XIII

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Ya que no había rastro de esa familia a mi llegada al pueblo costero, decidí visitar la tumba de esa bailarina.

Estaba sediento de pistas. Cada día más cerca de ese monstruo.

En el epitafio grabado en la lápida, encontré una firma muy peculiar.

Jano. Su padre. No era su verdadero nombre, pero descubrí por ahí que fue el apodo que adoptó en algún momento de su juventud.

¿Saben quién era Jano Bifronte en la mitología romana, mis jóvenes pupilos?

Un dios de dos caras. Su rostro joven le permitía ver los inicios, el pasado. Su otro rostro anciano lo ayudaba a mirar los finales, el futuro. Siempre en medio de todo, abriendo caminos.

Se dice que las puertas de su templo permanecían abiertas en tiempos de guerra para aguardar el regreso de los soldados, y eran cerradas durante las largas épocas de paz para que esta perdurara.

Era, en esencia, un guardián de la paz.

¿Saben qué otra criatura simboliza la paz?

No hablo de la paloma blanca, aunque también vuela.

¡Muy bien! La grulla.

Pero no lo digan temblando. Siempre muestren confianza en sus respuestas, aunque no estén seguros.

La elocuencia pesa más que la verdad. Es un consejo que me dio un profesor antes de mi último examen final, hace ya tantos años.

Como les decía, Jano y Grulla Negra tenían una similitud escasa, pero decidí aferrarme a ella.

Seguí el rastro en reversa de este peculiar padre de familia. Entrevisté a todos aquellos que alguna vez se cruzaron en su camino, leí periódicos archivados, visité cada lugar donde alguna vez puso un pie.

Podría decirse que, sin ver su rostro, llegué a conocerlo como si fuera su propia sombra.

Nació en una familia tradicional. De padre estricto, ya entrado en años. Madre silenciosa, mucho más joven. Esta última murió de una enfermedad cuando su hijo era adolescente.

La violencia física como método de disciplina y enseñanza apagó cualquier rastro de amor al arte que ese niño pudo tener. Fue forjado como un hombre recto y reservado, centrado en todo aquello que se podía ver, tocar y analizar.

Aprendió a respirar profundo y reprimir sus emociones. Expresar y recibir amor no fue parte de su plan de estudios.

Fue una sorpresa descubrir que encontró una mujer dispuesta a compartir su vida. Se casaron muy pronto, supongo que la lujuria estuvo implicada.

Al año concibieron a una adorable niña a la que amaron con todo su corazón... hasta que notaron conductas inusuales en ella.

La pequeña nunca aceptaba un No por respuesta. Fingía escuchar a sus padres y luego hacía lo que quisiera, a su modo.

Al principio eso les pareció tierno, hasta divertido... pero estaba cruzando la línea.

Es normal que los niños no le teman a la muerte. Hasta la preadolescencia se creen inmortales.

Sin embargo, la primogénita de Jano estaba fascinada con la idea de ver morir a otros.

Cuando cumplió cuatro años, animalitos sin vida empezaron a aparecer bajo su cama. Gorriones pequeños, cachorros recién nacidos. A veces empujaba a sus compañeros de guardería, solo porque quería verlos llorar.

También estaba obsesionada con los espejos. Su mente infantil se aferraba enfermizamente a cualquiera con quien tuviera un ligero parecido físico. Supongo que deseaba encontrar a alguien como ella, que comprendiera cuán sola se sentía en este mundo.

Cuando anunciaron la llegada de una segunda hija, la niña saltó de alegría. Había encontrado una nueva obsesión. Afirmaba que le haría los mismos peinados, le prestaría su ropa y usarían sombreros idénticos.

Verla actuar como una pequeña normal fue un alivio para la familia. La armonía regresó al hogar. Cada domingo venían los padres de la esposa a almorzar. Las risas no escaseaban, los consejos tampoco.

Cuando la madre atravesaba el último trimestre de embarazo, se desató el infierno.

El hombre estaba fuera, conversando con un vecino, cuando escuchó los gritos. Encontró a su esposa bañada en sangre al inicio de las escaleras.

Desde el piso superior la niña gritaba que había sido un monstruo quien la empujó. Uno cuyo reflejo la pequeña encontraba cada vez que se miraba al espejo.

Fueron al hospital tan rápido como pudieron. La espera fue una tortura. Los médicos se desvivían por salvarlas a ambas, pero Jano presentía que solo regresaría a casa con una.

Y así fue.

La madre no sobrevivió a un parto en esas condiciones, pero su segunda hija sí.

Viudo y con una niña vulnerable que no estaría a salvo en la misma casa que su hermana mayor, el hombre tomó una decisión despiadada.

Abandonó a su primogénita al cuidado de los abuelos maternos e inició una nueva vida junto a la recién nacida, la futura bailarina. Encontró una segunda esposa, quien también tenía un hijo de una relación anterior, y construyó una nueva familia.

Como si la enterrara junto a su difunta esposa, borró para siempre la existencia de su primogénita...

Hasta que recibió una llamada de la policía. Le anunciaron que su primera hija, ya adolescente, había muerto en circunstancias muy inusuales. Un accidente en las escaleras, vaya ironía.

Pero había algo que desconcertó a los agentes de la ley. El nombre de la mejor amiga tapizaba todas las paredes, una niña con la que compartía un asombroso parecido físico. Supongo que la primogénita de Jano se había aferrado a ella porque le recordaba a la hermana que creía muerta junto a su madre.

¿Te encuentras bien, mi estimada pupila? Tus ojos están húmedos y tus labios tiemblan.

No te tomes esta historia tan personal. Imagina que es un juego, dijiste que te fascinaban los rompecabezas.

A lo largo de su vida, el hombre que se hacía llamar Jano enterró a una madre, dos esposas y dos hijas. La muerte hambrienta siempre se alimentó de las mujeres que alguna vez amó.

Quizás... perder a su hija más joven fue la piedra que acabó por romper el cristal que aprisionaba a un monstruo.

Tres grullas negrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora