Capítulo 8

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 —Debería irme —le dijo Luna a Kinkajú en cuanto la Ala Lluviosa regresó de la pila de frutas.

—¡No! —Kinkajú gritó. —¡Estamos comiendo juntas! ¡Ni siquiera has terminado tu carcasa peluda y maloliente! ¡Siéntate! —Le dio un codazo a Luna para que volviera a sentarse. —Sólo por cinco minutos —insistió.

Luna quería discutir, pero había un hilo de ansiedad en la mente de Kinkajú - No me dejes sola, por favor quédate y sé mi mejor amiga - que ella no pudo resistir.

—Claro, de acuerdo —dijo, y fue recompensada con escamas rosas brillantes.

—¿Puedes bajar el tono? —Pardo preguntó a Kinkajú mientras él y Tortuga se unieron a ellas, cada uno llevando un pez. —Quiero decir, es un color muy emocionante que no puedo decir que haya visto antes, pero es un poco - —

—Brillante —sugirió Tortuga.

—¿Llama mucha la atención? —intentó Pardo.

—Que daña a los ojos —ofreció Qibli.

—Esto ocurre cuando estoy contenta —dijo Kinkajú, imperturbable. —Pero si preferís algo más tranquilo—. Se volvió de un vibrante color verde lima salpicado de manchas violetas. Luna casi se atragantó con su cabra. —¡Aaaah! —Qibli gritó, tapándose los ojos.

—En realidad no te conozco —dijo Pardo a Kinkajú. —Podrías estar totalmente seria ahora mismo—.

—No, sólo estoy bromeando —dijo Kinkajú con una risita, chocando de nuevo al lado de Luna. —Puedo ser totalmente ordinaria y aburrida, no te preocupes—. Sus escamas cambiaron de nuevo, ondulando al mismo marrón tranquilo que las de Pardo, y le dirigió una mirada de ojos abiertos, —¿Ves? Aburrida—.

—Aburrida no ha entrado precisamente en mi lista de palabras para describirte —dijo Luna.

—¡Invierno! —Kinkajú gritó.

El Ala Helada se detuvo en el acto majestuosamente junto a ellos. —¿Sí? —dijo fríamente a Kinkajú.

—¿No quieres sentarte con nosotros? —preguntó Kinkajú. —Quiero decir, ya que somos tu winglet ahora, y todo—. Una ola de azul hielo brilló a través de sus escamas y luego se desvaneció de nuevo. Luna intentó, sin éxito, disimular todos los pensamientos soñadores de la cabeza de Kinkajú en una gota de lluvia.

Invierno miró por debajo de su nariz al Ala Lluviosa. —Por supuesto que no —dijo, y se alejó hacia otra Ala Helada encaramado en un saliente ligeramente por encima del resto de los dragones.

—Está tan torturado —suspiró Kinkajú con alegría.

—Eres un poco rara —señaló Luna.

Kinkajú estaba a punto de responder cuando un silencio se apoderó de la cueva. Todos se giraron y vieron a Anémona entrar lentamente por la puerta con la cabeza cabeza alta, seguida de un Ala Arenosa delgado y de aspecto tranquilo.

La princesa Ala Marina, se agitó en las mentes de todos.

—Oh, gracias a las lunas —dijo Anémona, viendo la red de peces, su voz clara y alta. —No he comido desde que dejamos el palacio de la Reina Gallareta ayer—. Pasó delicadamente alrededor de un Ala Arenosa que estaba masticando algo en el suelo, y examinó los pocos peces pequeños que no habían sido que aún no habían sido reclamados. Un número de Alas Lodosas, Alas Marinas y Alas Celestes estaban agrupados cerca, con escamas marrones, verdes y rojas, uno al lado de el otro, mientras comían.

—Ummm. Me gustaría ese —dijo Anémona con dulzura. Señaló un pez gris gigante con un vientre rosa pálido y moteado. Un Ala Nocturna - el que Luna no conocía - ya tenía sus garras alrededor de él y lo estaba levantando hacia su boca. Se detuvo y la miró fijamente.

Alas de Fuego #6: La luna se levantaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora