II

234 85 24
                                    

Sucedió en un pueblo tranquilo del sur, de esos que no aparecen en el mapa. Con casitas idénticas de rejas blancas, jardines llenos de flores y vecinos solidarios siempre dispuestos a hacerte favores.

Aunque fuera una zona aislada, sus habitantes tenían un gusto exquisito por el arte. Organizaban seguido torneos de Literatura, exposiciones de pintura o escultura.

No escaseaban los anfiteatros, cuya arquitectura nos hacía preguntar si la obra de arte estaba en el escenario o era el escenario mismo.

En uno de ellos, bajo los faros encendidos y con el telón abierto, fue encontrado el primer cuerpo.

La joven tenía dieciocho años. Era estudiante de arquitectura, la mejor de su generación. Poseía una sonrisa que robaba el aliento y una pasión por la vida digna de admiración.

Había faltado a clases ese día, pero no despertó alarmas. ¿Acaso una muchacha mayor de edad no puede tomarse unas horas para sí misma? Vivía sola, razón por la que nadie notó su breve desaparición.

No estaba muerta. No tenía heridas visibles. Parecía dormir una siesta en el anfiteatro. Su mano sujetaba una grulla de origami plegada en cartulina negra.

La encontró el equipo de limpieza. Pensaron que había sido una broma de sus compañeros. Hasta que ella despertó.

Sus pupilas eran inmensas. Tan grandes como las de un felino antes de atacar. Estaba muy desorientada.

Se aferró la cabeza y comenzó a gritar como si la estuvieran partiendo en dos.

La llevaron al hospital de inmediato. Le hicieron radiografías y resonancias magnéticas.

Descubrieron daños cerebrales. Una lesión en el nervio trigémino, el cual controla diversas partes del rostro.

Era... irreversible. Sus pupilas estarían dilatadas de forma permanente. A esto lo acompañarían largas horas de parálisis facial o migraña.

No había indicios de violencia o abuso en el cuerpo de la víctima. Solo un pequeño punto en su sien, similar a la picadura de un insecto. Sospechaban que una droga había causado eso, pero los análisis de sangre no pudieron identificarla.

Ella no recordaba lo ocurrido en las últimas horas, pero sentía una intensa repulsión cuando le acercaban la grulla de papel que habían encontrado en sus manos.

Regresó a su casa al día siguiente, bajo los efectos de sedantes que mitigaban su dolor.

El shock le impedía tomar consciencia de su nueva realidad. Los primeros días recibió ayuda de sus amistades para resolver los quehaceres diarios. Hasta que se adaptara a su nueva visión distorsionada.

¿Alguna vez les han hecho un fondo de ojo, mis jóvenes pupilos?

Enfocar se convierte en un verdadero desafío. Medir la distancia o profundidad de los objetos es imposible.

La muchacha no estaba bien, pero su espíritu optimista prometió adaptarse. Tenía demasiados proyectos como para dejar que una adversidad la detuviera.

Entonces extendió un plano sobre su mesa de trabajo. Levantó un lápiz y se dispuso a trazar un plano, tarea atrasada para la Facultad de Arquitectura.

Fue entonces cuando lo comprendió. Y el terror la paralizó.

¿Cuál es la herramienta imprescindible para un arquitecto?

Exacto... Sus ojos.

El accidente misterioso dañó mucho más que su visión. Destruyó sus sueños.

Tres grullas negrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora