XIX: Baile

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La música resonaba en los oídos de la joven que plácida caminaba por los pasillos de la mansión hasta la cocina, donde diversos platos esperaban para ser servidos, cubiertos, protegidos de cualquier impureza que pudiera arruinarlos. Los acabados lucían tan perfectos, elaborados, que llegaba a ocasionarle cierta tristeza tener que mancillar una porción.

Para diferenciar con más facilidad cuál de los cortes fue adulterado, eliminando cualquier grado de error, colocó coronillas de frutas distintas que contrastaran con el dulce del merengue; una fresa y una frambuesa. Siendo que la primera sería la dirigida al conde a quien servía.

Esparció el polvo mortal sobre el postre; como primer paso removió la crema, aplicó el compuesto y con ayuda del utensilio de repostería correspondiente, la volvió a su lugar para cubrir la sustancia que lo llevaría a la tumba en unas cuentas horas. Por último, posó las bayas como adorno.

Suspiró, sus manos temblaron al colocar ambos platos sobre la bandeja de plata. Se aseguró de guardar bien el "polvo compacto" que sería su fiel acompañante, o más bien, socio de esa velada.

Caminó de vuelta al salón con la bandeja entre las manos, la espalda erguida. Su éxito en la misión aún no era un hecho pero llegaba a sentirse complacida de estar en el camino correcto, de esa forma, el conde ya no tendría motivos para tanta molestia dirigida a ella, le demostraría que era útil y no un fiasco como seguramente estaría pensando tras lo ocurrido poco tiempo atrás.

Al acercarse a ellos, hizo una reverencia pequeña, poco pronunciada y miró a los ojos del conde, luego fijo sus ojos momentáneamente en el postre con la fresa, comunicándole sin palabras cuál de los dos debía consumir. Ciel, estaba atento a la joven por lo que comprendió el ademán. Siguiendo con la conversación, tomó el plato y se llevó la primera cucharada a los labios.

—Muchas gracias —le dijo Ciel, mientras Mason tomaba la porción restante—. Ya puedes retirarte.

—Espero verte luego —interrumpió Mason, antes de que la sirvienta pudiera volver a sus quehaceres en la velada—. No te pierdas mucho ¿vale?

El hombre, como un gesto cariñoso; deslizó sus dedos sobre el mentón de la joven pálida, un toque gentil y cálido. Con sorpresa abrió los ojos un poco más, limitándose a mover la cabeza como afirmación. Ciel observó la escena en silencio, apretando la mandíbula y el utensilio entre sus falanges.

—Si me permiten, tengo que retirarme —indicó, haciendo una reverencia, seguido se dio la vuelta.

No podían verla pero caminaba con el entrecejo fruncido ¿quién se creía para dedicarle frases junto a un lenguaje corporal que podía malinterpretarse? ¿él realmente pensaba que era solo una pobre mucama con delirios de ser rescatada de la pobreza por un aristócrata? ¿la creía así de estúpida? Ella conocía bien cómo terminaban ese tipo de historias. No había forma de verse encandilada por ese tipo de accionar, muy a pesar de la belleza que ese hombre poseía.

Teniendo la bandeja en uso, fue hasta la mesa donde se encontraban los bocadillos para empezar a llevarse los platos vacíos, asegurarse que nada se hubiera derramado y repetirse mentalmente cuales platillos necesitaban ser repuestos. Así mismo, tenía una excusa para vigilar un poco más a su víctima, dándose cuenta que solo había consumido una mísera parte del postre.

Debía de comer más, ese pequeño ápice no bastaría para quitarle la vida. Tal vez solo aceptó el dulce para congraciarse con el conde, platicar con él un poco más, no por interés real. Volvió a ponerse nerviosa en su fuero interno aunque su exterior se mantenía apacible. Tenía que idear una forma más efectiva de llevar a cabo su cometido ¿pero cuál? ¿Qué podía hacer?

Caminó de vuelta a la cocina con la bandeja cargada de platos sucios, en el camino se encontró a Mey-rin, quien se dirigía a trapear el contenido derramado de una copa.

Un Mal Augurio | Ciel Phantomhive |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora