02| La confesión de un pecador.

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02| La confesión de un pecador.

El vello de mis brazos y mis piernas, y todo mi cuerpo, se puso de punta. Lo juro. Esa voz, Virgen Santísima. Hablaba en susurros, supongo que por el hecho de que se suponía que se encontraba en confesión. Imaginar esos murmullos cerca de mi oreja, de mi cuello. Me perdió.

-¿Mhmn? -hice un sonido con mi garganta para incitarlo a hablar mientras corro, solo un poco, la tablilla para escucharle mejor.

-Había olvidado decirle que esto nos puede tomar algún tiempo -noto de reojo como acerca su boca a la rejilla de madera -. He sido un poco,... bastante pecador.

Me mantengo en silencio. Si hablara sabría que no es el padre quien esta de este lado. Y, la verdad, ese sería el menor de los problemas si eso sucediera.

-¿Continuo? -pregunta finalmente. Mascullo/gruño un "Sí" intentando sonar masculina y añosa. Como Albert.

-Bien -escucho como se remueve acomodándose en el lugar -. Permítame señalar algo. Que puta incomodidad en su confesionario.

Respiro profundamente. Cada vez que abre la boca es para soltar una idiotez tan grande que no puedo evitar querer reir. Sin embargo, debo apelar a toda mi fuerza de voluntad para no hacerlo. Si Albert estuviese en mi lugar hubiese infartado ante semejante blasfemia. De seguro el rubio falso no se encontraba ni de rodillas.

Doy un ligero toque en la pared de madera para que continue. Me reconforta demasiado escucharle.

-Cuando tenía cinco años. No hace tanto ahora que lo pienso -vuelco los ojos ante sus divagaciones -. Como decía. Cuando tenía cinco le demostré a mi madre que mi futuro no sería prometedor de la forma que ella esperaba. Aunque no lo reconoció hasta muchos años después, no puede decir que no hubo señales. Era inteligente. Pero no utilizaba esa virtud para nada bueno.
»Un día estaba en la casa de mi tía Margaret. Ella tiene tanto o más dinero que mi familia, pero es una tacaña monumental. Se le había roto la licuadora y, por casualidad (y desgraciadamente para ella), mi padre me había regalado un kit de reparaciones para niños con artículos que se arreglaban y descomponían a tu antojo. Había una licuadora. Mi padre me había dicho: "Es sencillo, lo muestra en las instrucciones. Cortas la punta del cable amarillo y lo unes con el otro amarillo. Listo"

»Con mis recién adquiridos conocimientos en el arreglo de electrodomésticos, tomé mi kit, esperé a que mi tía se alejara, y procedí a cortar la punta de todos los cables que vi detrás del pequeño panel y a entrelazarlos todos antes de volver a colocar el plástico que cubría el panel. Pan comido.

»Como quería ver que tal había hecho el trabajo le pedí a la cocinera de mi tía que me hiciera un licuado. Ella me sonrió y se dispuso a hacerlo. Cuando pulsó el primer botón la licuadora comenzó a temblar como si la hubiese poseído el diablo. Iba tan rápido que la tapa salio volando y, junto con parte del contenido de la licuadora, fue a parar sobre la pobre cocinera.

»El escándalo de mi tía fue grande, pero más grande fue el castigo que me dieron cuando lo descubrieron. Me quitaron mi preciado kit arregla todo.

Solo pude pesar "Que corazón tan fuerte tiene su madre".

«Dios le da a las personas solo lo que son capaces de soportar». Me había dicho la hermana Sol cuando llegué y le conté porqué estaba aquí, lo triste y destrozada que me encontraba.

-Y ¿Qué le digo? Un niño problemático, un adolescente problemático, un joven problemático. Posiblemente un adulto problemático -agrega. Suelta una exhalación de cansancio, tristeza, añoranza. O que se yo -. Lo único bueno que he pensado hacer es hacer feliz a la chica de la que me enamoré.

Tú y Yo, Hasta Que La Muerte Nos Separe ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora