qué tal todo?
Ella me miró, pero no dijo nada. Era como hablar con una estatua que de repente cobraba vida de vez en cuando. Me di cuenta de que esperaba una respuesta, pero ¿qué podía esperar? Ella no era como los demás.
Decidí probar otro enfoque.
—¿Quieres jugar o algo así? —sugerí, tratando de romper el hielo, aunque mis manos sudaban y los nervios me carcomían—. Podríamos salir y explorar un poco. Mostrarte el palacio, aunque no es tan emocionante como uno esperaría.
Sus cejas se arquearon, como si considerara mis palabras. O tal vez solo estaba ajustando su expresión facial por alguna razón que solo ella entendía.
—Creíste que quería salir —murmuró en voz baja. Mi cuerpo se erizó por completo y dejé escapar una sonrisa enorme.
—¡Sí! —suspiré, tratando de controlar mi agitado corazón. Me estaba hablando, por primera vez lo estaba haciendo—. ¿Recuerdas? Te había dicho que te sacaría de aquí y estabas muy emocionada. Saltabas e incluso golpeabas la puerta...
ESTÁS LEYENDO
YO SERÉ TU ESPADA
FantasyEn el palacio imperial reside en el cuarto verde, una hermosa criatura creada por el Emperador, una criatura que nunca debió tener vida. Así reza el rumor en Ruenia, pero conozco la verdad de quién soy. Mi memoria se remonta a mi creación y hasta el...