CAPÍTULO 13: Odio las espadas, pero odio más caer.

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No dormí nada esa noche. Me la pasé dando vueltas en la cama, pensando en Blod. Intentaba dormir, desviando mis pensamientos hacia las cartas de la Emperatriz, pero mi mente siempre volvía a Blod. Ella era tan... diferente. Tenía ese aire misterioso y, además, olía bien. Un aroma que me recordaba a la lluvia en un rosal.

Su entrenamiento, demonios, eso sí que era temprano para mí. Solía dormir, bueno, no tanto, pero me despertaba justo cuando el sol estaba en lo alto. En comparación, ella regresaba a la habitación cuando el sol estaba en lo alto. Mirabel me había prometido despertarme, justo después de regañarme largo y tendido por ensuciarme tanto en la chimenea. "Tenemos que darte un buen baño", decía mientras sacudía la cabeza. También con sus constantes preguntas "Sé que tienes curiosidad pero, ¿por qué justo ahora quieres verla entrenar?"

Y aquí estaba, en el área de entrenamiento del Palacio del Oeste. Mi entrenador también llegaría pronto, Sir Hermes, un caballero imperial tan estricto que hasta las piedras se sentirían intimidadas. A pesar de que odiaba las clases de defensa con toda el alma, él las hacía aún peor. Solo pensar en ellas me hacía querer trepar por las paredes.

El área de entrenamiento era inmensa, justo al lado del Jardín de las Maravillas. A un lado del estaban los establos, un lugar donde siempre podías contar con el aroma fresco del heno y los caballos. A unos trescientos pasos de ahí se encontraba la bodega de armas y armaduras, un sitio que olía a metal caliente y carbón. Las espadas, lanzas y escudos estaban alineados, esperando a ser usados. El sonido de los martillos golpeando el metal siempre resonaba en el aire, acompañado por el crepitar del fuego.

Más allá, a unos tres mil pasos, estaba el área de la Caballería Imperial. Esa zona siempre parecía vacía, ya que esos tipos estaban constantemente en movimiento, viajando de un lado a otro del imperio. A veces me preguntaba si podría unirme a ellos. Pero cada vez que mencionaba la idea, el Emperador decía, "Demasiado cobarde para sobrevivir allá afuera, no".

Justo en medio del campo, vi a Blod. Ah, Blod. Empuñaba una espada de madera, y sus movimientos eran como los de un pequeño ciervo adaptándose al pasto: un poco torpe, pero sorprendentemente rápida. Era fascinante verla en acción, aunque a veces parecía que sus pies y su cerebro no estaban del todo sincronizados.

Arnold, el líder de los guardias del Palacio Imperial y su entrenador, estaba a su lado. Arnold era conocido por ser un tipo parlanchín y alegre, siempre tenía una historia o un chiste listo para cualquier ocasión. Pero cuando se trataba de su trabajo, su actitud se volvía realmente seria. Esta era una de esas ocasiones.

Con la cara permanentemente arrugada como si siempre estuviera juzgando cada movimiento de Blod. Sus ojos seguían cada uno de sus pasos. Sin embargo, Blod no parecía inmutarse. Cada estocada y cada giro intentaban ser lo más precisos posible, como si la espada fuera una extensión natural de su cuerpo. No había muchos que pudieran igualar su destreza, y menos aún a nuestra edad. Podía sentir la determinación en cada uno de sus movimientos.

—¡Vamos, Blode!—rugió Arnold, con su voz retumbante—. ¡Más rápido, más fuerte!

Blod asintió y ajustó su postura, sin perder de vista a Arnold. Yo apenas podía mantenerme con los ojos abiertos a esa hora, y ella ya estaba ahí, dándolo todo.

Y esa... doncella. Estaba allí, observando desde lejos en los establos. Selene, nunca la había visto en el Palacio del Oeste. Ella era la doncella principal de la Emperatriz, pero ahora cuidaría de Blod. Su mirada era de un odio total hacia mí, no me dejaba de ver. Era como una advertencia de un lobo. Nunca había visto uno más que en pinturas, y ella parecía uno acechando su presa. Tragué, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda.

—¡Príncipe!—La voz de Sir Hermes resonó detrás de mí, sacándome de mis pensamientos—. No estás aquí para mirar. Empieza a calentar.

—Sí, sí, ya voy—respondí con un suspiro, estirándome perezosamente. No podía evitarlo, odiaba estas sesiones matutinas.

YO SERÉ TU ESPADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora