04| Sexo de bienvenida.
Si fuese idiota le preguntaría que hace aquí, por qué forma parte de un grupo de rehabilitación, como supo que me encontraba aquí arriba. Por suerte no era idiota, así que le sonrío y le digo:
—¿Un beso? Y ¿Por qué no sexo de bienvenida ?
En dos zancada se ubica delante de mí. Presiona sus dedos sobre la piel de mi cintura por encima de la túnica y me hace retroceder hasta que mi espalda choca con la pared de piedra. Lleva su rostro a la curva de mi cuello. Inhala como si quisiera llenar sus pulmones con mi aroma para luego llevar su boca hasta mi oído.
—Te extrañé tanto —susurra.
Arranca el velo de mi cabeza y lo lanza al suelo antes de enredar sus dedos entre las hebras de mi cabello, obligándome a mirarle a los ojos.
Su mirada se alternaba entre mis ojos y mi boca. Humedece su labio inferior y no demora en estampar sus labios sus labios en los míos. Percibo el desespero en ese beso, aunque no es lo único que noto. Deseo, dolor, amor, también. Profundizo el contacto ubicando mis manos por detrás de su cabeza, aproximándole más a mí mientras introduzco mi lengua en su boca, y la suya participa enseguida.
Un momento después se aparta. Nuestros rostros quedan a unos pocos centímetros, así que nuestras respiraciones agitadas se mezclan.
Me siento impaciente. No quiero tomar aliento, quiero besarle hasta que mis labios duelan. Quiero que me toque como sabe que me gusta.
Flexiona sus rodillas para reducir su tamaño. Sus manos se escurren por debajo de mi túnica y terminan en mi cintura. Se sienten frías al tacto, hacen que toda mi piel se erice. En segundos me desviste sacando la única pieza de ropa que llevo. Sonríe al ver que no llevo ropa interior. Ni sujetador, ni bragas.
—Veo que hay cosas que nunca cambian —masculla y plata otro beso en mi boca.
Esta vez soy yo quien procede a desnudarlo deshaciendome de su jersey oscuro. Contemplo todos sus tatuajes decorando su piel pálida. El pequeño martillo haciendo una cruz con un destornillador, el carrusel de feria, la mariposa con las alas rotas, la araña en el lado izquierdo de su cuello, el relámpago en el derecho, el alambre con pinchos rodeando su antebrazo. Los admiro todos en tanto los acarició, como si fuese la primera vez que lo viera. Él me observa embelesado, completamente desnuda frente a él mientras recorre mi cuerpo con la punta de sus dedos.
Los dos librábamos una lucha interna entre, querer darnos amor, y, darnos como cajón que no cierra.
—Yo también te extrañé —digo antes de lanzarme a besarlo, desabrochando el botón de su pantalón.
Él me corresponde el beso con rudeza, pero no por mucho. Traslada su boca a mi oreja y muerde el lóbulo con delicadeza antes de pasar a mi cuello. Echo la cabeza hacia atrás y deja un rastro de besos húmedos, chupetones, de camino a mis senos.
Los rodea, cada uno con una mano, para masajearlos. Atrapa entre sus dientes mi pezón derecho y tira de el haciéndome jadear y arquear la espalda. En tanto, con la punta de sus dedos le da atención al otro pezón. Succiona, lame, mordisquea. Pasa de uno a otro. Sabe que me encanta, sabe lo sensible que soy, y se aprovecha de eso.
Sigue trazando su camino de besos por mi abdomen, pero cuando llega a mi ombligo lo detengo. Agarro su mentón y lo obligo a observarme desde su posición.
—Te quiero dentro de mí. Ya.
Como siempre, no me hace esperar. Se pone de pie y me toma por las muñecas antes de darme la vuelta guiando mis manos para que se apoyen en la pared. Veo fijamente sus manos tatuadas sobre las mías hasta que siento su respiración en la mejilla. Reduce el espacio entre nuestros cuerpos, noto el bulto entre sus piernas rozar mi trasero. Su cabeza pasa por encima de mi hombro, y sus labios rozan mi mejilla cuando me dice:
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Tú y Yo, Hasta Que La Muerte Nos Separe ©
RomanceEn la familia de Edén Jones la iglesia era considerada un segundo hogar, la Biblia el libro más importante del mundo, y Dios la fuerza más grande. Para ellos tener sexo antes de matrimonio era como asaltar un banco. Algo muy malo. Conocer que su hij...