VII

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Para que nuestra sociedad continúe disfrutando de una vida pacífica con los ojos vendados, los monstruos y sus cazadores actuamos en las sombras.

Por eso la mayoría de los hechos que les estoy revelando son secretos que solo unos pocos desafortunados llegaron a conocer. Desde el Departamento de Investigación Criminal me prohibieron alertar a los medios. Una palabra y perdería mi puesto como jefe de esta investigación.

¿Cómo reaccionarían, mis pupilos, si descubrieran que hay un potencial asesino serial suelto en la zona?

Supongo que lo están experimentando en este instante.

Tus ojos son bastantes expresivos, mi joven pupilo. Siempre fuiste muy diestro en el arte de manifestar tu descontento por el rumbo que tomaban mis clases.

Desde el principio supiste dónde te estabas metiendo. Todavía me desconcierta que eligieras inscribirte como mi alumno, habiendo tantas opciones en esa universidad.

No intentes forzar tu mano a través de las esposas, mi estimada pupila. Acabarás fracturándotela. Mejor busca un alambre y te explicaré cómo transformarlo en una llave.

Lo bueno de encontrarnos en el piso superior es que podrán hallar pedazos del techo con facilidad.

Aunque no lo crean, esta construcción deteriorada alguna vez fue un hogar. Imagino que sus habitantes disfrutaban de contemplar la playa desde las ventanas y soñaban con un futuro brillante.

¿En dónde me quedé?

Cierto.

Tres semanas después del segundo funeral hubo una exposición artística en Instantes eternos, una galería ubicada en medio del centro. De nuevo, abundantes óleos, acrílicos y fotografías con la información de contacto de sus creadores.

Durante la madrugada, mientras el sol despertaba en el horizonte, supe que sería un día ajetreado. Instinto de detective, supongo.

Recibí la llamada y me dirigí de inmediato a la escena del crimen. Era la misma galería de arte que acabo de mencionar.

Esta vez, Grulla Negra cometió una imprudencia. O tal vez fue un descuido intencional, parte de su juego mental.

Había cámaras. Había un guardia.

Las primeras captaron un intruso adulto, masculino, vestido de negro de pies a cabeza, cargando un cuerpo inconsciente a través de los pasillos.

La depositó amorosamente en el suelo, bajo la pintura de una paloma blanca. La autora era la misma muchacha que ahora yacía inconsciente.

Cuando el monstruo acababa de dejar una grulla de origami en las palmas abiertas de su víctima, una linterna lo sorprendió. El custodio le gritó que se detuviera y pusiera las manos en alto. El intruso emprendió su huida.

La persecución quedó en segundo plano cuando el oficial descubrió a la muchacha. Su prioridad fue socorrerla. Comprobó que aún respiraba. Sus dedos sintieron algo viscoso al tocar los párpados femeninos.

Cuando el hombre se acercó a una ventana mientras llamaba a servicios médicos, experimentó un repentino y agonizante ardor en sus manos. Bajo la luz del sol naciente, surgieron ampollas idénticas a quemaduras de tercer grado.

Arribé al lugar poco después que la ambulancia. El guardia me dio su testimonio mientras un paramédico vendaba sus dedos.

Sin perder tiempo, tomé una muestra del veneno y traje los resultados al día siguiente. Cuando los médicos recibieron mi informe, agradecieron al cielo el haber usado guantes mientras limpiaban los párpados de la víctima.

La naturaleza es espeluznante, mis pupilos. Existen plantas cuya savia, al tocarla, causa fototoxicidad. Esto significa que elimina toda capacidad de la piel de protegerse contra los rayos solares y ultravioletas.

Basta una simple exposición al exterior para recibir quemaduras de tercer grado. Si la savia entra en contacto con los ojos... la ceguera es permanente.

Tras una larga cirugía, decidieron extirpar los ojos de esta tercera víctima. Era eso o condenarla a vivir con el incesante dolor de quemaduras oculares severas. Aunque la piel de sus párpados sanara, su vulnerabilidad al sol la acompañaría hasta el final de sus días.

Tres grullas negrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora