Octubre veintidós.

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Te dejé ir, seguro estabas cansada de tenerme y no tenerme, de tantas promesas que balanceaban por una cuerda que por más que tensabas, seguía floja.

Por eso te dejé ir, aceptando un montón de palabras que quedarían atoradas en la garganta y la mitad de mi alma corriendo a por ti, con el sabor de la derrota y los desaires llenándome la boca.

Te dejé ir, temblando por todas esas llamadas que no me atreví a hacer cagándome de miedo en la madrugada, porque sabía que al escuchar tu voz iba a bajar la guardia de nuevo.

Te dejé ir, mordiéndome cada uno de los dedos para no responder tus mensajes, para no mantenerte encendida a medias, con la certeza absoluta de que mereces un poco más de lo que yo ofrecía.

Te dejé ir, sabiendo que te convertirías en la duda pendiente que recurra a mi cabeza al escuchar a la gente hablar de amor, destino, finales felices y estrellas fugaces.

Toloaches, Mezcalez y RomancesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora