Capítulo 1: La casa de mi ex

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Sofía Madrid

Todo comenzó cuando cerré la puerta de mi vacío apartamento en Londres. El uber que había pedido me esperaba pacientemente mientras le daba un silencioso adiós al lugar que fue mi hogar durante seis años. Finalmente subí al vehículo y partí rumbo al aeropuerto.

Los filtros de seguridad y emigración fueron casi un dolor de cabeza, pero por fin me encontraba ya en el avión que me llevaría a mi antigua ciudad donde ya no vivía casi nadie de mi familia, al menos los más cercanos a mi.
Después de un largo viaje y algunas escalas, ya veía el sol que alumbraba la ciudad desaparecer para darle paso a la noche; estaba lloviendo cuando observé aquella casa que pensé que nunca volvería a ver; la fachada era la misma, solamente parecía que recientemente fue pintada y le habían hecho unos cuantos arreglos.

El timbre sonó y un minuto después, fui recibida con aquella cálida sonrisa de la mujer que ya contaba con algunas canas más en su negro cabello.

—Me alegra tanto verte. —Dijo Cristina en el abrazo.

—Gracias por recibirme, señora Cristina.—Contesté tomando mis maletas y entrando a la casa. Seguía siendo igual de grande y fría a como recordaba.

—Eres bienvenida siempre, mi Sofi. —Cristina cerró la puerta y juntas empezamos a subir las escaleras.

—¿Te encuentras sola? —Intenté disimular mi nerviosismo ante la próxima respuesta que me daría la mujer frente a mi.

—Así es... Mi hija viene en unos días, está visitando a su abuela. —Cristina hizo una pequeña mueca como intentando formular su siguiente pregunta. —¿No volviste a hablar con ella?

Ella...

Negué con la cabeza.

—Nunca más... No supe nada más a excepción de lo que me decías. —Me encogí de hombros sintiéndome algo extraña

—Bueno, no tenemos que mencionarla. —Cristina sonrió nuevamente. —Voy a ir calentando tu comida mientras descansas un poco.

—Te lo agradezco mucho. —Abracé a la mujer nuevamente soltando un suspiro. Ni en un millón de años podría explicar aquel cariño tan inmenso que siento por esta señora.

Cristina me dejó sola y yo me dispuse a  desempacar parte de mis cosas. La habitación era bastante amplia; tenía una cama de buen tamaño, closet grande, una mesita de noche, una gran ventana y saliendo estaba su propio baño. Era perfecto. Lo único que no le gustaba era que tendría que correr del baño a su habitación para que no la vieran después de bañarse, pero no podía quejarse más de la cuenta.

Bajó nuevamente al comedor y allí se encontraba Cristina sirviendo su comida. Olía delicioso. Me senté en el comedor y tras unos minutos comiendo en silencio volvimos a conversar.

—¿Dónde están tus padres? —Cristina se sentó frente a ella con una humeante taza de café.

—Mi hermana quiso que les diéramos unas vacaciones en Europa para que descansaran. En este momento deben estar en España. —Expliqué mirándola unos segundos a los ojos.

—¡Que genial! Deben estar disfrutando mucho.

—Eso esperamos.

—¿Y tu hermana donde está?

—La contrataron para construir un nuevo museo en México. —Sonreí, obviamente con orgullo hacia mi hermana.

—Les está yendo bien por lo que veo.

—Afortunadamente.

—¿Y tú? ¿cómo estás?

—No me quejo, la empresa para la que trabajo me pidió dirigir su nueva sede aquí en la ciudad.

—Dios mío, eso es maravilloso. —Cristina me sonrió con alegría.

—Lo sería si no me hubieran alquilado un departamento en plena remodelación. —Rodé los ojos. —Y si no me hubieran hecho viajar en temporada alta, los hoteles no estarían con reservas de aquí a un mes.

—No todo es perfecto. Pero mira el lado bueno, estás aquí haciéndome compañía. —Cristina me guiñó un ojo mientras yo reía.

—Bueno, no me puedo quejar y gracias por recibirme, enserio. —También le guiñé un ojo. —¿Tú cómo has estado?

—¿Qué te puedo decir? Sigo trabajando, mis hijos están bien. Diego Alexander está en la capital trabajando y... Ana Valeria sigue en la universidad. —Fruncí el ceño sin poder evitarlo.

—¿Universidad? Pero si ella entró mucho antes que yo. —Cristina hizo una mueca.

—Ana Valeria tuvo una mala época y... canceló algunos semestres, los está retomando.

—Comprendo. —Aclaré mi garganta. —Espero que le vaya mejor.

—Lo siento por mencionarla.

—¡Oh! No te preocupes, eso ya es pasado.

—¿Si? ¿Cómo te ha ido en el amor? —Solté una pequeña risa y rasqué mi nuca con mis uñas.

—Estado civil, soltera. —Intenté bromear un poco y me encogí de hombros. —Nada serio, solo diversión, supongo.

—¿Ninguna desde...?

—Oh sí, pero son tonterías de unos meses, nada tan serio como con ella. Me enfoque más en mi carrera y en mi.

—Y funcionó, porque mira el pedazo de publicista en el que te convertiste. —Escondí mi rostro entre mis manos debido a lo rojo que se puso mi rostro. Cristina se burló de mí y se levantó. —Ya es tarde. Debes estar cansada del viaje.

—Muchas gracias por todo, enserio.

—Ya deja de darme las gracias, Sofía, que nada me hace más feliz que tenerte aquí. —Cristina rodó los ojos y yo solo reí. —¡Ah! Se me olvidaba, el calentador de tu baño vienen a arreglarlo mañana, así que usa el baño de Valeria si no quieres congelarte.

—Dale, Cristina, muchas gracias. —Le di un pequeño abrazo. —Descansa.

—Tu también.

Solté un suspiro y me dirigí a mi nueva y temporal habitación, miré el techo por unos minutos antes de obligarme a cerrar los ojos y concentrarme en dormir.

Sentí el agua caliente caer sobre mi cuerpo. Había sido una odisea lograr encender el calentador del agua y casi me congelo, pero finalmente pude bañarme con agua caliente. Las mañanas en aquella ciudad eran peor que el polo norte.
Pude bañarme con tranquilidad y quitarme completamente la suciedad del viaje. Sequé mi cabello y mi cuerpo, salí del baño y me entretuve con mi celular para apagar la música, no quería interrumpir el sueño de Cristina.

Fui a mi habitación y saqué la ropa que iba a ponerme del armario, después de eso, me dispuse a desempacar el resto de mis cosas.

—¿Dónde diablos dejé mis gafas? —Susurré quitando unos cuantos mechones de cabello de mi cara. Bufé, siempre olvidaba donde dejaba mis gafas.

Decidí volver al baño y efectivamente allí estaban, resoplé y las tomé para volver a mi habitación, pero antes de eso, choqué con alguien.

—¡Ay! —Dijo una voz femenina. Logré frenar a tiempo, pero de igual manera si alcanzamos a golpearnos un poco.

—Lo siento, lo siento. —Dije agachándome para recoger mis gafas.

—¿Quién es usted? —Cerré mis ojos cuando reconocí su voz. Obviamente tenía que ser tan demalas como para chocarme con ella.

Me puse de pie nuevamente y la miré a los ojos... Aquellos orbes cafés que en algún momento me hicieron suspirar de amor. Su cabello había vuelto a ser negro, largo hasta su cintura, sus cejas igual de pobladas, tenía la misma estatura, sus labios, rosados y gruesos... No había cambiado mucho.

—¿Sofía? —Preguntó impresionada después de haberme detallado también. —¿Sofía qué...? ¿Qué haces aquí?

Solté un suspiro profundo y me encogí de hombros.

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