Conway era el Superintendente de los Santos, por lo tanto, era alguien, dentro del cuerpo policial, que había hecho un sin fin de cosas; desde códigos tres, operativos y tantas persecuciones que uno pudiera desear.
En resumen, Jack Conway era todo un experimentado frente a la ley, un rey entre reyes y el pedestal de todo el cuerpo policial. Sin embargo, aun con toda una vida sucumbida al trabajo y un pasado con más desgracias de las necesarias, jamás podría negar que, casos como los de esa noche eran los únicos que, todavía, le podían poner la piel de gallina, los únicos que, todavía, podían hacerle efecto en su atrofiada y mal acostumbrada psiquis.
Los casos de suicidas eran todavía de las pocas cosas que le podían infundir respeto.
Y es que tenía sentido que, desde el primer instante que escuchaba cómo en la radio le informaban sobre un caso de este calibre, no fuera capaz de no agarrar con fuerza el volante, porque, una vez que aceptaba el caso, tenía en sus manos la vida de un civil, la vida de una persona que había recurrido a la muerte como única vía de escape. Quisiera o no, y aunque hubiera visto anteriormente miradas más desesperadas en los ojos de sus compañeros de la milicia, le aterraba saber que de él dependía la vida de una persona, de si terminaba o no, de sí concluía en un final cerrado, en el momento menos indicado, o le daba una segunda oportunidad para escribir un epílogo mucho más largo que la propia historia.
Por eso, en esa misma noche donde la contaminación lumínica no le permitía ver cuántas estrellas se cernían sobre la ciudad, y la brisa se deslizaba por las nucas de todos en una clara amenaza del próximo invierno, estaba frente a un abrigo rojo vino, tan brillante que dolía, viendo cómo volaba por el aire cual pájaro libre albedrío, junto a unos cabellos rubios que podía jurar que salían del cuento de ricitos de oro.
Exhaló el aire que no supo cuánto lo estuvo conteniendo y salió del patrulla, cerrando la puerta de un portazo y observando, desde su sitio, como un hombre se tambaleaba entre la vida y la muerte, de pie sobre el barandal de un puente, mientras perdía la mirada en las luciérnagas de la sociedad, en las farolas que habían al otro lado de la ciudad, sin ser plenamente consciente de que, bajo sus pies, había una caída de más de treinta metros.
Los patrullas iluminaron la escena de rojo y azul, en un silencioso reloj visual que lograba inquietar el ambiente.
El desconocido, por el contrario, solo respiró tranquilo, sin mucha preocupación, mientras daba calada tras calada al último cigarro que tenía pensado fumar, dejando que las inquietudes fueran yéndose con el humo, perdiéndose en un laberinto de rascacielos. Sus pestañas bailaban en un vaivén lento, el puro jugaba con sus labios y el par de zafiros dibujaban en el aire un recorrido que no tenía pensado memorizar.
Conway, con el poste serio, imperturbable, junto con la camisa pulcra y las gafas puestas sin importar el día, la hora y la situación, recorrió el pasillo para ver que, efectivamente, habían dos compañeros más que habían venido como refuerzos. Así que, con una simple mirada entre ellos que gritó lo suficiente y necesario, Conway retomó su atención al chico sobre el barandal, mirando tan solo su dorso.
Carraspeó. — Mi nombre es Jack Conway, soy el Superintendente de Los Santos.
Lo primero que siempre solía hacer, en este tipo de situaciones, era presentarse, para formar una relación entre él y el suicida, y entablar una confianza que lograse que la otra persona lo viera como alguien con el que relacionar con un nombre y no por una simple cara.
El rubio, por su parte, carcajeó nasalmente y dejó que el cigarro humeara alrededor suyo a modo de cortina.
— Qué voz, madre mía.
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Until the end | Intenabo AU
FanfictionHabían sucesos que jamás dejarían de asustar a los más valientes, incluso hasta a los más preparados. Es por eso que, el Superintendente Jack Conway, pese a ser todo un veterano, fue, de igual forma, otra víctima de aquello. Un suicida, un cigarro y...