{4} Comenzaron a verse cada día

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Comenzaron a verse cada día, en la noche, en aquel mismo lugar. Cada vez, Bea le traía una historia de amor a Tar, y se la leía. Taran no lo admitía, pero amaba esos momentos con ella. Amaba escuchar la dulce voz de Beatrice, que parecía hecha de terciopelo. Amaba simplemente estar con ella, debajo de las estrellas que su guardia le había enseñado a amar, esas mismas estrellas que le recordaban a la princesa de fuego.

Los años pasaron, Beatrice y Taran crecieron, pero sus costumbres nunca cesaron. Cada noche se visitaban en "El Sudio", como le llamaron. No importaba lo que ocurriera, siempre iban. Salían a escondidas de sus padres, de los guardias, de la seguridad de sus Reinos.

Eran ese respiro de todo lo que ocurría en sus vidas. Al estar ahí sentían que podían ser ellos mismos, que podían desenchufar sus cerebros, y conectar sus corazones el uno con el otro. Ahí, en ese punto, solo importaba lo que ellos querían, no lo que sus padres dictaban. A veces el silencio los envolvía, a veces las palabras, pero siempre estaban ahí. Para el otro, para ellos mismos y su felicidad.

Las historias que Beatrice contaba cada día se volvían más complejas, pero menos realistas para sus propios oídos. O eso se decía a sí misma. Le había dejado de rogar a las estrellas para encontrar el amor. Ahora pedía otra cosa: poder escapar con Taran. Poder ser feliz.

Una historia de Fuego y EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora