Confesión 8

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Confesión 8:

He perdido la vergüenza.


—¿Cómo sabes que Cristian es barista? —increpo, un poco molesta.

¿Cómo hace para saber todo?

—No te encrespes, gatita —ríe. Viendo que no le devuelvo la sonrisa, suspira—. La verdad es que ha sido culpa tuya.

Frunzo el ceño.

—¿Cómo que es culpa mía?

—No vayas a creer que soy un acosador, pero digamos que te he estado espiando en tu Instagram.

Parpadeo, confundía.

—Me stalkeaste.

Asiente.

—Revisé tus fotos y encontré una de hace unos meses en las que estás con una chica morena, el chico que estaba contigo en la fiesta y un segundo chico —explica—. Lo estabas abrazando y él te estaba mirando. Sumé dos más dos y tuve el resultado.

Trato de recordar la foto y vagamente me acuerdo de haber publicado un post en Instagram con mis amigos y Cristian en año nuevo. Pensé que la había borrado, la subí mientras estaba borracha, pero he de haberme olvidado de ello.

—¿Cómo descubriste que era él quien te contestó hoy?

—Los etiquetaste a los tres, no fue difícil encontrarlo, y, a diferencia de ti, él tiene muchas fotos contigo en su cuenta.

Me encojo de hombros.

—No puedo dejar en evidencia que estoy en una relación.

—Y no te estoy reprochando nada, solo estoy explicando cómo fue que di con él.

—¿Y cómo diste conmigo, en primer lugar?

—Me diste tu nombre completo anoche en la fiesta, te encontré de inmediato.

Vaya, las redes sociales me han delatado. Y yo aquí, creyendo que buscó mi información como lo hacen en los libros y en las películas.

—¿Y mi número? Ese no está en ninguna de mis redes sociales.

—Puede que haya hecho preguntas aquí y allá sobre ti.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Que, si las preguntas se hacen a las personas correctas, puedes conseguir lo que quieres.

—Explícate, por favor.

Toma su vino y se acomoda en su asiento, sin dejar ver una pizca de remordimiento por investigarme.

—El amigo de un amigo tiene un amigo que, casualmente, conoce a Francisco Herrera...

—Fran nunca daría mi información —lo corto.

—Lo haría, y lo hizo. El viejo se siente culpable por haberte dejado a tu suerte y, cuando hablé con él, le juré que conmigo no iba a faltarte nada. Fue un hueso duro de roer, pero conseguí lo que quería.

Me guiña un ojo, acabando con la historia.

Estoy petrificada en mi puesto. No puedo creer que Fran haya dado mi número a un hombre que no conoce. Bueno, tampoco es que vaya a reprochárselo, creyó que me estaba ayudando. Y, en cierto modo, sí lo hizo.

El camarero nos trae la comida y desaparece tan pronto deja los platos sobre la mesa.

Tomando un tenedor, miro a Andrew.

Confesiones de una oportunista ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora