VIII: Murmullos

1.6K 268 10
                                    

Shaena despertó con las primeras luces del alba colándose por su ventana, miró al horizonte disfrutando de la belleza en los colores del firmamento. Lo asemejó con el lienzo de un artista donde los colores cálidos transmitían la naturaleza pura de sus sentimientos, difuminados, mezclándose unos con otros en una combinación única y maravillosa.

Salió de la cama estirando su espalda, los brazos y haciendo ejercicios para su tobillo; lo movía con lentitud, estimulando la articulación luego lo masajeó por unos minutos.

Tomó lo necesario para dirigirse al baño de ése mismo piso donde encontró a Mey-Rin que se peinaba el cabello húmedo frente al espejo. Shaena no podía evitar sentir cierta envidia por las formas femeninas que poseía, en lo que ella parecía no atravesar la pubertad.

—Buenos días —se dijeron al unísono seguido de una agradable risilla.

Mientras Mey-Rin se ajustaba el corsé del vestido, Shaena se despojaba de sus ropas para dormir.

La mayor le ayudó a colocarse el uniforme una vez que terminó su aseo personal, esa mañana se ató el cabello en una coleta alta sujeta con una cinta negra que pertenecía a un moño del vestido. Se vendó el pie como le indicó Sebastían antes de calzarse los zapatos negros.

Ambas chicas dejaron el cuarto de baño listas para sus tareas del día. Shaena caminó detrás de Mey-Rin hasta la cocina donde Sebastían ya esperaba con el desayuno del Joven Amo en una bandeja, el último en acudir a la reunión de rutina fue Finnian a quien se le notaba lo adormilado que estaba, incluso le costaba mantenerse con ambos ojos abiertos.

Ése día se dedicaría la limpieza de las habitaciones desocupadas de la mansión, desempolvando, cambiando las sábanas que no habían sido usadas luego llevar todo a lavar. Pensó que Sebastían los regañaría por la vela que dejó en la cocina pero él no hizo comentario alguno sobre el hallazgo, tampoco se hallaba allí para esas alturas.

Shae se pasó todo el día en lo encomendado; quitaba las sábanas sin usar pero ya empolvadas, abría las ventanas mientras limpiaba. Ponía nueva indumentaria a la cama, dejándola perfecta para los visitantes que seguramente no habría.

El día se escurrió entre sus dedos llevando a cabo esa tarea, a penas tuvo tiempo para sus comidas pero el tobillo no le dolió, una buena señal después de todo. Así mismo, no le molestaba hallarse ocupada. Estaba en el patio trasero colgando las sábanas recién lavadas en una cuerda para dejarlas secar cuando percibió un movimiento extraño en el bosque.

Vio una sombra pasearse entre los arbustos, ella se quedó en silencio y lo más quieta que pudo con la mirada en aquél punto oscuro. Sintió una brisa fría que de allí nacía, la embargó y el viento le susurró al oído pero ella no fue capaz de entender los murmullos. Cada vello de su cuerpo se erizó y sus dedos se sintieron helados, como si los hubiera sumergido en la nieve.

En su pecho el mismo frío se extendió como si una criatura viscosa despertara removiéndose de un lado a otro, los murmullos se volvían más claros pero seguía sin comprender el significado de las extrañas palabras articuladas por una voz femenina que desconocía.

Dejó caer la cesta vacía donde llevó lo que debía tender. Caminó hacia el bosque hipnotizada por la melódica voz que le hablaba sin ella comprender una sola palabra pero su caminata no se extendió demasiado.

Finnian le colocó una mano en el hombro, sacándola de la ensoñación en la que se vio sumergida. Al mirarlo ella tenía los ojos muy abiertos, la respiración irregular y se encontraba un tanto desorientada.

—¿Finny? ¿Qué sucede? —cuestionó ella, él la miraba entre extrañado y preocupado.

—Te llamé varías veces pero no parecías escuchar ¿te pasa algo? —la miró con atención, buscando algún signo de malestar pero no halló nada.

—Y-yo... No... Es que... —se lamió los labios, no sabía qué responder pues si le decía le verdad ¡parecería una loca!—. Vi un ciervo, era muy bonito, quería ver a donde iba.

Le mostró una sonrisa, la más genuina que pudo gesticular. Finnian asintió, la duda en sus ojos desapareció.

—¿Para qué me buscabas? —le preguntó tras recoger la cesta mientras ambos caminaban de vuelta a la mansión.

—¡Oh, sí, cierto! —exclamó—. Sebastían me ha mandado por ti, te espera en el salón pequeño del segundo piso con el Joven Amo.

Por poco dejaba caer la cesta otra vez.

Un Mal Augurio | Ciel Phantomhive |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora