Los Seres Oscuros - René de Valiant

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Estaba un poco decepcionada. No esperaba una misión de tercera categoría en mi primer encuentro con el Rey. Tampoco me gustaba tener que cargar con la chiquilla de pelo color ceniza y ese proyecto de hombre llamado Axel Kinbal. La hoja de mi espada era más voluminosa que su raquítico cuerpo, y su rostro estirado y vivos ojos me ponían nerviosa. Su pelo era castaño y despeinado y vestía una túnica color vino que lo hacían todavía más desgarbado, si eso era posible.

Cerré la puerta del carruaje que nos habían otorgado transmitiendo mi rabia e inconformidad contenida y todos me observaron.

—Bienvenidos todos Seres Oscuros— dijo un hombre menudo frotándose las manos aguardando ya en el interior—. Mi nombre es Daval Bisel, soy el encargado de acompañaros hasta Montreal.

Todos callamos mientras el menudo sacaba un cuaderno de uno de sus amplios bolsillos.

—¿Sabéis que estoy escribiendo sobre los Seres Oscuros?— dijo con fascinación.

—Lo que faltaba, un humano fanático— musitó Axel mirando a través del cristal para huir de la escena.

—Contadme por favor mientras dura el viaje— dijo casi poéticamente mientras garabateaba algo—, ¿Cómo es el vivir eternamente sin ver la luz del sol? ¿Qué sangre humana os gusta más? ¿Cuánto tarda en morir un ser como vosotros al tener una estaca clavada en el corazón?

Axel se puso la palma de la mano en la cara avergonzado. Así era como nos veían los humanos que sospechaban o sabían de nuestra existencia: como criaturas extrañas, reducidos a puros monstruos de cuentos infantiles.

—Escribo esto para dejar mis memorias en mi etapa como humano— se excusó al no encontrar respuesta por parte de ninguno de nosotros—. Mi señor me ha prometido convertirme en un Ser Oscuro por mis eficientes servicios.

Sinceramente lo dudaba. Con toda probabilidad lo usarían para esta misión sin importancia y serviría de alimento a los cerdos.

—¿Me morderán en el cuello?— insistió esta vez algo más preocupado.

Existían canciones sobre nosotros muy distorsionadas de la realidad. Los Seres Oscuros no nos alimentábamos de sangre ni de angelicales vírgenes. Tampoco podíamos morir de una estaca en el corazón, ni el ajo (por supuesto) nos afectaba. Cierto era, sin embargo, que por alguna razón no podíamos ver el sol bajo ningún concepto, condenándonos así a una oscuridad eterna.

Los Seres Oscuros se agrupaban básicamente por familias, cada una con sus ideologías, creencias y habilidades concretas. Yo pertenecía a Los Oscuros y mis compañeros a otras agrupaciones que ni recordaba ni me interesaba recordar. La chica llamada Ayah permanecía con las manos pegadas en su regazo y la vista clavada en ellas. Tenía los labios voluptuosos un poco abiertos y le daban un aspecto irritantemente dulce.

—¿Qué méritos has hecho para ganarte esta misión?— le dije con intención de provocarla.

Ella me observó un instante y se encogió levemente de hombros sin añadir nada más. Su silencio fue adornado por el repicar de las primeras gotas de lluvia en el carruaje.

—¿Por qué nosotros?— dijo Axel absorto con la lluvia—. Quiero decir, no somos guerreros experimentados, ni hemos realizado grandes trabajos para la Hermandad. ¿No deberían encargarle este tipo de trabajos a soldados expertos o espías?

—Puede que el único inexperto que haya aquí seas tú— le respondí hosca—. Sin embargo, me daba un poco de rabia que tuviera algo de razón. Yo tampoco entendía muy bien en el fondo qué pintábamos en un carruaje camino a resolver un asunto real.

Axel seguía mirándome boquiabierto con una expresión de desolación total. Controlé mi impetuosidad e intenté no abrir la boca el resto del viaje.


*Anotación*

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