Confesión 0

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Confesión 0:

El dinero es mi mayor afición.


Hay un millar de sucesos de mi niñez que no recuerdo, sobre todo aquellos que están detrás de mi cumpleaños número 6. Sin embargo, hay un recuerdo que ha perdurado conmigo desde que tenía 2 años y medio, cosa que no sucede a todos. Según estudios psicológicos, nuestro cerebro no puede almacenar recuerdos antes de los 3 años porque no tienen esa capacidad. Solo algunas personas logran recordar sucesos antes del tercer año de haber nacido. Me considero afortunada por ello.

Regresando al recuerdo, es uno con mi difunto padre, en el que me explicaba la importancia del dinero. "Si este faltara, la vida sería miserable; el mundo se mueve por esa cosa en específico, incluso más que por el mismo amor", dijo. Fueron palabras que se quedaron grabadas en mi mente y que nunca olvidé. Y que se afianzaron más cuando papá murió.

Yo tenía 13 años, la hija menor de cinco hermanos, todos varones. Entonces papá muere, dejando a mamá tal carga. Pasamos momentos difíciles, muchas veces tuvimos que comer arroz y nada más. Mi madre se mataba de 7 a.m. hasta las 7 p.m. para traer comida a la mesa y darnos lo que necesitábamos.

Fue en ese entonces que me enojé con la vida por darle más dinero a unos y nada a otros.

Pasaron los años, nuestra rutina era la misma. Mis hermanos mayores tuvieron que conseguir trabajo y no terminaron el bachillerato, y con lo poco que hacían entre todos lograron que yo continuara mis estudios.

Fue en la universidad, quejándome de unos parciales mientras caminaba por la calle, que una mujer de dudosa profesión me enseñó la lección de mi vida.

Ella me vio desde lejos, mi cara de pesar ha de haber sido notable porque me detuvo y me preguntó qué me pasaba.

En broma, respondí:

—Me gustaría ser millonaria. Si así fuera, todos mis problemas acabarían.

Ella sonrió y puso una mano en mi hombro.

—Niña, el dinero hay que ir a buscarlo, no va a llegar a ti por arte de magia. —Me miró de arriba abajo, analizándome—. Eres bonita, usa lo que se te ha dado para conseguir lo que quieres.

En ese momento lo vi como una ofensa, como si me estuviese enviando a prostituirme. No fue hasta que, unos meses después, cuando conocí a un hombre, que lo entendí.

Él era un profesor de otra carrera, entrado en sus cuarentas, pero bien conservado. Nuestro primer encuentro fue sorpresivo para ambos, él iba saliendo de la cafetería de la universidad, yo iba entrando, me tiró el café encima y el resto es historia.

Para ese momento ya tenía 20 años, no era ilegal lo que inició entre nosotros. No digo que hubo amor, fue una cosa por conveniencia, él me daba lo que yo le pedía y yo le devolvía el favor.

No fue el último.

Cuando acabé la carrera, él y yo tomamos caminos separados. Una nueva universitaria había llamado su atención y a mí no me bastaba lo que medaba. Entonces, conocí al siguiente tipo de la lista.

Este era más viejo, no tan conservado, pero tenía más dinero. Gracias a él fue que pude hacerme las cirugías estéticas que siempre había soñado. Mi amor por la comida chatarra no me permitía ser una chica fitness, lo intenté por mis propios medios, incluso pagué una membresía en un gimnasio. Perdí mi dinero, uno que pude haber gastado en ropa. Este hombre, queriendo cumplir mis deseos para luego él cumplir los suyos, pagó las cirugías. Me pusieron implantes en los senos y en los glúteos, me hicieron la liposucción y la rinoplastia.

Quedé como nueva.

Lamentablemente, la esposa de este hombre nos descubrió y provocó nuestra ruptura.

Una lástima, él me caía bien.

Con el tercero, reuní el dinero suficiente para irme del país. Él nunca lo supo, por supuesto, o no me habría dejado ir. Era un tipo posesivo.

Ahora vivo en Miami, la central de las sugar babys del mundo. Aquí he pasado de tipo adinerado a tipo más adinerado, he conseguido tener mi propio apartamento, mi auto y mantengo mi cuerpo estéticamente renovado. Me he ganado enemigos, de las que abundan del género femenino, y he conseguido amigos leales. Sustento la casa de mi madre en el país que dejé atrás, e incluso las de mis hermanos, que se han vuelto unos flojos desde que saben cómo presionar mi generosidad.

Me gusta mi vida tal y como está, me tienen sin cuidado los comentarios malintencionados y las miradas asesinas de parte de la gente. Me llaman adjetivos vulgares y ofensivos, pero ninguno de ellos me baja la moral. Mi amor por el dinero es más fuerte que ellos y no podrán detenerme, voy a alcanzar la cima y me voy a reír de aquellos que se burlaron o metieron el pie en mi camino para hacerme caer. No voy a volver al lugar del que vine, y no me refiero a mi país de nacimiento, sino a las circunstancias horribles que pasé en mi adolescencia.

No pueden pisotearme, no cuando estoy por encima de todos. Mi nivel de inteligencia es superior.

Mientras haya hombres que crean mis dramas, que estén dispuestos a contribuir en mi vida, yo seguiré.

Sin importar a quién me lleve por delante.


Confesiones de una oportunista ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora