El Conde la llevó, o más bien, la arrastró por los oscuros pasillos de la mansión pobremente iluminados por el brillo lunar que se colaba por las ventanas abiertas. Las cortinas ondulaban a su paso, el joven con un semblante férreo y la más pequeña intentando mantener el paso que se le imponía, sin entender a totalidad el por qué del recorrido ni cuál sería el destino.
Ciel se detuvo tras un par de minutos más, entrando en un estudio que más bien lucía como una pequeña biblioteca y se detuvo frente de una estantería. La liberó del agarre, procediendo a empujar el mueble hasta deslizarlo, haciendo chirriar la madera. La mucama lo observaba sin saber qué decir o cómo proceder, terminó acercándose a él y empujando en la misma dirección. El conde solo la observó sin decir nada al respecto.
Ella se impresionó al encontrar una puerta detrás que lucía casi idéntica al tapizado de no ser por el cuadro que delataba su naturaleza. No obstante, al tener la estantería al frente quedaría cubierta la irregularidad; incluso al retirar los libros no se notaría la diferencia si no se movía de lugar por completo.
—Joven amo —habló Mey-rin, delatando su presencia a la vez que encendía una vela.
El susodicho no respondió más que con una mirada antes de extraer una llave de su bolsillo, misma que introdujo en la cerradura de la inusual entrada que revelaba una habitación nada fuera de lo normal, más allá de su ubicación oculta. La pelinegra entendió que debía entrar y así lo hizo, adentrándose en la estancia algo polvorienta por el desuso, cuyos muebles se mantenían cubiertos por sábanas blancas otorgándole un aspecto un tanto tétrico.
El segundo en entrar fue el conde, cerrando la puerta detrás de él. Pronto, el chirrido de la madera volvió a escucharse, siendo que Mey-rin devolvía la estantería al mismo lugar para ocultar la entrada.
—¡¿Te has vuelto loca?! —la voz de Ciel resonó en la habitación, luego suspiró dándose cuenta del error al subir el tono, pues podría revelar su ubicación—. ¿Cómo se te ocurre amenazarle con una navaja?
Completó de interrogar, esta vez, aplacando el volumen de sus palabras manteniendo en su expresión verbal. La chica lo observó en silencio, un poco conmocionada al creer que lo primero que escucharía sería un sermón por casi herirlo en medio de la adrenalina.
—Él quiso propasarse conmigo y además... —suspiró, mordiéndose el interior de la mejilla, desviando la mirada. No quería exponer el resto de sus razones, menos aquella con más peso.
—¿Y además? —insistió el conde, acercándose a ella.
La joven, muda e impasible, mantuvo la mirada en algún punto aleatorio de la habitación evitando encarar la mirada índigo de su amo, jugueteando con sus dedos tras llevar las manos detrás de su espalda. Ciel apretó la mandíbula, quería la respuesta explícita de ella, escucharla en su propia voz, a pesar de conocer la respuesta de antemano porque claro, él había presenciado la escena.
La diestra del Conde atrapó la mandíbula de la chica entre sus falanges, un agarre firme pero gentil y con un movimiento la forzó a mirarlo. La observó en silencio, conectando sus miradas.
—¿Y además? —repitió en un tono más bajo, casi un murmullo que erizó la piel de la joven. El corazón le latió rápido, apretó más sus manos entre sí.
—Intentó mancillar el nombre de mi amo —respondió, su respiración pesada e intranquila—. No podía permitir eso, no después de que sigo viva gracias a usted.
—¿Solo por eso? —Indagó un poco más, mostrándose complacido ante latente lealtad.
La muchacha respiró hondo, tragando saliva. Con nerviosismo, su mano trémula se posó sobre la muñeca del Conde, rodeándole la extremidad que la sujetaba.
—Y... Porque le quiero —confesó con una articulación inestable.
Alejó la mano del conde poniéndole fin al contacto entre ambos, le dio la espalda colocándose las manos sobre el pecho; como si eso le ayudara a aplacar el ritmo desbocado de su corazón. El estómago le cosquilleaba ¿por qué se sentía así por algo tan banal e improbable? Seguramente él ya no querría verla o se reiría de sus sentimientos tan atrevidos, al menos es lo que ella pensaba.
Ciel avanzó una vez más hacia ella, sujetándola de su estrecha cintura y atrayéndola, pegándola contra su pecho; pasó de un simple agarre a rodearle el torso con ambos brazos, posando la mejilla contra el lateral de su cabeza. La joven retuvo el aire, sin idea alguna de cómo reaccionar ante el repentino contacto. Cerró los ojos, sus mejillas pálidas se tornaron carmesí, el rostro le ardía cuando colocó las manos sobre los brazos del Conde.
—Si me quieres, nunca vuelvas a ponerte en un riesgo así —pidió, apretando un poco más el abrazo—. No se quedará quieto después de lo que hiciste, querrá cobrárselo y por eso estamos aquí. Tendrás que esconderte hasta que su salud decaiga, facilitará las cosas para ambos.
La joven se relamió los labios, sus ánimos menguaron ante el pensamiento de que su accionar había ocasionado muchos más problemas de los que debía resolver en su misión. De todas formas, ese hombre tenía las horas contadas debido al contacto con el compuesto venenoso, ambos lo sabían.
—Tenías razón en algo de lo que le dijiste, y es que siempre voy a protegerte —agregó el Conde, rompiendo con el silencio—. Porque yo también te quiero.
Los ojos grises de la fémina se abrieron más de lo usual, víctima de la sorpresa y conmoción. Su corazón parecía querer escapar de su caja torácica, su pulso se aceleró. Atónita, llegó a creer que estaba en medio de una ensoñación, que había escuchado mal o que él se refería a un simple aprecio laboral. Sí, en su mente, eso debía ser porque... ¿cómo podría ella ganarse el afecto genuino de alguien como él? No lo concebía.
Entreabrió los labios con la intención de cuestionar la exposición de tales sentimientos, pero antes de hacerlo se vio atrapada una vez más contra la pared y la calidez de un cuerpo masculino. Pese a ello, la situación actual presentaba matices en extremo distintos a los anteriormente vividos.
Ya no se trataba de una treta, ni de una eventualidad desagradable y teñida de peligro. Por el contrario, era positiva, inesperada, ocasionaba mariposas en su estómago y el acelerar de un corazón bajo la ilusión del amor.
—Ciel... —farfulló.
Pensó en Elizabeth, en que se trataba de una traición a la dama rubia que la trató de tan buena manera. También en los impedimentos, en que ella fuese una mucama común, una chica con historial criminal extenso y él, un noble, tan estimado como respetado ¿cómo podía ser?
Las dudas se arremolinaban en su mente, paralizaban su cuerpo aún cuando el aliento del Conde, impregnado con el sutil aroma del vino, se mezclaba con el suyo. Envió una corriente por su espina, despertó en ella un anhelo que jamás había sentido.
Ciel esperó unos segundos, otorgándole la oportunidad de darle un fin a la escena, una negativa que jamás llegó; continuó, unificó sus labios, moviéndolos con parsimonia y dulzura.
Ella se tensó, incrédula, poco después sus propios deseos la traicionaron cuando pasó los brazos por el cuello adverso, ladeando la cabeza en busca de seguir con el ósculo, pensando en que los labios de Ciel eran tan tersos como lo había imaginado.
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Interrumpo esta transmisión para hacer un par de preguntas que les agradecería que contestaran, no les tomará mucho. ‹3
1.- En un inicio pensé en mantener esta historia libre de contenido erótico, pero ahora me gustaría conocer la opinión de sus lectoras, ¿les gustaría o no que haya lemon/smut/erotismo/+18?
2.- Estoy por escribir una segunda historia dentro del universo de Kuroshitsuji, ¿Les gustaría leer otra historia en torno a/con Ciel o Sebastían?
(Ciel el tuerto, no el gemelo. A ese lo dejamos para después en el que avance más la obra y entienda mejor las cosas, JAJSJSJ)¡Eso es todo! Muchas gracias por leer, por responder, por sus votos y comentarios. ‹3
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Un Mal Augurio | Ciel Phantomhive |
Fanfiction𖦹──𝐂𝐢𝐞𝐥 | Un día gris, una noche sin luna, el graznar de un cuervo; solo podían ser indicios de un Mal Augurio, algo muy malo. ❝... Y aún así, mi alma te amará incluso después de mi muerte.❞ ──────⊹⊱✫⊰⊹────── Ciel Phantomhive x Lecto...