25 de enero.

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— Horacio era religioso, de hecho. — Añadió como una respuesta tacita. 

Tenía un té en las manos y la espalda relajada, los hombros caídos y la barba tan larga como siempre quiso. Estaba sentado a un lado de Harris, en un largo diván de cuero negro recién comprado. La distancia entre ellos se había reducido a tan solo un palmo. — No era católico, pero tampoco creo que fuera siquiera cristiano. No hablamos mucho sobre ello, incluso si estábamos juntos todo el puto día; como culo y mierda.

— Creo que era un tema chungo para él, después de todo, creció en una familia complicada de cojones, — Recuerda las noches en las que Horacio había venido a él después de que lo echaran de casa (aunque eso tampoco quería decir que en la suya hubiese precisamente buen ambiente, pero Gustabo nunca tuvo las agallas de decirle que no y Horacio jamás llegó a quejarse de los gritos que escuchó), porque, a palabras de su padre, era demasiado maricón como para que todos durmieran bajo el mismo techo. Y, cabe decir que, en ese momento, Horacio todavía no había salido del armario. — la religión, o el cristianismo, lo marcó bastante. Nunca esperé que me lo contara, así que no insistí, y supongo que el cabrón consiguió llevárselo a la tumba.

Gustabo suspiró con algo de cansancio, deslizando una mano por la nuca, y acariciando los músculos tensos y la depresión entre el cuello y el hombro. — Horacio creía que había algo todopoderoso ahí fuera, quizás Dios, o quizás simplemente cualquier otra cosa que no quiso ponerle nombre. Algo me hace pensar que no quiso hacerlo porque... no quería aceptarlo-- Digo, cuando le ponemos un nombre a algo, pues... comienza a importarnos más. Me entiende ¿No?

Preguntó, a lo que Harris, con también un té humeante en la mano izquierda, asintió, comprendiendo qué era lo que quería decir exactamente Gustabo. — Bien, bueno, pues eso, que me lo encontré rezando algunas noches. Y creo que solo hacía eso, pero supongo que es suficiente como para decir que creía en algo. De todos modos, no estaba de rodillas ni nada, simplemente... murmuraba cosas antes de dormir, cuando creía que yo ya estaba sopa.

— Cuando rezaba, él simplemente... pedía cosas triviales, en realidad, nada del otro mundo. Buena salud, buen futuro, buena suerte, cosas así. A su manera, claro, pero el contenido era básicamente ese. — Tentativamente, dejó el té sobre la mesa de tortuga de enfrente, y se frotó los nudillos de las manos, de manera repetitiva y sucesiva. Primero los nudillos de la mano izquierda y luego la derecha. — Al principio pensé que era estúpido, — Se asomó la sombra de lo que podría haber sido una sonrisa irónica. — porque, vamos, era Horacio, el hijo de puta más cachondo y de izquierdas que he conocido en mi vida, y ahora me vas a decir que... bueno, ¿Qué le está hablando a Dios por qué tiene miedo?

Y, en vez de reírse por lo bajo, suspiró. — Sí, porque tiene miedo, — Repitió, más cansado, y se pasó una mano por la cara, estirándose el párpado del ojo derecho hasta hacer un lento recorrido que llegó a la mandíbula. — Horacio siempre tuvo miedo. — Afirmó. — Y quizás yo también, pero simplemente... — Alzó los hombros. — no me importó. Creo que Horacio siempre tuvo miedo y, no sé, tal vez encontró confort en la idea de creer que había alguien más con él, una entidad superior. Pero su pasado con el cristianismo probablemente hizo que se avergonzara, por eso solo rezaba cuando pensaba que estaba solo, cuando era de noche. — Arrugó el ceño. — Como si fuera un sucio secreto.

Se quedó entonces en silencio, con los ojos fijos en la mesa de madera. Harris tarareó tentativamente, antes de sorber un poco más de su té y dejarlo también sobre la mesa. 

— Creer en algo o en alguien, no es necesariamente malo. La religión ha sufrido un gran estigma social los últimos años, y eso tampoco significa que tener fe esté mal. — Dijo Harris. — Sin embargo, tanto el cristianismo como el islam, junto a muchas otras religiones, han sido muy exigentes, y con valores que, objetivamente hablando, llegan a intervenir en la libertad de los demás. Por lo que siempre es necesario encontrar un equilibrio entre la fe y la razón, para que, de esta manera, uno pueda vivir en base de sus creencias, sin llegar a invalidar la libertad de los demás.

Until the end | Intenabo AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora