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Reki caminaba a paso lento casi contando cada uno. Después de salir del estudio de Sakurayashiki sentía un hueco en el pecho, como si algo le faltara. Era como un pequeño dolor que de apoco iba ganando intensidad y le impedía respirar adecuadamente. Reki se llevó una mano al pecho y presionó con fuerza, tenía ganas de llorar, correr hasta que sus piernas no dieran más, hasta desaparecer. Lo cual era en extremo raro dada la amabilidad y disposición que mostraron ambos adultos. Y, sin embargo, cada palabra y mirada a pesar de estar cargada de lo que no podría más que describir como preocupación, una pequeña voz en su cerebro susurraba que estaban mintiendo, que no creyera nada de lo que decían.

―Reki ―nombraron a su costado haciéndolo girarse en esa dirección para toparse con un niño de cabello negro y ojos verdes que lo miraba de una manera tan... tan cargada de tantas emociones que incluso hizo estremecer a Reki. ―Reki ―volvió a decir el niño antes de correr y abrazarlo por la cintura con fuerza.

Reki al principio no supo que hacer, el cuerpo del niño estaba comenzando a temblar signo inequívoco del llanto, pero lo que sin duda lo sorprendió fue que por primera vez desde que despertó se sintió bien. No hubo duda en el gesto, e incluso su corazón se permitió vibrar con cariño, por lo que correspondió y se aferró al cuerpo más pequeño.

No sabía su nombre, ni donde o porque se conocían, pero algo era seguro, este niño que lloraba agarrado a su ropa con tanta fuerza como si temiera desapareciera, era la única persona fuera de su familia que lo apreciaba, un amigo autentico con el que podía contar.

―Miya ―murmuró Reki.

Miya se separó del cuerpo de Reki para mirarlo directamente a la cara, las lágrimas aun resbalaban por sus mejillas y sus pómulos rojos igual a su nariz que además moqueaba dejando evidencia del llanto amargo que corto de tajo al escuchar su nombre. Por su parte los hermosos ojos ambarinos lo miraban con sorpresa, como si ni él mismo creyera haber recordado el nombre del niño.

―Reki...

―Miya... ―repitió Reki soltándose a llorar también porque algo dentro de él le decía que al fin había llegado a puerto seguro, que estaba a salvo. ―Miya ―repitió abrazando al niño.

Miya tomó de la mano a Reki para tirar de él hacia el parque más cercano buscando un lugar despejado en donde pudieran hablar, pero por el horario había parejas, familias jugando o simplemente personas paseando a sus mascotas, por lo que no tuvo más remedio que llevarlo al último lugar que considero invitarlo, su habitación.

Por suerte, como de costumbre sus padres estaban demasiado ocupados para prestar atención a su llegada o al inesperado visitante que fue introducido a hurtadillas a la casa y luego escaleras arriba. 

Una vez en la privacidad de las cuatro paredes del cuarto Miya se permitió mirar mejor a Reki y su nuevo look.

Si Miya no conociera al Reki anterior entonces estaría encantado con el de ahora. Es que simplemente este Reki lucia tan inocente, tan dócil, tan lindo, casi de su edad y no con tres años más, los cuales Miya sabía cuándo creciera desaparecerían.

―¿Me recuerdas? ―esa fue la primera pregunta que se le ocurrió para no tener que entrar en detalles sobre su ataque de llanto o el de Reki.

―No, en realidad no ―respondió honestamente Reki apenado de su comportamiento anterior, luego al ver la tristeza y decepción apoderarse de los iris verdes se apresuró a agregar. ―Pero sé que eres mi amigo, que puedo confiar en ti, mi corazón siente que debo hacer lo posible por estar en buenos términos contigo y... que te quiero ―esto último lo dijo con apenas un hilo de voz, pero fue perfectamente captado por Miya quien se sonrojo furiosamente.

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