CAPÍTULO III pte.3 - LA SOMBRA DE LACOCK

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En el albor de la mañana, siendo aquellos días en que la primavera comienza a morir para dar paso al verano, el silencio que hasta esa hora se hizo presente es interrumpido por un tímido toque en su puerta.

Adormilada, observa como Walter, su esposo, no hace sino acomodarse en lugar de despertar junto con ella, pero eso es costumbre en ambos. Sin esperar mucho, y mientras aún se oye el sutil golpeteo en la madera de su puerta, desciende de su cama para dirigirse hacia la puerta de su habitación y cruzar el pasillo hasta la escalera, recorriendo uno a uno los escalones que crujen por los años.

En el opaco cristal que decora su puerta, puede verse proyectada la silueta de una persona de baja estatura, un tanto regordeta y que pareciera ocultar uno de sus brazos tras la espalda mientras con el otro golpea con mayor insistencia que antes, pues, desde el exterior, pareciera oír los pasos de Sandy.

Una leve sonrisa se dibuja en su rostro, pues, a pesar de la hora tan temprana, la visita no es inesperada.

─ ¡Ya voy! .─ Grita la mujer que ya se encuentra junto a la puerta mientras quita el seguro. En eso, para su sorpresa, una risa se oye desde el exterior al tiempo que observa como por debajo de la puerta se asoma una tarjeta hecha a mano y dibujada con crayones.

Al abrir la puerta, apenas tiene tiempo de reaccionar cuando siente como un par de brazos se abalanzan contra ella para estrecharla con un abrazo: es Edward, quien ha esperado con ansias el correr de los días y la llegada de un nuevo fin de semana para, por fin, visitar a su tía.

El pequeño, que tras aquel gesto de alegría y aprecio ha dejado caer un libro que escondía tras de sí, corre hacia el sofá de la mujer ante su atenta mirada, sonriéndole para devolver la sonrisa que aún permanece en su rostro. Una evidente felicidad inunda el corazón de un niño que ve en aquella persona que tiene frente a sus ojos, una luz de protección y compañía.

Apenas pasados un par de minutos, y mientras la mujer, aún en pijama, calienta leche en una pequeña jarra metálica para atender a su sobrino; sin aviso, desde el segundo piso comienzan a oírse pesados pasos que se aproximan con rapidez hasta la escalera, como si alguien se apresurarse en dirección a quienes se hallan en la cocina para encontrarles. La mirada del niño, que, a diferencia de los otros días, expresa una evidente expectación, es seguida, casi en el acto, por una repentina carrera en dirección a la escalera en cuanto ve que por el último peldaño se asoma un hombre alto y gordo con una espada de madera.

─ ¡Tío Walter!.─ Grita mientras se lanza contra el hombre, haciéndole caer sobre los peldaños.─ Te extrañé mucho ¿Esa espada es para mí, tío?

La evidente alegría del niño, que es acompañada por una carcajada desde la cocina, es recibida de buena forma por Walter que, a modo de juego, no duda en levantarse y, aprovechando su gran tamaño, alzar al niño hasta el techo mientras le hace cosquillas.

─ ¡Ah, joven Edward! Siempre tan atento.─ Replica mientras lo sienta con suavidad en el sofá.─ ¡Claro que es para ti! ¿A quién más podría consentir si no es a mi sobrino favorito?

Casi enseguida, mientras el niño observa la espada de madera que le han regalado, Sandy se acerca a ellos con una pequeña bandeja que contiene tres tazas sobre ella. El hombre, por su parte, antes de acercarse para coger una de las tazas, se inclina hasta un gran armario que se halla junto a él para tomar sus anteojos desde una de las repisas.

─ Walter, es tu único sobrino.─ Interviene la mujer entre risas mientras le entrega una taza al niño, sentándose a su lado en el sofá.─ Edward, ten cuidado que está caliente.

─ ¡Es chocolate caliente! Gracias, tía Sandy.

Así, la mañana pasa entre juegos y conversaciones entusiastas de parte de los dos adultos al relatarle a Edward sobre el viaje que emprendieron por dos años a las tierras australes de Chile. La aparente fascinación del niño, que atento escucha sobre lugares y personas que nunca ha visto, es alimentada por una serie de gestos y mímicas, muy características de la actitud de la mujer, que no puede evitar colocarse de pie frente al sofá y enseñar una serie de recuerdos y objetos traídos desde tan lejanas y australes tierras. Para Edward, mantener conocimiento de que su querido tío, Walter, ha nacido y vivido casi toda su vida en Chile, es motivo suficiente para justificar la ausencia de dos personas que, a ciencia cierta, son sinónimo de esperanza y compañía desde que guarda recuerdos en aquella mente que no solo sabe de risas y juegos de infancia, sino también de duros momentos de dolor y llanto que ha sufrido por la actitud descuidada de su madre y el duro carácter de su padre. Sandy conoce el motivo del entusiasmo que guarda el niño por visitarlos cada vez que la oportunidad existe, pues, al ver la sonrisa del niño y esa conducta alegre y juguetona, que muchas veces debe cuidar y ocultar en su hogar para no convertirse en una molestia; no guarda ni una sola palabra que pueda hacer viajar la imaginación y desate un espontáneo momento de felicidad.

Kharus (pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora