Confesión 2

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Confesión 2:

El feminismo no es lo mío.


El sexy desconocido abre los ojos desmesuradamente, tomado por sorpresa. No me devuelve el beso, cosa que me decepciona un poco, y mantiene las manos a cada lado de su cuerpo.

La voz de una mujer en el otro balcón nos llega y creo que entiende mi predicamento porque sale de su estupor y posa sus manos en mis caderas, pegándome a su cuerpo. Sus labios empiezan a moverse y lo que era un teatro para despistar a la esposa enojada de mi "novio" se convierte en algo realmente caliente.

Primero, el tipo sabe besar. Segundo, sus manos posadas en mi cuerpo me están calentando la piel. Tercero, estar apoyada en su esbelto cuerpo me produce una corriente eléctrica que va a parar en mi vientre y un poco más abajo.

Cierro los ojos, dejándome llevar, y abro la boca cuando su lengua pide entrada.

¡Querido cielo! Hace que mis piernas tiemblen y que mi cuerpo pida más.

Subo mis manos por sus brazos hasta sus hombros y luego bajo a su pecho. Hace un sonido bajo que me excita y la manos que tenía en mis caderas las mueve hacia mi espalda baja, justo en el inicio de mi trasero.

Una risita y un carraspeo nos hace saber que no estamos solos y se aparta. Quiero protestar, pero entonces recuerdo el motivo del beso y me reprendo.

El desconocido mira hacia el balcón contiguo, aun sin soltarme, y sonríe.

—Buenas tardes —saluda, mostrando una sonrisa de pillo.

Miro sobre mi hombro, encontrándome con la mirada reprobadora de parte de Francisco y la sonrisa divertida de su señora esposa.

—Lamentamos interrumpirlos, solo queríamos saber si no habían visto a una mujer en este balcón hace un minuto.

El hombre sin nombre hace mueca de desconcierto al tiempo que niega.

Es muy buen actor.

—No, no hemos visto a nadie.

—Tal vez se escondió en el balcón de su izquierda —sugiero—. No hemos estado aquí por mucho tiempo, no podemos asegurar nada.

Sí, tengo un lugar en el infierno ganado a pulso, no soy una mujer que apoya a su propio género, pero estoy velando por mis intereses.

—Gracias, han sido muy amables —dice la señora con la cual comparto un hombre antes de girarse y desaparecer dentro de la habitación.

Mis ojos paran en Francisco. Tiene el ceño fruncido y no deja de mirar las manos del hombre desconocido en mi cuerpo. Está enojado, pero es un riesgo que tenía que tomar. Tiene que entender que fue para despistar a su mujer.

Su esposa lo llama y toma una respiración, cerrando los ojos por unos segundos antes de darme una mirada de advertencia y desaparecer dentro.

—Bueno, eso fue entretenido.

El desconocido me suelta por fin, y no me pierdo la forma en que sus dedos rozan sobre mi ropa, provocando que se me erice piel.

—Te abriré la puerta para que puedas escapar.

Gira y entra a la habitación. La decepción me recorre, tenía la esperanza de continuar el momento caliente. Recojo mi bolso y lo sigo, encontrando que el lugar es igual a la habitación de al lado.

—Gracias —suspiro—, y también gracias por cubrirme, no sé qué habría pasado si esa mujer descubre quién soy.

Me mira sobre el hombro y sonríe, provocando que mi vientre se tense.

Confesiones de una oportunista ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora