xiv. verdad bajo tierra.

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XIV
verdad bajo tierra
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La noche lograba encerrarla en aquel barco, donde la soledad la acompañaba

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La noche lograba encerrarla en aquel barco, donde la soledad la acompañaba. Quizás debería sentirse sola, pero su memoria le hacía recordar una y otra vez todo lo ocurrido.

Aún podía sentir los labios de Ryen sobre los suyos.

Aún podía sentir las lágrimas recorriendo su piel.

Aún podía sentir lo confusa que era su vida en aquel momento.

Y por muy inquietante que pareciese su mundo, Nia Hart no podía permanecer de brazos cruzados sabiendo la verdad de todo. O, mejor dicho, sabiendo que su vida era, en gran parte, una mentira.

La luz del faro de Sully Island se deshacía de la oscuridad de forma temporal, pero no arrojaba luz a los problemas.

En cuestión de minutos, Nia se levantaría de su asiento, recogería las dos maletas que la acompañaban y buscaría un taxi que no temiera llevarla a aquella casa de la que nunca había pedido ser dueña.

Pero se quedó parada un momento, contemplando al par de personas que la habían acompañado en el viaje y ahora se marchaban. Respiró hondo, tratando de quedarse con ese olor a mar que tanto amaba, porque la tragedia no tardaría en caer sobre su cuerpo y derrumbarla.

(...)

El trayecto hacia la mansión Atwood fue largo y silencioso.

Los tonos grisáceos del cielo se tomaron su tiempo en dispersarse para dar paso a los colores que conseguían provocar algo en la pelirroja, aquellos que eran propios de la casa. Nia salió del coche y se abrió paso por las verjas, teniendo que caminar y caminar hasta la puerta de entrada. Allí, una repentina ráfaga de viento sacudió los árboles, algunas de sus hojas llegaron al suelo.

Las estancias estaban sumidas en un interesante y sepulcral silencio, y sólo estaba Nia vagando por ellas.

Su cuerpo se vio atraído a las cintas de vídeo, a las cajas que las contenían y a todo lo que ese sótano pudiera esconder.

Pero hacía demasiado frío. Y había subido algunas cajas al salón, donde podía verlas siendo alumbradas por el fuego de la chimenea. Allí, las sombras que provocaba la luz de las lámparas se proyectaban sobre las paredes. El papel pintado que las cubría seguía unos patrones algo clásicos, y las imágenes del televisor le quitaban protagonismo.

Aunque le resultó difícil hacer que el reproductor funcionase, después de abrirse paso entre las motas de polvo, no podía negar que aquello le resultaba intrigante.

Escuchar esas voces, seguidas de unas imágenes distorsionadas, que transmitían diversas emociones, le resultaba algo inquietante.

Quizás era porque la mayoría de esas personas estaban muertas.

La infinitud de las olasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora