CAPÍTULO III pte.2 - LA SOMBRA DE LACOCK

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Apenas llegada la noche, no mucho habiendo pasado desde la entrevista que ha tenido lugar en la oficina de Born; Edward, que poco animado espera junto a la chimenea la hora en que Patrick llega del trabajo para recoger el auto y acudir a la iglesia, no deja de pensar en aquel rostro que se proyecta junto al tocadiscos, en esa pequeña estantería de cristal que perteneció a su abuelo. A pesar de ya ser casi dos años en que ha sufrido con esa mirada, parte de sus días no son sino rutinarios pero con el constante miedo a que la voz de aquel "amigo", como le han llamado su padres, se haga presente para hablarle de vez en cuando y hacer de ello una angustiante compañía.

Realmente no es algo a lo que pueda acostumbrarse, pues la malicia e ironía con la que aquella criatura se expresa de muchas cosas que observa en el correr de las horas, no son sino incómodas e, incluso, aterradoras para él. Pero, tras un tiempo de acudir por ayuda a distintas personas, no solo ha sido ridiculizado por quienes no creen que una criatura grotesca y largucha le atormente y se ciña a él como un espectral parásito que pareciera desear su alma; no, sino que también ha sido culpado de aquellas atrocidades que tal ente ha cometido con la finalidad de carcajear al observar sus lágrimas y aquel temor que nace tras infundir constantes pesadillas que, aún despierto, en ocasiones no le permiten reconocer su propia realidad.

Entonces, como ya acostumbra en su desdicha, voltea y se dirige a su habitación para terminar la tarea de la escuela.

Así avanzan las horas mientras, a propósito, ignora ese rostros que aguarda en el primer piso.

En el silencio y la soledad, uno a uno, lentos y pesados, los segundos que marca el reloj son, de manera habitual, su única compañía durante estas tardes. Pero, mientras intenta distraerse con sus juguetes, no puede ignorar la pesadez del ambiente, pues sabe que algo le observa desde algún rincón de la sala, aguardando paciente e inmóvil por su mirada.

La noche, tan imparable como fría, avanza sin ninguna clemencia mientras arrebata segundos a su joven vida.

Ya a eso de la medianoche, se oye el característico sonido de un motor seguido por la puerta de un auto a las afueras de su hogar. La voz de una mujer que, con una estridente risa, no disimula su llegada, es acompañada por la de un hombre que le regaña, también entre risas, respecto al volumen con el cual habla.

Una extraña escena se avecina.

En medio de la oscuridad, la soledad de la sala no es lo único que aguarda el arribo de aquellos dos personajes que jocosean mientras el golpe metálico de las llaves indica una evidente torpeza para abrir la puerta. Al cruzar el umbral, la sorpresa y el miedo invaden por un segundo a la pareja, y es que; sin aviso, la luz de la vieja lámpara de noche que se halla sobre una mesita junto a la escalera, se enciende ante la mirada atónita de ambos para ver ante sí la figura de una mujer delgada que les observa atentamente con una sonrisa dibujada en su rostro.

En sus manos, delgadas y adornadas únicamente por un modesto anillo de bodas, la mujer sujeta un cigarrillo que no espera en probar tras varios segundos de un incomodo silencio por parte de la pareja que, al parecer, aún duda de la inesperada visión.

Entre ellos, Rachel, que mientras se quita el abrigo e intenta dejarlo en el perchero que se encuentra junto a la puerta, se acerca lenta y dubitativa, mirando hacia el resto de la sala como si pretendiera encontrar a alguna otra persona. Patrick, por su parte, solo guarda silencio mientras recibe el abrigo de su mujer que, al no mirar donde extendía sus manos, ha terminado por parar en su pecho.

Mientras exhala una gran bocanada de humo, escupiendo el mismo en dirección a Rachel mientras mantiene su sonrisa al apagar el cigarrillo en el cenicero de junto, la mujer se levanta en silencio y camina hacia un costado del sitial para coger una taza de café de sobre la mesa.

Kharus (pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora