V: La Manzana

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—¿A dónde vamos? —cuestionó Shae, sacando la cabeza por la ventanilla del carruaje, sintiendo la brisa contra el rostro. No había nada que ver además del bosque, por lo que no tardó en acomodarse en el asiento.

—Al mercado de Londres —contestó Bard, cruzándose de brazos con una sonrisa en sus labios lo suficientemente amplia para dejar ver sus dientes.

—¿A qué? ¿Por qué tenemos que ir todos? —preguntó ella, jugueteando con el moño de la cinta que le ceñía la cintura.

En el lugar que trabajó antes, su señora no tuvo nunca un gesto como ése; ni con ella, ni con ninguno de los sirvientes. A pesar de lo bien que hacían sus tareas, siempre les miraban con desdén.

Debido a la salida de la mansión, Sebastían le había entregado un vestido sencillo de algodón, azul marino con detalles en dorado, simple pero con encanto. Si miraba a Mey-Rin se daba cuenta que mientras a la pelirroja le dieron ropas apropiadas para una dama, las de ella le hacían parecer poco más que una chiquilla. Luego pensó que no podría usar nada más, se vería ridícula con un vestido destinado a realzar las curvas de una mujer. Curvas que ella no tenía.

—Cada cierto tiempo, acompañamos al amo porque nos comprará regalos o cosas que necesitemos; ¡Puedes elegir lo que desees! —respondió el jardinero, con su par de orbes verdosos resplandeciendo por la alegría acumulada en él.

—Lo que desees —resopló el cocinero, arrugando el entrecejo.

No parecía contento, Shae no preguntó la razón. Mas la verdad es que Bard constantemente elegía revistas para adultos que Ciel Phantomhive nunca aprobaba y le exigía su devolución. Así que volvía a casa con un par de botas nuevas, una caja de cigarrillos de la mejor marca pero no tan contento como lo estaría con una revista con páginas llenas de fotografías de féminas.

—Le harán arreglos a mi sombrero —comentó Finny, quien llevaba su usual sombrero de paja detrás de la nuca como era costumbre en él.

—Yo necesito anteojos nuevos —habló Mey-Rin, señalando el cristal roto del anteojo derecho.

Shae intentó pensar en algo que le hiciera falta pero no encontró nada en su lista de deseos. Tan solo aceptaría lo que el Conde quisiera comprarle, no tenía ningún deseo en específico que cubrir, ni poseía discapacidad alguna para necesitar algo que le ayudase con su calidad de vida.

El resto del camino fue en silencio, ninguno de los cuatro dijo la gran cosa. Ella, solo cerró sus ojos e intentó rememorar el rostro de su madre pero no podía recordar los momentos felices que vivió con ella, pues el grotesco escenario que presenció tras su asesinato seguía colándose en sus pensamientos, llenándole las noches con pesadillas.

Las carruajes se detuvieron en la ciudad; Sebastían y Ciel bajaron de uno. Mey-Rin, Bard, Finnian y Shae bajaron del segundo. Los cuatros permanecieron en un mismo lugar para después seguir de cerca a su amo.

Habían basado cinco días desde el incidente de las escaleras por lo que el tobillo de Shae estaba mucho mejor pero se aseguraba de no hacer mayor esfuerzo o sentía pequeñas corrientes de dolor. En estos días se la pasó ayudando a Mey-Rin en la lavandería, fue útil para que ella no gastara medio frasco de suavizante en una lavada puesto que sus lentes defectuosos no le permitían leer bien las instrucciones.

Otro día ayudó a Bard en la cocina, haciendo un postre extraño que a él se le ocurrió y pudo evitar que él se pusiera creativo con sus métodos alternativos, pero vaya que le costó, el rubio podía ser increíblemente terco. Con respecto al postre, Sebastían dijo que podía llamarlo lo más decente que hizo en semanas, y como para nadie era un secreto el gusto de su amo por los dulces, Ciel lo comió sin rechistar. Bard se la pasaba hablando con egocentrismo de cómo se le ocurrió la receta desde entonces.

Un Mal Augurio | Ciel Phantomhive |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora