Te sigo amando

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Beatriz quedó petrificada ante su imagen por algunos segundo que le parecieron horas. Ya cuando al fin pudo reaccionar intentó cerrar la puerta de inmediato. Armando se interpuso obstaculizando el cierre y dijo:
–Betty, mi vida, por favor escúchame. – dijo tratando de hacer contrapeso.
–«Mi vida», nada ¿Cree que es pertinente venir a molestar a estas horas de la madrugada?
–Yo sé que el horario no es el más conveniente, pero por favor. Tiene que escucharme, aunque sea por última vez. 
–¿Sabe usted que interrumpió un delicioso baño de tina que me estaba dando? Pero está bien, lo escucharé. – lo hizo seguir al departamento. Cuando Beatriz mencionó dichas palabras Armando solo pido pensar «y lo que me gustaría meterme en la tina contigo, mi Betticita»
Cuando estuvo en el interior del departamento, Betty se sentó en el sofá y Armando hizo lo propio. –Bueno, lo escucho. – espetó.
–Beatriz, mi vida, mi cielo, yo la sigo amando. Necesito que nos demos otra oportunidad. –suplicaba. En sus palabras se dejaba sentir la agonía pues la única mujer a la que ha amado se estaba comportando de una manera fría y lejana. La verdad es que sus razones tenía; ellos se debían una conversación muy larga puesto que Armando hasta el momento no le había expresado sus disculpas de manera sincera por lo acontecido con el plan planificado por Calderón. Armando en el pasado trató de convencerla de que sus sentimientos por ella eran sinceros y tan claros como el día; sin embargo a Beatriz de todas formas le hubiese gustado escuchar de su boca el arrepentimiento por todo ese plan macabro.
–Ah, eso se lo dice a todas, doctor. Ya no estoy para bromas. Le dije que nos dejáramos en paz, entiéndalo. – mencionó.
Ella trataba de ser lo más fría posible y lo más realista, pensando en el antiguo Armando. Todavía le costaba creer en lo que le decía, sobre todo por las últimas imágenes que salieron en la revista de moda.
–Le juro que no es cierto. Yo de verdad soy un hombre nuevo, no puedo estar con nadie que no sea usted. No me nace, no me dan ganas. Solo deseo tener su cuerpo entre mis manos. – decía.
Fue inevitable que esas palabras no remecieran muy dentro de ella; de pronto sintió que se acaloraba, pero un pudor ingenuo se apoderó de ella, lo que provocó que bajase la mirada. Luego recordó la revista que estaba en la mesita de café de la sala, se estiró para recogerla de allí y se la enrostró:
–Entonces, ¿esto qué?, ¿Esto qué, ah? ¿Qué justificación tiene para estas fotos? Estoy consciente que yo fui la que le dije que me dejara en paz, que continuáramos por caminos separados, veo esto y ahora ¿viene a decirme que todavía me ama? – le lanzó la revista en la cara – ¿Cree que eso no me daña?, ¿no me hace terrible?, soy una mujer sensible y quizás mi inexperiencia hace que me ilusione más de la cuenta, pero si alguien me hace daño prefiero que se aleje de mi vida para siempre…
–Betty yo le juro que con Alejandra…– Beatriz  le interrumpió en seco – No necesito detalles con respecto a su relación con ella. – mencionó.
–No pude. – dijo. –No pude acostarme jamás con ella ni con ninguna otra mujer. Hace más de un año, desde la última vez que usted y yo hicimos el amor, no he podido hacerlo con nadie, Beatriz. Eso sucede porque cuando amas a alguien, la amas tanto que te es inconcebible estar con alguien más que no sea el ser que amas. Traté de olvidarla, pero su carita, su figura se me aparecía latente en mi recuerdo.
«Armando cuando quiere seducir hablaba tan lindo» pensó Betty. Todas esas palabras tan bellas que revoloteaban por su cabeza y su corazón formaron en su garganta un nudo muy grande que amenazaba con estallar. De pronto no pudo controlarlo más, sus ojos vidriosos amenazaban con dejar escapar sus lágrimas, pero decidió que no podía contenerlo un segundo más y se dejó llevar por el llanto porque, ¿Por qué debía la mujer siempre reprimir sus sentimientos?, ¿Para no incomodar?, ¿Porque no importaba? Ahora eso le daba exactamente igual.
Armando se percató de su llanto de inmediato y trató de consolarla:
–Betty, por favor, no llore. – expresó acariciándole la espalda y acercándose un poco más a ella. –Me parte  alma verla llorar. Por favor, no quiero volver a ser el causante de su sufrimiento. Yo viviría por hacerla feliz de aquí hasta el día que me muera. – Armando poco a poco fue acortando la distancia entre ellos, Sus respiraciones eran cada vez más perceptibles entre ambos; Beatriz comenzó a sentir nervios por tan palpable cercanía.
Armando no pudo resistir ni un solo segundo más, se atrevió, por fin lo hizo. La besó luego de tanto tiempo de no haber probado el dulce néctar de sus labios. Betty no hizo más que recibirlo, puesto que por más que se resistía, ella sabía perfectamente que lo seguía amando, a su corazón no se lo podía negar al menos no por mucho tiempo más; una cosa si estaba clarísima: su cuerpo había vuelto a vibrar con el contacto de Armando, esa exquisita manera en que él sabía hacer que en su estómago revoloteen un par de mariposas danzantes. Fusionaron sus labios en un abrasador contacto que les hacía parecer el tiempo detenido, Betty olvidó su molestia, su tristeza, los reproches y respondió a sus besos, esos besos que por mucho tiempo añoró, aquellos que pensó que jamás volvería a probar.
Armando succionaba tan fuerte y duro los labios de Betty que fue imposible que a ella no se le escapara un pequeño gemido, eso le excitó aún más de lo que ya se sentía. La temperatura comenzaba a subir en ambos, se deseaban, es obvio. Posteriormente el doctor a penas hizo contacto con los labios de ella, posó los suyos sutilmente sobre los de ella y cuando tuvo el labio inferior de Beatriz entre su boca pasó ligeramente su húmeda lengua por el labio; ella respondió de inmediato dándole libre acceso a su cavidad, por lo que se entretuvo bastante tiempo paseando la lengua por los alrededores de la misma. La intensidad era tanta que casi se podía percibir, sus respiraciones eran cada vez más intensas, tanto así que aquello implicó el recostarse en el sofá, incluso la misma Betty olvidaba que únicamente la cubrían un par de toallas, ese movimiento provocó que dicha toalla se corriera, lo que permitió que Armando tuviera vista privilegiada de sus lindos pechos, los miró con deseo y ganas de besarlos, mas luego recordó que había viajado más de doce horas en auto y no quisiera que Beatriz tuviese que lidiar con olores desagradables, así que decidió que era momento de detenerse, no sin antes darse cuenta que Beatriz tenía toda la piel erizada:
–Betticita, no quiero que se me resfríe, ¿por qué no se va a poner algo que la abrigue? – dicho lo anterior no pudo evitar quedarse unos momentos contemplándola, como si sus ojos se trataran de un escáner acucioso de cada rincón de su anatomía. Ella le sonrió, aunque se sintió estremecer ante su mirada, que hizo que sus pómulos se encendieran por un rubor sutilmente rosa.
–Está bien. – respondió tímidamente. De pronto el estómago de Armando resonó ante el hambre que lo envolvía. –Ay, doctor, usted necesita comer. Me quedó un poco de pasta de la cena. Está guardada en el refrigerador. Espéreme y le sirvo. 
–No, Betty, yo me sirvo, gracias. Usted póngase algo en reemplazo de esa toalla húmeda. Le puede hacer mal.
¿Era el mismo Armando que días atrás le había mandado mensajes de reproche? Beatriz estaba tan asombrada de su comportamiento, de que se preocupara por ella, que quisiera cuidarla. Aunque aún la sobrecogía un temor angustiante, razón por la cual no quería ilusionarse nuevamente como lo habría hecho en el pasado. 
No tuvo más remedio que hacer lo que le decía Armando pues tenía razón. Lo último que quería era arruinar su viaje con un resfriado.
Mientras Beatriz buscaba su vestido de pijama Armando se quedó en la cocina preparándose para comer un plato de pasta. Por su mente revoloteaban miles de pensamientos, como que Betty estaba de lo más divina, su cuerpo había reaccionado positivamente a su tacto y seguían sintonizando de manera excepcional. Ese momento a solas sirvió para que Armando se destemplara un poco, aunque a pesar de ello sus ganas de tener sexo con Beatriz eran casi incontrolables y es que para él estar allí con ella en este momento era como si hubiese recorrido todo el desierto y por fin al final del páramo se encontrara con un río caudaloso y de agua cristalina y pura. Él era el camello que quería beber y sumergirse en ese río tan excepcional y único que tenía nombre y apellido: Beatriz Pinzón Solano.

Cartagena, tú y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora