xviii. huyendo del destino.

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XIII
huyendo del destino
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Nia Hart contemplaba el horizonte, perdiéndose en él con la mirada; lágrimas como esquirlas se asomaban por sus ojos

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Nia Hart contemplaba el horizonte, perdiéndose en él con la mirada; lágrimas como esquirlas se asomaban por sus ojos. Con suavidad, trazaba círculos sobre el dorso de su mano.

Más allá de los pedregosos muros que la rodeaban, la niebla cubría todo con una húmeda y blanquecina estela de incertidumbre. Cuando la pelirroja había llegado, llovía intensamente.

Las palabras de su hermano retumbando en la capilla no eran más que un ruido sordo. Nia sólo era capaz de centrar su atención en la petaca que ocultaba en su abrigo. Cassius la había sacado de la guantera del coche.

— Gracias a todos por acompañarnos en este día tan significativo.

Al ver a Cassius agachando la cabeza y dando un paso atrás, la pelirroja supo que era su turno. Se aproximó al atril, y antes de hablar, miró a la muchedumbre que, melancólica, estaba esperando escucharla.

Nia no estaba preparada, pero carraspeó, ignorando el nudo que se había formado en su garganta.

— Creo que nunca he llegado a sentirme realmente sola hasta que ellos se fueron. Y también pienso que nunca había apreciado como debería la compañía de mis padres. — hablar con un tono uniforme estaba siendo más difícil de lo que Nia pensaba. La gente lloraba a su alrededor y, a pesar de querer unirse a ellos, sabía que no podía —. Desde siempre han tratado de protegerme con sus sonrisas y aparente sinceridad. Aunque no estoy segura de que estéis escuchándome, mamá, papá, quiero que sepáis que seguís en mi memoria, que siento vuestra presencia acecharme cada vez que hago algo.

Los cirios se derretían con el calor de las llamas. Nia, vestida con aquel vestido largo, de satén negro, sólo era una persona más decorando aquella lánguida imagen. Un dolor indescriptible y perpetuo la perseguía.

— Quizás no llegué a entender vuestras intenciones hasta que fue demasiado tarde. Pensé que era incapaz de sentirme tan desprotegida e insegura, y los recuerdos que comparto con vosotros son lo único que me calma por las noches. Porque sí, papá, os lo diré. Siempre trabajaste en tu legado, y quisiste que Cassius continuara con él, pero no es algo de lo que debas preocuparte. 

La pelirroja sentía su voz quebrándose al leer la última parte. Tratando de mostrarse tranquila, se colocó un mechón de pelo detrás de su oreja.

— Quereros fue algo inconsciente y, aunque entenderos fue algo más complicado en más de una ocasión — la tristeza se asomó a través de una lastimera sonrisa en el rostro de Nia Hart. El gentío rió brevemente ante el comentario —, creedme cuando digo que será imposible olvidarse de vosotros. 

Durante aquella parte final, sus tacones verdes, que combinaban con sus pendientes, se clavaban sobre sus talones. Al separarse del micrófono, un zumbido persistente la atolondraba. Aparecía y desaparecía, haciéndola creer que podría desmayarse allí mismo.

La infinitud de las olasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora