La gloria en la tierra

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[continido sexualmente explícito y pasional]

Armando me vuelve tan vulnerable, tanto así que no puedo resistirme a sus caricias ni sus besos. A veces me da miedo que seamos tan explosivos, que por todo nos irritamos, sobre todo Armando. Pero aún así lo amo, me encanta como me besa, como me toca. Sus manos tan grandes, fuertes y varoniles me vuelven loca.
Comienza a deshacerse de mi camiseta, luego de mis sujetadores, yo me descargo de su camisa dejando al descubierto su hermoso y dormido torso, aquella espalda que me encantaba recorrer y acariciar.
—Beatriz, usted me encanta. — le oigo decir. — Me encanta su cuerpo, el aroma que despide, sus curvas, su labios, ese sabor a fresa que siempre dejan en los míos.  — Todo esto me lo decía en el oído, palabras que me hacían estremecer, mientras posaba sus labios por todo mi cuerpo, tocándolo con devoción. —Amo que mi cuerpo te guste.  Tú también me encantas, amo como tocas, que me beses y seas tan delicado.

La performance de sus cuerpos rozándose era tocada  por la luz del atardecer que se dejaba ver a través del ventanal de la habitación.
Armando sobre el cuerpo menudo de Beatriz comenzaba con aquel juego previo en el cual el deseo era protagonista, con su miembro sediento por acomodarse en el húmedo hueco, que también reclamaba el suyo; con pequeñas y delicadas rotaciones ocasionadas con su lengua iba encendiendo la llama del placer, ese placer que a Beatriz le encantaba y hacia estremecer. —No se detenga, doctor. — decía, mientras acariciaba su cabello. A la muchacha le encantaba llamarle así en sus momentos íntimos. —siga así, rápido, por favor. —suplicaba.
Él continuaba haciendo eso con su lengua, pero además comenzó a besar y succionar su vulva suavemente, preocupándose de que ese momento fuera placentero para ella y que no hubiese incomodidad alguna. En cuanto a Armando, a aquél le encantaba probar su centro, tenía un sabor completamente particular. —Por favor, penétreme, doctor. —Mendoza al escuchar aquello se incorporó quedando frente a ella—Hágame suya, pero hágalo como lo hacía con sus modelos, con desespero, sin pensar en nada más que en este momento. Demuéstrame cuánto me ama. — susurró entre respiraciones.
El libido de Armando y sus ganas por acabar dentro de ella eran tantas que son decir palabra procedió a cumplir con los deseos de su Betty.
Beatriz se encontraba muy receptiva y húmeda esperando por aquella embestida firme y decidida de parte del señor Mendoza; y así fue como sucedió: primero suave, lento y delicado; luego una vez dentro de su centro, ella se acoplaba a sus caderas y él daba giros circulares rápidos y certeros. Después rápido y duro; tomando las caderas de su mujer para que aquellas embestidas fuesen más efectivas y placenteras.
Así fue como continuaron su encuentro aquella tarde cartagenera, dónde el único testigo de aquello era ese atardecer que los envolvía y, por supuesto, esas cuatro paredes que los acogían.

Una vez que su travesía acabó ambos quedaron desnudos tendidos en la cama, Beatriz tenía apoyada su cabeza sobre el regazo de él. Estaba pensativa, por lo que no le fue imposible el exteriorizar su inquietud:
—¿Realmente me amas? — consultó mientras jugaba con un mechón de su cabello y lo miraba hacia arriba. —Mi amor, ¿en serio me estás haciendo esta pregunta? Sobre todo luego de lo que acaba de pasar. — Lo siento, Armando. Es que he pensando que cada vez que discutimos o estamos en desacuerdo con respecto a algo siempre «arreglamos» esas diferencias en la cama. Eso mismo hacían tú y doña Marcela… entiéndeme, yo no quiero ni por un segundo parecerme a ella. — Pero, ¿a qué viene eso? —  Armando estaba genuinamente confundido, después de todo lo que había pasado con mayor razón. — juro que a veces no logro entenderte, Betty ¿Acaso crees que voy a compararte a ti  con Marcela? Claro que no, mi picarona. Tú eres a quien amo, eres todo lo contrario a lo que antiguamente escogí en mi vida, aquello que me da paz, tranquilidad; no quiero que lo dudes ni por un segundo de mis sentimientos por ti. 

Sé que a veces puedo resultar desconcertante y hasta cansona para Armando, sin embargo creo que aún me falta mucho para recobrar la confianza en esta relación y sobre todo en mí. A veces siento que no soy lo suficientemente atractiva para él, o peor aún, que en cualquier momento él se aburrirá de mí y de mis inseguridades. Yo lo amo, lo amo con todo mi corazón, viviría para que él jamás se sienta solo, porque sé que él tampoco ha pasado por cosas agradables en su vida. Sé muy bien que en varias ocasiones me ha dicho que soy muy importante para él, que lo hago sentir bien, amado y contenido pero a pesar de todo a mí siempre vuelven estos fantasmas.
—No quiero que llegue el día en que te aburras de mí me dejes. Por favor, Armando, si esto algún día sucede dímelo, me hará menos daño que enterarme por terceras personas. — un nudo rígido y latente se apoderó de su garganta. Tenía ganas de llorar, últimamente estaba tan emocional y ni siquiera entendía el porqué.
Armando percibió el quiebre de su voz y se apresuró a decir:
—Mi Betty, por favor, no se ponga así. Nunca en mi vida he sido tan feliz como contigo, yo ya no logro imaginar mi existencia sin ti a mi lado, de verdad que me siento muy impotente al sentir que tú no crees en mis palabras. Ya no sé qué más hacer para convencerte de lo contrario. —dijo acariciándole su seno izquierdo mientas le propinaba pequeños besos en su cabeza. Al terminar sus palabras Beatriz se incorporó en la  cama y le dijo:
—Quiero que me ames así como cuando estabas con tus modelos, con desesperación, deseo y lujuria.  No quiero nada suave, ni sutil. Necesito sentir que me deseas de la misma manera en que deseabas estar con ellas.
A Armando la idea de volver a tener relaciones con ella no le disgustaba, es más, en ocasiones él podía ser tan lujurioso como era su Betticita. —Ah, con que la doctora quiere jugar duro. Vamos a jugar duro entonces. —dijo mirándola con ojos picarones.
A partir de allí, fue como si otro Armando tomara el lugar, pues tomó firmemente a la muchacha entre sus brazos, comenzó a besar y succionar su cuello, posando su lengua por cada centímetro de su cuerpo, su respiración era profunda y agitada.
Ante los roces linguales de su amado, Beatriz se estremecía y luego de un empellón la hizo caer hacia atrás dejando su cuerpo bajo el yugo del suyo. Masajeando sus senos con ambas manos decía:
—No sabe mi doctora lo que amo estos meloncitos sobre todo porque son solo para mí. — exclamó mientras llegaba a la altura de ellos para besarlos; le encantaba estimular sus pezones con la lengua, especialmente, porque a Beatriz le enloquecía que lo hiciera.
Más tarde bajó hacia su abdomen y comenzó a realizar el mismo ritual de besos y succiones, mientras que ella se retorcía del placer; Beatriz dio así paso al miembro de Armando, el cual reclamaba el inminente encuentro con su centro de placer. 
Cuando Armando introdujo su pene en la humedad de su querida Beatriz, comenzó a dar embestidas fuertes, repetidas y oscilantes. Una y otra vez sin parar, cada vez más rápido y fuerte; sus respiraciones eran cada vez más agitadas, mas de pronto toda la situación dio un giro inesperado: luego de que Beatriz estuviese sometida a los caprichos de Armando fue ella quien dio un empellón a su pareja, dejándolo bajo suyo; se montó en sus caderas, tomó entre las manos su miembro y lo introdujo en su intimidad. Comenzó a cabalgar sobre él provocando movimientos cosquilleantes, deliciosos y enloquecedores. Los saltitos que daba eran cada vez más fuertes y rápidos, acomodándose con movimientos circulares, los cuales provocaban el delirio de su doctor. —Betty, por favor, no se detenga.—suplicó.
Las palabras de él la alentaron a continuar con su vaivén subiendo de arriba abajo rápido y firme con movimientos circulares, los cuales estimulaban deliciosamente el pene de Armando; así continuó por mucho tiempo hasta que un ronco quejido le anunció que su cometido había sido cumplido. Mendoza se incorporó quedando frente al rostro de Beatriz. Escrutó todo su cuerpo detenidamente  y detuvo los ojos en sus labios carnosos color rosa; sus respiraciones agitadas eran palpables, ambos percibían el aliento del otro. Así se quedaron, observándose y acariciándose: ella mimando sus mejillas y su espalda sudorosa, él tocando sus labios con los dedos y llevando posteriormente estos  a su boca, en un acto de poder absorber aquel sabor particular que ellos despedían.  No era necesario decir palabra alguna, todo era comunicación no verbal, pues el tiempo se detenía cada vez que ellos estaban juntos; ambos se amaban con tanta intensidad, tanta devoción y ternura.  Jamás en la vida Armando había vivido una experiencia tan excepcional ¿Tener relaciones con alguien que amaba y que lo amaba con la misma intensidad? Por supuesto que para él era la gloria en la tierra. No necesitaba nada más, y por eso, a veces le angustiaba la idea de que ella no se sintiera lo suficientemente mujer para él.
Posteriormente a aquella escena enternecedora, Armando volteó a Betty dejando en primer plano el traste de ésta, le propinó pequeños golpes en las nalgas provocando en ella quejidos que no eran sino de placer y deseo. Armando se posicionó detrás de ella dando paso a su pene por su estrecha cavidad, así delicadamente cuidando de no dañarla, otorgando de esta manera masajes para potenciar esta experiencia. — Ay, aaah. —se quejaba Beatriz. Él sabía que lo estaba disfrutando, por lo que se acopló a su espalda abrazándola desde el abdomen bajo y provocándole empellones firmes y rápidos mientras que con su boca succionaba sus hombros, y con aquella mano que no estaba sosteniendo su cadera tomó su seno izquierdo, jugando con su pezón.
—Más fuerte, por favor, doctor. Necesito terminar. — insistió. Su voz era entrecortada y su respiración estaba al máximo. Sin duda alguna este encuentro resultó ser toda una maratón de cardio a domicilio.  Armando, como siempre cumpliendo sus deseos y órdenes, obedeció. Y así fue como arremetió una y otra vez con más fuerza y determinación hasta que ambos acabaron en un quejumbroso y liberador quejido que era el sinónimo de una velada llena de placer.

Luego de su segundo round, como era esperable,
quedaron rendidos, tendidos en la cama abrazados y dándose arrumacos.   Armando daba pequeños roces en el abdomen descubierto de su amada Betty, ella cerraba sus ojos en señal de aprobación. Cuando este pasaba sus manos acariciándole el vientre pensaba en lo que siempre era motivo de discrepancia entre ellos: un posible hijo. Debía reconocer que la idea no le era del todo indiferente, que ser padre es algo que siempre supo que debía cumplir y qué mejor que hacerlo con su Betty, porque, a diferencia de Marcela, le entregaba toda esa paz y estabilidad que siempre buscó. Muchas veces se cuestionó si sería posible seguir una rutina con la persona que se ama, incluso una vez se lo preguntó directamente a Calderón y este le dijo que nadie era capaz de estar rutinariamente con la misma persona, menos alguien tan inestable como él. Aunque hoy por hoy él estaba seguro que Beatriz es la mujer con la que quiere pasar el resto de sus días.
Dios mío, jamás pensé que fuera posible sentir tanta felicidad y plenitud con una sola persona. Beatriz es una mujer maravillosa, la amo, la amo con todo el corazón. Me gustaría que lo entendiera, que soy capaz de pasar el resto de mi vida a su lado y jamás cansarme de cuidarla, de protegerla; de acostarme a dormir a su lado hasta que la luz del día nos encuentre abrazados descansando.
De pronto Beatriz giró su cabeza en dirección a la del doctor, razón que provocó sacarlo de sus pensamientos. —¿En qué piensas, cielo? — pronunció intrigada, al tiempo que le daba suaves caricias en su mejilla con el dorso de su mano.  — Estoy pensando en lo afortunado que soy de tener en mi vida a una mujer tan maravillosa como tú. Beatriz, es que tú no logras dimensionar todo lo que la cambiaste; lo importante que eres para mí.
Luego de aquel tierno momento, el doctor Mendoza decidió que sería una buena idea salir a caminar por la orilla de la playa. —Betty, ¿Te parece si vamos a caminar un rato? El clima y la tarde están deliciosas para eso. — le invitó. —Ay, ¡claro que sí! Ya mismo me voy a la ducha. — cuando se levantó de la cama, Armando hizo lo propio, no sin antes darle una palmada en el trasero.

Luego de un rato ya estaban listos para salir a disfrutar de la cálida noche; Beatriz, por su parte, llevó en una bolsa una manta, toalla y otras cosas  por si acaso era necesario. Como el edificio donde Betty se alojaba estaba a unos metros de la playa decidieron ir caminando. — La noche está realmente maravillosa, muy agradable. —dijo Armando. — Así es. Y se vuelve aún más maravillosa con tu compañía. —complementó Beatriz.
Amo a este Armando descomplicado, sencillo y feliz. Que irónica la vida, él teniéndolo todo para ser feliz: gallardía, belleza, dinero y sobre todo mujeres para escoger; se fijó en mí, alguien completamente alejada del mundo en el cual él suele desenvolverse, sin apellido importante, una familia sencilla y de esfuerzo… Eso habla muy bien de él: un hombre para nada clasista, noble, pero por sobre todo reafirma lo que siempre he pensado: el corazón no sabe de clases sociales. A veces creo que todo lo que estoy viviendo con Armando es un sueño del que no quisiera despertar; me hace tan feliz estar a su lado…



—Mira estas estrellas, el cielo está más nítido y bello que nunca. Acerquémonos a la orilla, el mar debe estar delicioso. —sugirió Armando. Segundos después la tomó de la mano y la llevó a la orilla, sumergieron sus pies hasta los tobillos, mas el agua estaba tan agradable que él quiso seguir avanzando. — creo que sí quieres ir más adentro sería bueno deshacernos de la ropa. — dijo Betty intuyendo las intenciones de su doctor.
Retrocedieron un poco hacía donde habían dejado la manta y el bolso de Beatriz, ella se quitó el vestido y armado hizo lo propio con su vestimenta. Cómo era tarde, ya casi toda la gente había hecho abandono de la playa yéndose a disfrutar al restobar que estaba a unos metros de ella; por lo que haberse quedado en ropa interior no les significaba problema alguno. Armando se quedó únicamente con sus bóxer y Betty con un bello conjunto blanco de lencería con encaje.
—Ahora sí.— dijo ella, mientras corría feliz hacia el mar. Armando la persiguió hasta alcanzarla, y cuando lo hizo, la tomó entre sus brazos y la llevó mar adentro.
La majestuosa masa oceánica aquella noche estaba tan calma y quieta en complicidad con su felicidad. Aquella que ambos deseaban no terminara nunca. Luego de varios minutos disfrutando de las profundidades del mar, Mendoza comenzó a lanzarle agua hacia el rostro en  tono de juego, no obstante, ella comenzó a desesperarse. —No, por favor, Armando. No sé nadar, me asusta el mar. Aunque, me atrevo solo porque está noche está bastante quieto, además te tengo a ti a mi lado. —Ay, pero yo le puedo enseñar a mi doctora. No es difícil. —la tomó de la cintura atrayéndola hacia sí y preguntó:
—Betty, hace tiempo que tengo ganas de preguntarte algo… ¿A dónde te gustaría viajar pero aún no has podido?, más bien, ¿cuál es tu destino soñado? —La chica estaba totalmente desconcertada, ¿A qué venía eso? Sin embargo, no tardó en responder — Ay pues a mí me encantaría conocer Francia y Europa en general. Esos paisajes se me hacen tan divinos y románticos, ¿Por qué? — culminó. — Pues porque a mí me encantaría llevarte de paseo hacia allá. Podríamos visitar varios lugares, una semana y media, la torre Eiffel, el puente de los enamorados, Interlaken en Suiza... ¿Qué dice mi picarona? ¡Tin!— tocó la punta de su nariz mientras sonreía ofreciendo la propuesta. Beatriz abrió sus ojos como platos, no podía creer que lo que estaba escuchando era cierto ¿En serio no era un sueño, de verdad el doctor Mendoza le estaba haciendo ese ofrecimiento?  — Ay, ay, Armando ¿Es real lo que me estás proponiendo? Yo encantada voy contigo a donde quieras llevarme. — se colgó de su cuello y entrelazó sus piernas en las caderas de él, lo besó repetidas veces y luego recordó — ¡¿Tu hermana Camila no vive en Suiza?! Me encantaría ir a visitarla y conocerla ¿podemos ir a verla? — Armando se quedó pensativo por unos segundos, hace mucho tiempo que no veía a su hermana. — Claro que sí. Estoy seguro de que a ella le encantará conocerte. —respondió con su rostro entre las manos, estando nariz con nariz, mirándose y recibiendo el sereno oleaje nocturno. — Armando a veces siento que me das demasiado… Ahora un viaje a Europa, ¿no te parece excesivo? — interrogó con preocupación. —Nada es excesivo cuando se trata de la mujer que amo. — la tomó en sus brazos dirigiéndose hacia la orilla nuevamente; cuando estaban a mitad de camino una gran ola los envolvió provocando la caída de ambos hacia la arena; ambos quedaron revueltos en arena y olas, situación que fue la excusa perfecta para besarla mientras las olas que rompían en la orilla acariciaban la espalda de Beatriz.
Sus labios se unieron en un tierno y salado beso que sellaba lo que para ellos había sido un gran día. Uno que estuvo llevo de emociones y sorpresas. Ahora solo faltaba que compraran los pasajes y fueran con destino a Europa y sus bellos paisajes.

Nota de la autora:

Espero de todo corazón que hayan disfrutado el capitulo, la verdad cuando me toca describir escenas de sexo me pongo bastante poética JAKSKSK y  a veces me bloqueo un poco porque quiero que quede bonito y que no se vea mecánico (confirmen que no se ve mecánico porfis 😰😭).

No sé imaginan todo lo que he esperando para que al fin suceda lo que está pronto a suceder y lo que posteriormente les espera a este par. No dejen de esperar porque a veces la espera lo vale en un cien por ciento.

¡Hasta la próxima!

Cartagena, tú y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora