4 de noviembre.

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Luego de la tormenta, viene la calma. Una calma piadosa, tensa y que todavía tiene un resquemor que los persigue desde muy de cerca. 

Porque luego del desastre, vienen las consecuencias.

"— No lo haga."

Cuando el operativo finalizó, Gustabo vió como la mitad de The Union salía dentro de una bolsa.

Todo el mundo bajó las armas y empezó a recoger, los médicos, por otra parte, se pusieron manos a la obra e intentaron estabilizar a cualquiera que hubiera sido herido durante el tiroteo. Por primera vez en mucho tiempo, el CNI no había sufrido bajas. Había sido un rotundo éxito, porque, después de todo, los once criminales o, estaban muertos, o de camino a una cárcel de máxima seguridad en el continente, en Washington. 

Sin embargo, siendo un éxito o no, tanto Gustabo como Conway continuaron sin dirigirse una palabra.

"— No lo haga."

Porque, al parecer, los acontecimientos que ocurrieron dentro del bosque, incrementaron el hueco que la desconfianza había cavado, ya fuera porque Gustabo detuvo las emociones más genocidas de Conway o porque Gustabo detuvo las suyas propias. 

Porque ese chasquido que le había proporcionado a Conway en su momento más decadente, ese golpe de realidad disfrazado en una sutil patada, había marcado con subrayador esa distancia que ya tenían desde antes. 

Y Gustabo entendía el porqué de eso, pues, después de todo, había interrumpido su venganza, no había dejado que Conway la cumpliera. Le había arrebatado la oportunidad de quitarle la vida al Calavera, porque fue lo que él creía que sería la mejor decisión para ambos, la mejor para Horacio.

Porque Gustabo no creía que mereciese realmente la pena matar a alguien en nombre de Horacio, pues, después de todo, ¿Horacio querría eso?

¿Horacio querría que decidiera qué vida valía menos para matarla?

Fue lo que pensó varias noches, mientras miraba el techo de hojalata y perdía el aliento entre pesadillas, preguntándose qué tan descarrilado estaba de su propia vida. Preguntándose cuánto es que valía una vida y qué derecho tenía él para decidir aquello. 

Preguntándose si su vida valía más que la de su madre, que se reventó la cabeza contra el bordillo de la cocina. 

Preguntándose si su vida valía más que la de Horacio, que le volaron los sesos sin dejarle decir unas últimas palabras. 

O preguntándose si su vida valía más que la de Johnny, que, luego de no arreglar su amistad con Trujillo y haberse quedado completamente solo en una isla con dos millones de habitantes, explotó en pedazos por un error que cometió él. 

Al final solo llegó a la conclusión de que, a esas alturas, él no tenía derecho a decidir nada de la vida de otra persona y que, como resultado, no debió detener a Conway, pues tal como no tenía derecho de fijarle un valor a las vidas humanas, tampoco tenía el derecho de manipularlas.

Sin embargo, era entonces cuando se preguntaba que, en el caso de no haber hecho nada al respecto, de permitir que Conway le volara los sesos al Calavera y de haberse convertido cómplice de asesinato, ¿Su vida seguiría valiendo? 

Si llegaba el día en que matara a alguien, ¿Su vida seguiría teniendo el mismo valor que antes?

Con solo pensarlo, una mueca se dibujó en sus labios y rememoró el momento exacto en que tuvo al Calavera a sus pies. Cuando tuvo a ese hombre a menos de un metro, desangrándose e indefenso.

Until the end | Intenabo AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora