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Algo frustrante de esta investigación era la naturalidad con la que los testigos contaminaban las escenas del crimen. Al elegir lugares públicos y dejar a su víctima con vida, todo aquel que la asistiera destruía valiosos rastros del agresor.

La escultora vivía sola. Había tenido una discusión con sus padres a temprana edad y decidió ganarse la vida por su cuenta.

Era fuerte, era tenaz. A pesar de sus dedos vendados, con falanges que debieron ser amputadas, no estaba dispuesta a rendirse tan fácilmente como su antecesora.

Lo noté durante las entrevistas que le realicé. Me hizo sentir algo cercano al orgullo paternal. Quise creer que saldría adelante. Deseaba verla aferrarse a la vida aunque hubiera perdido su pasión.

Sin embargo, algo alteró ese precario equilibrio mental durante una noche de verano. Una grulla de origami.

Bueno, para cuando llegamos solo quedaban trocitos de cartulina negra en su cama, con rastros de saliva como si la hubiera destruido a mordiscos mientras la sujetaba con sus muñones.

Esto me llevó a reconstruir la escena y plantear una posible teoría sobre lo ocurrido...

Quizá despertó aterrada al comprender que su verdugo había entrado a su refugio. Aunque no le hubiera puesto un dedo encima, el saber que la tuvo a su merced fue un quiebre.

Los vecinos la escucharon gritar de frustración, maldecir desde lo profundo de su garganta y golpear lo que más amaba de su pasado: sus herramientas.

Barrió, con su antebrazo, los cinceles y martillos de la mesa. Usó sus hombros para derrumbar sus punteros y discos de corte de los estantes.

Luego fue por las esculturas que nunca podría terminar. Pateó las más pequeñas, empujó las que tenían su tamaño.

Es cierto que la furia nos enceguece. Ella estaba demasiado alterada cuando su escultura más grande empezó a tambalear.

Intentó levantar los brazos para cubrirse y soltó un último grito pero fue en vano. La piedra esculpida aplastó sus huesos y su carne.

Aún estaba con vida cuando llegó mi equipo y la ambulancia. Su luz se apagó camino al hospital.

Durante la sepultura, memoricé los rostros de los asistentes. No aparté la vista de la lápida.

Sin embargo, Grulla Negra consiguió burlar mi vigilancia e infiltrar su maldito pájaro de origami. Era pequeño. Nadaba entre los pétalos de rosas que los deudos dejaron en un jarrón.

¿Cómo una figura tan inofensiva provocaba semejante reacción...?

Aguarda.

¿Qué te hace creer que no estoy haciendo algo productivo para liberarnos de esta situación problemática, mi joven pupilo? Mientras ambos buscan con qué abrir sus esposas, mis palabras distraen al pánico de sus sistemas.

Sin mencionar que el monstruo responsable de traernos aquí me está escuchando, seguramente desde las sombras con una sonrisa arrogante. Le fascina oír hablar de sí mismo, supongo que se siente orgulloso de haber dejado una huella tan marcada en mí.

¿Han leído Las mil y una noches? Como la ingeniosa Sherezade distrajo al misógino rey Schariar al contarle todas las noches un relato encadenado, cada una de estas historias permite que nuestro monstruo nos perdone la vida un minuto más.

Tres grullas negrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora