01| El padre Edén.

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01| El padre Edén.

—Amén.

Me persigno mirando la figura de Jesucristo en la blanca pared del fondo de la iglesia, justo por debajo del sotocoro. Estoy de rodillas en el presbiterio y solo puedo pensar en comida. Una monja me había atrapado intentado colarme en la cocina. De inmediato, sin parase a meditarlo, me había enviado aquí a pedir misericordia por haber intentado cometer un acto tan feo como hurtar. Acto feo era la miseria de comida que daban aquí. Eso sí era un pecado horrible.

En realidad debía ir al confesionario a contar lo que había hecho y recibir una penitencia. Cuando no encontré al padre Albert ni en la nave, ni en el altar, ni en atrio al llegar, me impuse un castigo yo misma. En estos dos meses había pasado más tiempo aquí de rodillas que en cualquier otro lugar del monasterio. Ya sabía de memoria nuestro intercambio de palabras.

Recordé la última vez.

-Ave Maria Purísima -dice él.

-Sin pecado concebida -respondo yo -. Hace una hora desde mi última confesión. -agrego siguiendo el protocolo antes de confesar la idiotez por la que me encuentro allí. Con el debido respeto y un "Gracias" como punto final".

-Dios, Padre misericordioso, que reconcilio consigo al mundo por la Muerte y la Resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz -repite él sin siquiera detenerse a respirar. Eso me hace pensar que los sacerdotes y los buzos tienen una formación algo similar en algunos aspectos.

Me impone la penitencia: Rezar dos Padre Nuestro, tres Ave María, y persignarme cinco veces. Listo.

El chirrido de las bisagras de una puerta que está siendo abierta interrumpe mi escena mental. Agarro el velo del suelo con rapidez y me lo coloco en la cabeza ocultando mi cabello mientras me pongo en pie para caminar a toda velocidad hasta el confesionario más cercano, y me introduzco en la sección que le corresponde al cura. Posiblemente hacer esto esté mal, pero es por una buena causa: No encontrarme con el sacerdote. Si Albert me veía aquí me preguntaría por qué me encontraba aquí, me ordenaría ir al confesionario y me impondría una penitencia cuando ya yo había cumplido una auto impuesta hace cinco segundos.

No había que abusar de mi fé tampoco. No señor.

Dos personas salen de la sacristía, el padre Albert y un chico con cabello teñido de rubio -su pelo natural comenzaba a dejarse ver y lo delataba -. Conversan de forma despreocupada. No me sorprende porque Albert es bastante relajado. Pero también celoso con quien pisa, incluso, la nave de la iglesia. Me habían contado que hubo un tiempo donde solo los fieles podían entrar, y, aunque ahora era más flexible, me sorprendía la presencia de alguien tan tatuado, con pircing y toda la pinta de lo que mi madre llamaría "Un delincuente juvenil" y yo "Un chico caliente".

-Espero que tu estadía aquí cumpla su objetivo, hijo mío -confiesa Albert con las manos entrecruzadas delante de su panza. El chico asiente con una devoción tan fingida que me hace reír. Cubro mi boca con ambas manos de inmediato -. Luego de que la Hermana Sol le indique sus aposentos, y le muestre los lugares del convento a los que puede acceder sin compañía, debe volver aquí, al confesionario. Es el primer paso para la salvación que le brida Nuestro Señor.

-¿Es obligatorio? -la pregunta toma por sorpresa a Albert. Pestañea varias veces y parece no creer lo que escuchó -. Tenía pensado hacer otras cosas.

-¿Cómo que? -le sigue el juego.

-Dormir. Me levanté muy temprano para tomar el autobús hasta aquí -me muerdo el labio intentando no reir ante la cara de espanto que muestra el clérigo ante la absurda excusa del chico para no venir a confesarse.

-Usted no ha venido aquí a dormir, hijo mío -era obvio, se lo había tomado como una ofensa -. La confesión es obligatoria. Al igual que la misa mañana a las 8.

-¿De la mañana? -se queja el falso rubio cruzándose de brazos.

-Por supuesto.

-Bien. Mejor hagámoslo ahora -sugiere el chico, me tenso de pies a cabeza. ¿Qué probabilidad había de que no escogieran el confesionario que más cerca se encontraba de su posición? -. Sol...

-La hermana Sol -corrige el cura como si ya se hubiese adaptado a la idea de que tenía delante un caso perdido.

-La hermana Sol me dijo que viniera aquí para ella ayudar a las chicas a instalarse primero -informa antes de argumentar -: Como estamos en edificios separados le llevará un tiempo ¿No?

-Es posible -considera el cura -. Adentrese en el confesionario. Vuelvo en un instante.

-Okay -accede comenzando a alejarse -. Una última cosa.

-¿Sí?

-¿Sabe cual es el colmo de un sacerdote?

-No -contestó el padre con cautela.

-Enfermarse y no tener cura -el chico pasa la lengua por sus dientes disimulando una sonrisa. El padre se queda sin palabras y se retira negando con la cabeza.

Albert se pierde dentro de la sacristía y -como no -el trigueño-rubio se introduce precisamente en el confesionario donde me escondo. Por la parte que le corresponde a quién se dispone a confesar. Ordeno mis ideas y decido que este es justo el momento de escabullirme de la iglesia. Con la gracia del señor, claro. Pero no soy lo suficiente silenciosa y él me nota.

-¿Padre?

Tú y Yo, Hasta Que La Muerte Nos Separe ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora