XVI: Hairstyle

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Ciel Phantomhive jugaba una partida amistosa con su familiar, pero su mente divagaba más frecuentemente de lo que quisiera, provocando que por poco perdiera el juego ¡Que impropio! ¿él? ¿perder en el ajedrez? Eso no podía ser posible pero la derrota fue tan inminente que el estómago se le contrajo.

—Por poco —dijo Edward, entre emocionado pero a la vez mosqueado por el fracaso aún cuando creyó tener la victoria asegurada.

—Solo te daba esperanzas —contrarrestó el ojiazul, tomando la pieza de la reina entre sus dedos, moviéndola entre estos.

A pesar del intento del conde por disimular su descuido durante el encuentro, Sebastían quien permanecía a pocos metros de ellos, notó el espacio mental en el que estuvo sumido su amo, perdido entre sus pensamientos y moviendo las piezas por inercia. De haber estado enfocado en ello, el juego habría sido mucho más corto de lo que fue.

Se preguntó qué lo traía tan pensativo, creía tener una vaga pero muy acertada idea de lo que pasaba por la mente del mortal.

La chica de largo cabello negro y tez pálida permanecía en la habitación de Elizabeth quien estaba encantada con ella, le relataba sus vivencias fuera de Londres, llegando a contarle sobre su madre, su hermano, fiestas y bailes. La joven mucama la oía sin escuchar realmente, manteniendo una sonrisa tenue en sus labios y viéndola cada tanto a través de su reflejo en el espejo.

La sirvienta le ayudaba a colocar los utensilios en su cabello, rollos que mantendrían hermosos rizos dorados estilizados mientras que la dama se hallaba sentada frente a la cómoda, jugueteando con un tenedor al mover de un lado a otro la ensalada de frutas que se le sirvió. Shae quería ponerle atención real, pero su mente divagaba, intranquila, cargada de un desasosiego sin saber por qué.

En su interior era como si algo la apremiaba, la impulsara a moverse a quién sabe dónde incluso sus manos se habían tornado frías. Miraba por la ventana intranquila por unos segundos, casi con temor de que algo llegase a pasar ¿qué era esa sensación tan horrenda que le estrujaba el pecho? Una parte de ella quería manifestar la inquietud pero la otra la contrarrestaba; la creerían una loca si expresaba su sentir que no parecía tener justificación.

—Shae ¿estás bien? —preguntó Elizabeth, sus grandes ojos verdes fijos en la menuda chica de hebras oscuras.

—Sí, sí —respondió de inmediato, intentando sonar lo más natural posible—. Solo divagué, mis disculpas, señorita.

La rubia de alta alcurnia ladeó la cabeza, arqueando una de sus perfectamente perfiladas cejas. No parecía convencida pero tampoco insistió, volvió a fijarse en la ensalada en lo que su cabello era manipulado por los delicados dedos de la mucama.

—¿Qué piensas hacer en tu cabello? —indagó Elizabeth, con la voz levemente ahogada por la fresa que contenía en su boca.

—No lo sé, señorita —respondió la chica, cerrando los broches con cuidado de no tirar del mechón—. No sé de esas cosas, quizás solo una coleta.

Se encogió de hombros aumentando una sonrisa, tratando de transmitir lo poco que le importaba cómo luciría. En su fuero interno, ella quería mostrarse tan fina, hermosa y elegante, a nivel de las damas que visitarían la mansión esa noche pero existían unas cuantas problemáticas; carecía de la presencia de una, no formaba parte de la aristocracia, sería problemático ataviarse con esmero para terminar en sus labores usuales y... Ciel no la miraría ¿por qué lo haría? Nadie la volatería a ver con una preciosidad como Elizabeth iluminando la habitación.

Pese a eso, lo deseaba, anhelaba que la mirada del conde estuviera sobre ella pero no; ella no debía intentar llamar su atención ni él tenía que dársela. Así es como las cosas debían ser, ella se lo repitió reiteradas veces en un intento por grabarlo en lo más profundo de su consciencia.

—¿Qué tal si me dejas peinarte? ¡Lucirás como una muñequita de porcelana! —enunció la rubia, removiéndose de la emoción en su lugar misma que transmitieron sus ojos verdes que refulgían como esmeraldas.

—Pero señorita, sería un desperdicio de tiempo —refutó—. Estaré atendiendo a los invitados ¿para qué algo tan trabajado?

—¡Tonterías! —manifestó—. Tienes que estar preciosa, además, se arruinará el vestido si no lo luces como es debido.

Antes de que la pelinegra fuera capaz de negarse una vez más, la de dorados rizos se puso de pie sujetándola de los hombros haciéndola cambiar de lugares. Ahora, la de inferior rango de encontraba sentada en el taburete con la espalda erguida, su mirada tímida y cohibida mientras Elizabeth soltaba el amarre en su cabello, dejándolo caer por su espalda como una cascada de obsidiana, seguido tomó el cepillo, comenzando a desenredarlo y sacarle brillo.

—Tu cabello es hermoso —le dijo en tanto la peinaba—. Solo le hace un poco más de cuidados y sería la envidia de todas.

Aseguró, guiñándole el ojo viéndola a través del reflejo en el espejo.

—Quedarás hermosa ¡ya verás! —aseguró, su voz cargada de emoción.

—Confío en usted —murmuró la chica pálida, con sus mejillas levemente cálidas.

La chica de tez pálida sonrió viéndose a sí misma en el espejo pensando que quizás, solo tal vez... Ciel la voltearía a mirar, a pesar de los regaños internos que se daba, no podía dejar de lado ese deseo.

—Señorita Elizabeth, ya está casi todo listo, necesitamos que venga a revisarlo —dijo Mey-rin entrando a la habitación con sigilo tras algunas horas desde que Shae y Elizabeth permanecían en solitario.

—Voy en un momento ¡ya casi termino! —declaró, con la voz apaciguada ya que mantenía pequeños ganchos de cabello negro sujetos con sus dientes.

Un Mal Augurio | Ciel Phantomhive |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora