CAPÍTULO I: Cómo conocí a Jesús

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Soy David ben Zebedeo de Betsaida. Mis padres son Zebedeo y Salomé. Soy el tercero de nueve hermanos. Dos de ellos son muy conocidos por acompañar a Jesús en sus andanzas por toda Galilea y Judea. Supongo que mucha gente los conocerá mucho más que a mi. Se llaman Jacob y Juan. Éste último es el más pequeño y, por lo tanto, quizás, el más mimado.

La nuestra era una familia judía normal de nuestro tiempo. Crecimos junto al mar jugando entre las redes de la barca de nuestro padre. Aparte, padre tenía un negocio de construcción de barcos en la ribera y otro de construcción de casas. Construía las famosas barcas que luego eran compradas por los pescadores de la zona de Cafarnaún, además de edificios suntuosos para las gentes procedentes del otro lado del Mare Nostrum.

A los trece años cumplí con los rituales del Bar-Mitzvá. Ya podía leer la Torá y ya era considerado un hombre y responsable por el cumplimiento de sus 613 preceptos. Mi padre me puso a trabajar con él en la barca a pescar tilapias y otros peces de agua dulce. Sentía envidia de mis hermanos más pequeños porque tenía que levantarme muy temprano para acompañar a mi padre a pescar en el Kineret. Mucho me aburrí yo a bordo de aquella barca esperando que los peces vinieran a las redes.

Le dije un día a mi padre que lo mío no era la pesca. Me escuchó muy atentamente, como hacía siempre. Mi padre era un hombre bondadoso y sabio, pues buscaba la mejor solución para cada tipo de problema. Me llevó entonces al astillero que, por aquel entonces, llevaban unos capataces, hombres de confianza de mi padre. Allí aprendí a trabajar la madera para construir las grandes barcas que surcan el Kineret, ávidas de peces y otros transportes de mercancías.

Este trabajo me interesaba mucho más que el otro. Pronto aprendí a trabajar la madera, a untarla con brea y a usar ciertas pinturas ayudando a los carpinteros de ribera. Aunque tenía que levantarme muy temprano ya no me importaba tanto. Sarna con gusto no pica, eso dicen.

A medida que fuimos creciendo, mis hermanos Jacob y Juan fueron a trabajar con mi padre en la barca. Las chicas se quedaron con madre para aprender sus labores. Pronto se casarían y tendrían que hacer su ajuar de bodas.

Me casé muy joven con una mujer llamada Hannah, con la que tuve seis hijos. Aparte de construir barcas, este trabajo me permitió aprender de carpintería y construcción de edificios.

Frecuentaba la sinagoga con mi familia. Los hombres asistimos en la parte principal y las mujeres tienen que irse para arriba a una sala aparte. Tienen que entrar por una puerta diferente a nosotros y mucho más pequeña. Algunas sinagogas tienen la zona de mujeres en un lateral. Ellas no realizan los rituales, por eso pueden estar arriba. Solamente escuchan la lectura de la Palabra, nada más. Si los hombres queremos verlas no podemos porque llevan un enrejado por delante. De niño siempre me inquietaba separarme de mi madre y luego no poder verla cuando alzaba la vista.

Yo salía varias veces a leer algún texto del Tanaj, pero no era muy entusiasta de la religión. Mi vida era, básicamente, mundana. No era del tipo de hombre como mi padre o mis hermanos más conocidos. La Palabra de Dios a mi no me decía gran cosa. Me apasionaban los placeres mundanos, mi trabajo y las comidas que se hacían varias veces entre los empleados del astillero, donde el vino regaba las calles hasta a algún burdel de Cafarnaún. Un joven de mi tiempo que ansiaba la diversión, las posesiones materiales y la fama. Sin embargo, no pude obtener esta última. Mis hermanos si han llegado a ser famosos, sobre todo Juan.

Por un tiempo me dediqué a ser constructor, realizando edificios por toda la Palestina, por probar algo nuevo. Al astillero seguía yendo en algunas ocasiones.

En cierta ocasión, me contrataron en la ciudad de Tiberías para hacer una casa para uno de estos romanos ricos que vienen aquí por su clima y para recuperarse de sus enfermedades. El clima del Kineret le viene muy bien a mucha gente.

Yo conocí a JesúsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora