CAPÍTULO IV pte.2 - MEMORIAS DE UN DESPERTAR: LA MARCA DE LA BESTIA

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Sumido en la tristeza, pues no ha conseguido ni la compañía ni la ayuda que anheló de aquellos que un día compartieron su mesa en fraterna comunión con él, pronto llega frente al pórtico del que es su hogar. Allí, consumido por el frío y bajo la inclemente lluvia, observa como la puerta aún permanece abierta y en el interior de su morada solo reina una oscuridad que se ve interrumpida en algún rincón por la luz de los faroles que se yerguen desde la acera.

A pesar de aquello que ha vivido hace apenas una hora, pues en su lenta marcha es aquel el tiempo que ha tardado en volver a ver los fríos peldaños del pórtico y la puerta abierta; hubo en su corazón un ligero anhelo por desconocer su triste realidad y, de alguna forma, saberse en paz tras observar hacia el interior y comprender que todo ha sido tan solo una mala consecuencia guiada por la ingesta desmedida del licor que le ha sumido en las sombras durante tantos años. Pero, muy a su pesar, lo único que puede apreciar entre la silueta de los muebles que descansan esperándole, es el solitario y tenue reflejo de un haz de luz sobre un charco de agua junto a la mesa, allí, a los pies de una silla que manifiesta haber sido ocupada por alguien para sentarse observando hacia la puerta.

Ya sin más opción que la de morder con un evidente desgano aquel desconsuelo que embarga su alma tras la fallida visita a la morada de su otrora amigo, entre la lluvia y la monótona soledad de la calle solo se escucha el sonido de sus pasos cuando camina con lentitud hacia la puerta y se sumerge en la oscuridad de su hogar.

Una vez dentro, cierra la puerta con sutileza y sin mirar, como si con ello quisiera impedir que aquella incómoda calma que inunda la habitación sea perturbada por el sonido que suele hacer la misma. Allí, mientras observa las muchas siluetas que se presentan ante sus ojos, no hace más que distinguir cual de ellas corresponde a la silla que, hace unas horas, fue utilizada por aquella mala aparición que desea no haber presenciado. Pero la silla se encuentra allí, y aun en la oscuridad que disfraza en parte su apariencia y la del resto de los muebles y objetos que se hallan en la sala, se muestra para recordarle que aquello que vivió ha sido tan real como el frío que le embarga al saberse empapado de pies a cabeza. Pero no solo aquello es lo que mantiene su corazón en vilo, sino también el charco de agua que duerme a los pies de la silla, distinguible entre la oscuridad tan solo por la sutileza de la luz que se filtra con dificultad desde el exterior y complementa su memoria respecto a tal ser que le atormentó derramándola desde aquel objeto metálico que, cual faro en la costa, atrapa su mirada desde la mesa, pues la también tetera permanece allí, durmiendo desde aquel entonces y proyectando frente a sus ojos una y otra vez aquella espeluznante escena.

Tras unos minutos, ensimismado y somnoliento, despierta de su breve trance para recordar que, a pesar de aquello que hoy acontece, la mañana se encuentra próxima y, con ella, una nueva jornada de trabajo le espera en el monasterio. Entonces, decide desviar su mirada hacia el lugar donde se encuentra la escalera, pues, a pesar de que la penumbra reina en aquel sector y no es posible distinguir con facilidad los numerosos peldaños que allí duermen, conoce muy bien su hogar; entonces, sin vacilación decide comenzar una pesada y lenta marcha para subir uno a uno los peldaños que le conducirán hasta su habitación. Pero, tras avanzar un poco, no puede evitar sentir como su sangre se congela de golpe cuando, al mirar hacia donde sus pies se posan, observa un par de zarpazos apenas distinguibles por la falta de luz, como si la sola presencia de aquellos profundos surcos en la madera no estuviese allí más que para advertirle lo que vendrá, como si de una funesta invitación se tratase. Así, no tarda en asumir que su casa no guarda solo su ser, sino también aquello que pretende obviar y olvidar.

Con cautela, no tarda en resignarse al miedo y retomar la marcha con la cabeza escondida en su pecho, evitando elevar la mirada para no encontrarse con el final del pasillo. Así, uno a uno recorre los peldaños que conforman su sinuoso camino, esperando que en lo profundo de su alma pueda encontrar una paz que le ha sido esquiva durante la jornada.

Así, la noche no hace sino augurar el comienzo de una pesadilla que le consumirá por completo desde hoy en adelante.

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⏰ Última actualización: Nov 21, 2023 ⏰

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