ix. réquiem.

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IX
réquiem
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¿Qué es lo que nos hace vivir de forma eterna, sino el recuerdo?

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¿Qué es lo que nos hace vivir de forma eterna, sino el recuerdo?

Frank Ambrose se asomaba, apoyado en la ventana de aquella caseta a la que se atrevía a llamar hogar. Una brisa que sólo se dejaba ver en horas tempranas le acariciaba el rostro, y él, de una forma extraña, con su cuerpo entumecido por las emociones, sintió que era ella la que se estaba preocupando por él.

Dirigió su mirada al horizonte, donde las olas seguían su típico vaivén y humedecían la arena. Entrecerró sus ojos y fue capaz de verla, tambaleándose, bailando torpemente mientras él volvía a ser capaz de recordar la sensación de sus manos entrelazadas. Su dorado cabello, brillante por la azulada luz, la rodeaba; caía sobre su espalda como las hojas de un sauce, que murmuraban con el aire.

Se mordió el interior de su labio con arrepentimiento. Sus cejas se arrugaron, negó con la cabeza para convencerse a sí mismo de que lo que presenciaba no era más que un ridículo deseo. Pronto, y sin advertirlo, una lágrima llegó a la comisura de sus labios. Continuó apreciando el paisaje, sustituyendo el salado sabor de sus llantos por el amargo sabor de la cerveza. Sus codos se apoyaron en la madera a la vez que sus dedos se aferraban a la foto que había encontrado oculta entre los cojines del sofá.  

Un pensamiento vagaba por su cabeza de forma inconsciente, y le hería. Sin embargo, se arrepentía de haber recordado a la persona que era antes.

Últimamente, Frank Ambrose recurría al arrepentimiento con frecuencia. Y encontraba una sensación que, sumada al alcohol, le proporcionaba una indiferencia sobre todo aquello a lo que se veía obligado a escuchar.

Pero una parte de él se complacía volviendo al pasado, a un tiempo donde actuaba felizmente sin consciencia, con tremenda ignorancia y una apabullante emoción. Pese a su ferviente deseo por regresar a aquella época, no pensaba en el reloj, sino en las voces que escuchaba cuando veía a esas personas congeladas en la imagen.

Su mente había decidido apagar aquel recuerdo, protegiéndolo de su propio y dañado espíritu. El traje que llevaba puesto en aquella foto ni siquiera seguía en su armario. Probablemente habría acabado en los baúles de aquella casa, o encerrado en una caja de cartón. Había olvidado el tacto de su gabardina. Había olvidado su forma de vestir. Lo había olvidado todo, incluso a sí mismo.

Olvidó el antes, cuando sus mayores preocupaciones eran encender una hoguera a la luz de la luna, tirar piedras a un río, corretear por el bosque y pelear por la forma que adoptaban las nubes. Ahora regresaba al pasado, revivía recuerdos que se desteñían, cuyos colores escapaban de forma silente.

Unos pasos le devolvieron al presente. Y no podía fingir que no había visto esa foto aunque estuviese sentado sobre ella, esmerándose en ocultarla. Recordaba la palabra escrita en una letra que reconoció en el pie de la letra. Sully Island evocaba fogatas, linternas, risas y lágrimas; noches en las que las estrellas les protegían de cualquier peligro. Pero también evocaba un temeroso infierno, donde los misterios trazaban un camino tenue hacia un final desconocido.

La infinitud de las olasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora