Estaba más perdida que una jodida brújula sin polos.
Y claro, mal acostumbrada a encontrarme en sus ojos, nadie me buscaba.
Soñaba con levantarme apoyada en su pecho, y sin embargo eran las constantes pesadillas las que me despertaban gritando.
Cómo echaba de menos el calor de sus piernas.
Por la calle parecía un alma en pena, cabizbaja, siempre con la música al máximo en los auriculares y adornada de negro.
Me hablaban pero no era capaz de no ignorar lo que me decían.
Me sonaba a una de esas parrafadas superficiales que se resumen en un: "Todo va a ir bien." o "No estés mal."
Error.
Me dijeron que llorar servía, supongo que mentían.
Llevo más de 100 noches y 100 días llorándote, y aquí sigo.
Rota.
Destruida.
Es una de esas heridas que dejan cicatrices.
Él me dijo: "Échate alcohol, aunque duela."
Y eso hago.
Igual no se refería a que me hiciera la mejor amiga del whisky.
No mentía cuando decía que para llegar a mis pétalos había que agarrarme de las espinas.
Triste ingenuo.
No sabía que yo era una rosa de cuento.
Una de esas que con el tiempo se quedan sin un solo pétalo.