9|Dentro del armario

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—Edén... Wow ¿Qué mierda? ¿Se conocen? —como un tornado Nadia atraviesa la puerta de la habitación atrapándonos a Sean y a mi más cerca de los que deberíamos —. Si yo violara los límites de los dormitorios seria para coger ¿por qué pierden el tiempo de esa manera?

Me separo de Sean apresuradamente para prestarle atención a Nadia.

— ¿Qué pasa? —cuestiono.

—Ah, cierto —se sobresalta como si ya se hubiese desvinculado por completo de la razón por la que irrumpió en mi habitación —. Tenemos un problema...de los grandes.

— ¿Qué sucede? —me acerco a ella preocupada.

—Están haciendo revisión de nuestros cuartos para ver si tenemos droga y quitárnoslas si es el caso.

—Y tú tienes —afirmo con obviedad.

—Eso es lo primero. Lo segundo es que no quiero que me la quiten, así que me tienes que ayudar a esconderla.

—Me dijiste que no eras adicta.

—Y no lo soy. Pero estaré mínimo dos semanas aquí, me aburriré —vuelco los ojos ante su razón para preservar su droga.

—Has lo que quieras con ella después que la saquemos de tu habitación. Soy responsable de ti, tienes que ser la más limpia de todo el grupo —digo moviéndome hacia la puerta seguida de Nadia. Permito que esta cruce primero y me volteo para mirar a Sean que se mantiene de pie en el mismo lugar —. No me hagas las cosas más difíciles, por favor.

*

La habitación de Nadia es la definición de caos. Hay ropa interior por doquier, bolsas de papas vacías, botas que llegan desde el tobillo a la rodilla, la cama está revuelta y sobre ella descansa un bolso de deporte grande abierto.

—Mierda, Nadia —digo abriendo mucho los ojos al ver el maletín repleto de bolsas de plástico con una especie de planta seca y verde dentro —. Mierda. Empacaste más hierba que ropa.

—Uso más hierba que ropa, sinceramente.

Lo pensé por un segundo, y ella tenia razón. La vestimenta común de Nadia en los días que la conocía era ropa interior a juego, botas y una riñonera a la cintura. La toga y el velo eran una imposición que le habían hecho por no traer ropa decente.

—Tienes razón —dije volteando a verla —. Tenemos que sacar esto de aquí.

—Para eso te busqué genio.

—Deja el sarcasmo y muévete. Echa un ojo en el corredor y asegúrate de que no venga nadie comprometido con el Señor —La pelinegra se traslada hacia la puerta y saca solo una parte de la cabeza para confirmar que el camino estaba libre para mí.

—No hay cristianos en la costa.

—Se dice no hay moros en la... Ah. Era un intento de broma. Como estamos en un convento y tal... —su expresión de obviedad confirmaba mi conclusión.

Sin perder tiempo corro el cierre de la bolsa y me la cuelgo al hombro antes de salir al corredor otra vez. Avanzo a paso rápido pero sin correr para no llamar la atención de ninguna monja, suelen ser muy desconfiadas. No las juzgo, yo también desconfiaría de mi con mi historial.

—Era un juego de palabras divertido. Solo que tu eres una amargada —escucho a Nadia detrás de mi, bastante cerca, y me detengo de inmediato —. No intentes protestar. Eres una amargada. O ¿Es porque interrumpí tu encuentro con el que se lava el cabello con cloro?

—Primero ¿Qué coño haces siguiéndome? Tienes que esperar la revisión.

—Tengo que saber donde dejaras ese bolso, bebé.

—Segundo. No tengo nada con ese chico, a penas lo conozco.

—Si, de lo mas normal que alguien con el que no tienes nada rompa las reglas para estar contigo en tu habitación y te coja de la cintura —se cruza de brazos —. Súper normal. Es lo que yo digo.

—Deja de ser irónica cinco minutos ¿Quieres? —le doy la espalda y reanudo mi paso.

—No me lo pones fácil negando cosas obvias.

No le respondo. Continuo caminando en dirección a una lavandería inutilizada que hay al final del corredor sin dejar de escuchar el tacón de las botas de Nadia resonar detrás mío. Sin embargo, no llego al destino. Me giro y agarro la muñeca de Nadia antes de tirar de ella hacia el interior de una habitación por la que pasábamos.

— ¡Oye! Si querías enrollarte conmigo solo tenias que decirlo —se queja.

Ignoro el comentario repasando toda la habitación. Es básicamente como la mía. Camino hasta el armario y lo abro, más de una docena de togas, velos y zapatos de idénticos se dejan ver. Me pregunto de cual hermana será la habitación. No tardo en descubrirlo y maldecir por lo bajo.

—Solo tomaré el rosario. Lo he olvidado esta mañana —escucho la voz de la hermana Vanessa al otro lado de la puerta y recuerdo todas las veces que me la había topado al salir de mi habitación. Ahora entendía el porqué.

—Al armario —susurro en dirección a Nadia —. ¡Ya!

Esta obedece y yo la acompaño en el estrecho espacio. Percibo la puerta abrirse. Mediante la rendija que queda entre las puertas del armario veo a Vanessa recorrer la habitación como un fantasma. Sus pisadas no se sienten. Da gracias a Dios cuando encuentra lo que estaba buscando, para mi sorpresa, no era el rosario.

—Dios, mi estómago —dice y, a continuación, la puerta del baño se abre y se vuelve a cerrar.

—Mierda —me quejo en un murmullo.

—Sí, una cagada de las grandes —Nadia ríe. Tapo su boca con una mano evitando que su carcajada se escuche.

Nos observamos fijamente. Tiene unas pestañas gruesas y largas, y un color de ojos muy bonito. De seguro a cautivado a más de uno con su mirada. Nuestras respiraciones se mezclan. Aun más cuando separo lentamente mi mano de su rostro. Ya no ríe. Me mira con los labios entreabiertos. Estamos tan cerca que su aliento acaricia mi rostro.

—Edén —susurra en voz casi imperceptible.

— ¿Si? —la imito.

—Esa hermana esta fatal del estómago —se burla y se tapa la nariz con el dedo pulgar e índice —. Alguien tiene pureza en el alma, pero en el culo...

—Nadia, por Dios —hago un esfuerzo por no reír.

Ambas aguantamos la respiración cuando la hermana Vanessa regresa a la habitación principal y respiramos con normalidad cuando la escuchamos marcharse. Dispuestas a no soportar un segundo más encerradas allí salimos al exterior del armario, en el justo momento que la puerta de la habitación se abre una vez más.

Tú y Yo, Hasta Que La Muerte Nos Separe ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora