El corazón le latió con fuerza tan pronto como su espalda colisionó contra las suaves sábanas del mullido colchón. La joven fijó sus ojos grisáceos en las manos del conde, que ágiles desabotaban la camisa que lo vestía.
Ella exhaló el aire que sin querer mantuvo retenido, esbozó una sonrisa tan pronto como el torso del aristócrata fue descubierto. Ciel se deshizo de sus guantes mordiendo la punta de los falanges y extrayendo la mano, dejándolos caer al suelo. Por su parte, ella se sacó los zapatos con sus propios pies, recogió las piernas contra su torso de modo que exponía una pequeña parte debajo de su falda justo donde terminaban sus medias y se exponía la piel del muslo.
Él sonrió observándola, aproximándose a ella y acomodándose sobre su cuerpo. Ella se dejó hacer, pero manteniendo el peso sostenido en los antebrazos para mantener su cabeza elevada y poder tener acceso a los labios del chico. Ciel, apoyado en sus manos se detuvo a centímetros de la boca femenina, sus alientos se entremezclan, el calor de sus cuerpos incrementa.
Ella posó su mano sobre la mejilla del Conde, aumentando la longitud de su sonrisa. Ciel miraba fijamente sus labios pero cambió su punto de atención, perdiéndose en esos ojos de color plata.
—Te deseo, ¿pero será correcto? —preguntó, un deje de preocupación sobreponiéndose a la lujuria. El último atisbo del buen juicio.
—Podrá ser incesanto, un acto de necedad y codicia pero jamás erróneo, mi preciosa dama —respondió el conde. Su tono solemne sin cavilaciones fue el último soplo que necesitó una pequeña llamada para convertirse en un fuego desmedido que los consumiría hasta los cimientos.
Las palabras fueron selladas con un fogoso beso, cuyos componentes no se limitaron a la excitación y deseo carnal sino que iba mucho más allá de la necesidad de cercanía. Era un pacto silencioso que fue sellado con la colisión de sus bocas.
Poco a poco, la ropa junto pudor desaparecieron en medio de caricias y suspiros. El Conde se tomó el tiempo de besar la pálida piel de la chica, desde las mejillas hasta el cuello, desde las clavículas hasta sus senos y descendió aún más, llegó al vientre, proporcionó besos debajo del ombligo deteniéndose por unos segundos a elevar su mirada hasta el rostro acalorado de la joven.
Ella lo observaba, un breve temblor cruzó su cuerpo. Movió la cabeza, asintiendo, de forma que le otorgó el consentimiento a la vez que hundió sus delgados dedos en las hebras del noble, guiándolo hasta su piel.
Él sonrió, mantuvo la mirada elevada, fijándose en ella aún cuando usó la lengua, enterrándola entre los labios superiores de su sexo; toqueteó los inferiores, acarició el capuchón del clítoris y terminó con un beso en el monte venus. Ella suspiró, mordió su labio inferior y sus cejas se curvaron hacia arriba, una expresión que denotaba el placer adquirido.
Ciel degustó el salino sabor de sus fluidos, en su mente no había nada a qué podría comprar la particular pero agradable experiencia. Ahora más confiado le colocó las manos en las rodillas, haciendo que las separase, exponiendo más su vulva. Retomó la faena, conectando su boca con la feminidad de la chica, movió la lengua contra y sobre los pliegues, succionó con sutileza, antes de atrapar entre sus dientes el pequeño montículo.
La joven arqueó la espalda, apretó las sábanas entre sus dedos mientras que de su boca articuló gemidos de placer cada vez de mayor volumen. Cerró los ojos, centrándose en sentir, permitiéndose disfrutar, dejando de lado todo aquello que no fuese tal sensación exquisita. El chico sumido en su faena con la excitación desbordando de su cuerpo, manifestándose en una dura erección casi dolorosa.
Deslizó su lengua aún más abajo, frotándola y tanteando la entrada de la vagina. Delineó el estrecho agujero para después forzar su lengua en el interior moviéndola en oleada, le sujetaba de los muslos evitando que los movimientos involuntarios a razón del placer le alejaran de su boca.
Ciel nunca pensó en lo mucho que le gustaba su nombre, ahora sabía que le encantaba al ser pronunciado en gemidos por la boca de su amada.
Ella sintió el placer generar oleadas intensas que quemaban bajo su piel, que le impedían mantenerse quieta, que humedecían su entrepierna, la hacían cosquillear en necesidad. Un nudo se formó en su vientre bajo, la tensión cada vez más fuerte en un disfrute casi tortuoso.
Cerró las piernas de golpe, apresando la cabeza del noble entre sus muslos. Dejándose ir, sudando, agitada. Gritó el nombre de él en medio de su éxtasis, espasmos en su torso y en el interior de su sexo.
Ciel le acarició las piernas, las separó apartándose con un hilo de fluidos conectando sus labios con la entrepierna de su amada. Se relamió los labios con una sonrisa, y se dedicó a propinar pequeños besos en sus muslos.
—Te ves tan preciosa —comentó viéndola de reojo.
Tan improlija; la transpiración, el cabello desorganizado, su respiración pesada, labios hinchados por haberlos mordido, por los besos compartidos y aquél rostro rojizo. Era el desastre más majestuoso que había tenido el deleite de observar.
—No mejor que verlo entre mis piernas, Joven amo —respondió, sonriendo—. ¿Aún tiene sed?
—¡Que atrevida! —reclamó riendo.
Casi como una pequeña venganza, el conde acarició con delicadeza la sensible vulva de la joven que se removió ante el repentino toque pero en cuestión de segundos introdujo uno de sus dedos. Ella retuvo el aire, fijó sus ojos en la mano del conde. Al elevar la mirada vio que él la observaba fijamente, estudiaba sus reacciones. Ella movió su pelvis, en una seña muda de que continuara.
Apretó los labios y separó sus piernas un poco más, acomodándose mejor. Ciel sonrió, movió sus falanges dentro hacia afuera mientras que con la mano libre acariciaba su pene, calmando un ápice de sus ansias.
Agregó un segundo, percibió un poco de resistencia así que esperó unos segundos antes de seguir con pequeños movimientos lentos, atento a las reacciones de la fémina.
La tarea llevó varios minutos, él se dedico a mover los dedos en el interior de la chica, variando su número entre uno y tres, dilatando, preparando sus músculos mientras que el pulgar daba toques en el punto de más placer en la vulva. Ella, entretanto, le estimuló masajeando su pene de arriba hacia abajo una vez que él se acomodó a su lado.
—Hazlo —pidió ella en un susurro, tomándole de la muñeca.
El noble obedeció, levantándose de la cama. La tomó a ella de las piernas, dejándola al borde del colchón. Una vez allí, colocó la izquierda para ubicarla sobre su hombro. Guió su miembro erecto hasta la vagina, acarició, y empujó levemente.
Ella arqueó la espalda e hizo una mueca demostrando la incomodidad. Él se detuvo, esperó que ella le indicara que podía seguir. Así lo hizo con un susurro.
Ciel suspiró, deslizó su falo por los labios de la joven, impregnándolo con sus fluidos. Nuevamente intentó entrar, más lento, firme, enfocándose en mantener el trayecto sin que la dificultad de entrar en el estrecho agujero entorpeciera el cometido.
Se detenía, empujaba, retrocedía, y reintentaba. Manteniendo su atención en las expresiones de la joven. No quería lastimarle, así se mantuvo por unos pocos minutos hasta que entró en su totalidad. Se mantuvo quieto, dentro de ella, siendo engullido por el tórrido interior húmedo de la joven.
Ella sonrió, sintiéndose llena, llegando a la máxima consumación carnal de los sentimientos que se profesaban.
—Te amo —pronunció ella, rodeándole la cadera con las piernas.
—Yo también te amo —respondió, desde el fondo de su corazón.
Ambos se vieron a los ojos, vieron sus almas y la sinceridad de sus palabras.
No obstante, había un dolor en sus corazones. Escondido, una simple puntada eclipsada pero que ellos sabían estaba presente, que manifestaba su trágico amor, el mal augurio que el destino cernía sobre ellos.
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Un Mal Augurio | Ciel Phantomhive |
Fanfic𖦹──𝐂𝐢𝐞𝐥 | Un día gris, una noche sin luna, el graznar de un cuervo; solo podían ser indicios de un Mal Augurio, algo muy malo. ❝... Y aún así, mi alma te amará incluso después de mi muerte.❞ ──────⊹⊱✫⊰⊹────── Ciel Phantomhive x Lecto...