En una tierra mágica dónde los híbridos son marginados, Quackity, un joven híbrido se enamora de un príncipe humano. Su amor parece imposible pero la ayuda de un brujo puede hacer que su amor se vuelva realidad.
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— ¡Suéltenos!—
En la parte más baja del castillo, lleno de humedad, se encontraba un calabozo con cientos de celdas para contener prisioneros.
Y nuestros héroes estaban siendo escoltados por esqueletos y Ari por el calabozo.
Mientras avanzaban veían a los invitados del baile encerrados en las celdas. Hubo varios susurros que salían de las celdas, todos impresionados porque el gran héroe de Karmaland, el jefe de tropas y el guardaespaldas del príncipe fueron atrapados por Rubius.
Finalmente, Ari se paró frente a una celda vacía y la abrió.
Los esqueletos empujaron a todos los héroes dentro de la celda y cuando todos finalmente estuvieron dentro, Ari cerró la puerta con la llave.
— El desayuno lo traerá el Mariana mañana por la mañana, adiós— Ari se despidió y se alejó junto a los guardias esqueleto.
Entonces el silencio inundó la celda, ninguno supo que cosa decir, solamente se quedaron callados. Cómo si las esperanzas desaparecieran.
— ¿Eso fue todo?— Preguntó Frank mientras se acercaba a tomar los barrotes— ¿Perdimos?—
— No, no podemos perder así de simple— Willy dijo— Tiene que haber una forma de solucionar esto, ¿No?—
— ¿Cómo?— Preguntó Alexby— Estamos atrapados y Rubius tiene el control total del reino—
Mientras todos empezaban a hablar en voz alta, Akira observó a Vegetta, quien estaba con la espada recargada en la pared, tomando la esmeralda de su collar con fuerza.
— Puedes luchar contra él, ¿No es así Vegetta?— Akira preguntó mientras se le acercaba— Eres poderoso, eres un héroe, puedes vencerlo, ¿Verdad?—
Vegetta se quedó callado, presionando la esmeralda en sus manos.
— No puedo...— Respondió Vegetta, haciendo que todos voltearan a verlo— El diamante aumentaba mi poder y sin él... Soy inútil a comparación de Rubius, no puedo contra él—
Vegetta se deslizó por la pared, sentándose en el suelo y abrazó sus rodillas.
— Lo lamento— Vegetta susurró— Esto es todo mi culpa—
