7 de octubre.

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Los pájaros cantaron y fueron inmediatamente silenciados por la ajetreada ciudad de Los Santos. El sol se regía por el horizonte mientras se levantaba para una nueva jornada donde brillaría de la misma forma que llevaba haciendo los últimos cuatro mil millones de años, aunque, si nos pusiéramos técnicos, eso sería erróneo. 

Sin embargo, a quién le importaba.

Para una ciudad tan acelerada y un mundo tan cambiante, lo único que llegaba a ser medianamente relevante era de si uno podría llegar pronto al trabajo, cosa que no parecía ser tampoco la preocupación de ambos hombres que ahora mismo estaban sentados en una mesa. Porque, siendo de mañana, tanto Conway como Gustabo estaban desayunando inhibidos del exterior, preocupados simplemente de si el café llegaría a enfriarse en algún momento y conscientes de que la respuesta a largo plazo sería sí. 

Gustabo le dio un bocado al pan tostado con guacamole y notó como este crujía en su boca. Balanceó los pies de un lado a otro al mismo tiempo que perdía los ojos en el espectáculo a su izquierda. Tenía a toda la ciudad a sus pies y, si no fuera porque una vez hizo puénting y se tiró de paracaídas, podría decir con seguridad que tendría vértigo.

Tragó el bocado de pan y deslizó con parsimonia el agujero negro de sus ojos hasta las avellanas de Conway, donde le aguantó la mirada por varios segundos, sin decir nada, esperando algo que no sabía qué era, esperando una respuesta a una pregunta que ni siquiera había verbalizado todavía. Al final, simplemente asintió, como si hubiera tenido una conversación consigo mismo, y dijo lo siguiente: 

— Sí señor, todo un altruista, Superintendente: alimentando a los necesitados, fijo que hasta le dan una chapa de honor y todo por ello. — Conway arqueó una ceja y deslizó perezoso la cuchara por el café. — Yo que usted vendería la chapa esa, digo, será de oro, ¿No? Con eso consigue un buen... — Silbó pícaro mientras hacía con los dedos un claro gesto para referirse al dinero. — Me entiende, ¿No?

Sin embargo, aun con el tono cómico con el que Gustabo quería empezar la mañana, Conway simplemente se quedó en silencio, dándole un buen trago al café, el cual ahogó sus ganas de gritar un claro y conciso '¿De qué coño estás hablando, anormal?' tan característico de él. 

Gustabo arqueó las cejas y asintió ante el silencio incómodo, recostándose en la silla al mismo tiempo que susurraba 'Público difícil'.

Inmediatamente frunció el ceño y suspiró, colocando las manos en la mesa. 

— Va, Conway, no me lo ponga difícil. Me dejo de tonterías, ¿Vale? Pero a cambio cuénteme que es lo que quiere, porque gilipollas no soy y sé que el Superintendente de Los Santos no va invitando a todo el mundo a desayunar. Así que no se haga el interesante y dígame que necesita, porque, aunque no lo crea, yo también soy un hombre ocupado.

Comentó lo último con un tono ostentoso, como un putero millonario que tenía la agenda apretada, cuando en realidad era todo lo contrario, porque justamente hoy Conway lo había encontrado a las siete de la mañana rebuscando en la basura, mientras patrullaba en el turno nocturno. 

A parte de que le pareció asqueroso encontrarlo metido en un contenedor de basura, llevaba varios días intentando buscar hueco en su horario para hablar con él, por ende, aprovechó la situación para llevárselo a su casa y así, mientras se quitaba el olor a putrefacción de encima y desayunaba, él podría tener la oportunidad de preguntarle algunas cosas vitales del caso, ya que hallar a Gustabo en otra parte que no fuera el descampado, era todo un reto, porque, sin saber todavía cómo es que lograba hacerlo, Gustabo podía recorrerse media ciudad entre las sombras. Dedujo que se debía a su gran historial delictivo y a que era un chico callejero.

Until the end | Intenabo AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora