"Verdades dolorosas"

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Capitulo 13

Las organizaciones se pusieron alerta, sus dos líderes habían desaparecido y lo más probable que había sido por culpa de Tenjiku. Sanzu estaba fuera de si movilizando gente para poder atrapar al hijo de puta que secuestro a su Mikey. Koko sobornaba a medio mundo para obtener algo de información y reclutar aún más gente, si habían vencido a su líder esto era cosa seria. Por otro lado Draken se había unido a la Tokyo Manji a pesar de que todos le dijeron que era una pésima idea.

-Piensa en tu hijo y esposa—Inupi intentaba que entrara en razón.

-Hablé con Emma, está preocupada por su hermano ¿Cómo me voy a quedar en mi casa con los brazos cruzados sin hacer nada, mientras mi esposa está nerviosa y mis amigos en peligro?—difícil de rebatir aquel argumento.

-No eres de este mundo te pueden matar, por favor—Mitsuya tenía miedo, miedo de perder a su mejor amigo y volver a revivir aquel dolor inmenso.

-No pasará nada. Los tengo a ustedes para cuidarme las espaldas—sonrió. No había mucho más que decir, se puso de lleno en la investigación para poder encontrar a Takemichi.

**

Mientras, en aquel sótano estaban un peliplateado y un pelinegro en la oscuridad de una oficina destartalada. Silencio e incomodidad se respiraban en el aire. El pelinegro de ojos carmines lo miraba serio, no movía ningún músculo, la tensión lo mantenía en alerta.

-Si tienes algo que decir es mejor que lo digas—rugió el de ojos morados. Kakusho suspiro, odiaba que su pareja fuera tan pasional e irracional.

-¿Qué vas a hacer con ellos?—

-¿Qué crees tú? Pues matarlos—rodo los ojos—pero primero tengo que torturar a Manjiro de la forma más horrible que se me ocurra—sonrió sádico. El pelinegro se asustó, jamás le había visto aquella expresión en su hermoso rostro. Si bien, el había estado de acuerdo en ayudarle con su venganza nunca pensó que transformaría a su amante por completo. A penas dormía o comía, ya no pasaban tiempo juntos. Izana lo único que pensaba día y noche era en esa estúpida venganza. Se estaba arrepintiendo de aquella decisión.

-No los mates—fue un susurro sacando sus sentimientos a flote, no quería hacer enojar a Izana, pero ya estaba llegando al límite.

-¿Qué?—abrio los ojos—¿Qué dijiste?—se acercó a el, lo agarro del cabello y lo tiró hacia abajo para quedar a la misma altura. Izana lo miraba fríamente, amenazándolo en silencio.

-Me duele—era fuerte, más de lo que era el—dije que no los matarás—el peliblanco lo soltó pero no sin antes proporcionarle un golpe en la mandíbula lo suficientemente fuerte para hacerle perder el equilibrio.

-¿Y quién eres tú para decirme que hacer? No sabes cómo se siente—se agarro el pecho.

-Tienes razón,no sé cómo se siente ser abandonado. Pero si te conozco, quizás mas de lo que tú te conoces y se, con certeza, que esto te está haciendo mal. Has cambiado—le espeto rudo.

-Cállate—volteo para no ver los ojos inquisidores de su pareja. Amaba mirarlos, dos orbes de distinto color que brillaban de alegría, ahora solo son dos joyas inquisidores que se le clavan en el corazón.

-No sigamos con esto. Ya hubieron muchas más muertes y nada va a traer el amor que te faltó de vuelta—sintio cómo una daga paso rozando su rostro dañando su mejilla derecha. Izana la había tirado y fallo a propósito, su puntería era sin igual.

-¿Crees que no lo se?—las lágrimas que había evitado soltar comenzaron a salir de sus ojos. Odiaba ser tan débil en frente de Kakusho, era el único que le hacía ser así, tan auténtico.

-Entonces…—se acercó a su amante y lo abrazo. Sintió su cuerpo canela temblar, lloraba en silencio. Lo amaba tanto y odiaba verlo así.

-No puedo ¿Qué hago con esto?—hablaba de su sentimiento y el gran abandono que sentía.

-Lo solucionaremos. Podríamos escapar juntos, irnos lejos y vivir tranquilos—le tomo el rostro ovalado. Lo beso en los labios. Estaban fríos, temblaban de la impotencia ¿Qué más podía hacer?

-Te amo—dijo Izana mientras le devolvía el beso—pero sueñas demasiado—se alejó perdiéndose en la oscuridad. En medio de la estancia se quedó Kakusho, pensativo, frustrado. No iba a poder cambiarlo, por más que lo intentara ¿Qué más podía hacer?

**

Mikey se había calmado, ahora los dos yacían en los extremos de la habitación esperando, quizás, su ejecución. El tiempo pasaba pero nada ocurría ¿Habría pasado ya un día, quizás dos? Dormitaban pero era un sueño turbulento, pensaban que en cualquier momento vendría Izana y los asesinaría despiadadamente. Tanto fue la desesperación que empezaron a conversar. Primero un par de palabras, trivialidades, quizás algo demasiado superfluo, pero que lograba distraerlos de la siniestra situación que enfrentaban.

-¿Te acuerdas de ese amigo tuyo?—dijo el rubio.

-¿Cuál de todos?—

-Uno que tenía el pelo rojo, se hacía un extraño peinado—

-¿Akkun?—

-Si ese—sonrió—esta dentro de Bonten. Lo supe hace unos meses. Parece que le debe dinero a mi gente—se encogió de hombros—nos paga con su servicio—

-Vaya, hace mucho que no lo veo. Perdimos contacto después de salir del colegio—

-Si, eso pasa—el no hablaba con ninguno de sus amigos. Todos estaban del lado de Takemichi, nadie lo apoyo—y es injusto ¿Sabes?—Takemichi lo miro extrañado por las palabras—Ellos eran mis amigos y sin embargo, te apoyaron a ti –sonrió sin gracia.

-Tu te alejaste de ellos—

-No, ellos me abandonaron—frunció el entrecejo.

-Me engañaste—le recriminó.

-Tu también ¿No estuviste con aquella pequeña zorra?—Takemichi abrió la boca para recriminarle pero luego se callo—No me digas que sigues con ella –vio el rostro del pelinegro este se sonrojo. Mikey no pudo evitar soltar una carcajada—no puedo creerlo. Sigues siendo igual de cobarde—

-Y tu un drogadicto—se había enojado por aquellas palabras pero eran la verdad más absoluta.

-Los dos cometimos errores ¿No?—Takemichi lo miro extrañado. Aquello había sonado más como una reflexión en voz alta. Asintio en silencio, procesando todo aquello.

-Se que es tarde pero lo siento por ser un gallina. No quiero estar con Hinata pero mis padres ¿Sabes?— estaba dando una excusa patética. Él ya era un adulto entonces ¿Por qué no podía enfrentarlos.

-¿Me amabas?—se miraron a los ojos. Aquellas palabras habían calado hondo en el interior de Takemichi ¿Qué si lo amaba? Lo seguía haciendo.

-Yo..—sonaron ruidos en la puerta, está cedió dando paso a un haz de luz que se coló por la abertura. Izana vestía una camisa sencilla y unos pantalones holgados. Parecía ido, no actuaba con la misma precisión de antes. En su mano llevaba una botella de un licor dudoso, tomo unos tragos antes de cerrar la puerta y pararse en frente de Mikey. Tomo aquel rostro níveo y lo miro con detenimiento mientras empezaba a reír a carcajadas.

-¿Por qué te eligieron? ¿Por qué solo a mi me abandonaron?—

-Izana, yo no sabía de ti—Mikey había querido charlar con su medio hermano pero el de piel canela estaba tan centrado en su venganza que no le dio el espacio para aquello.

-Lo se ¿Y como lo harías? Nuestro padre es un hijo de puta. Se Llevo el secreto a la tumba—Quería callar aquellas voces en su cabeza—ahora debes morir por su culpa ¿No es injusto?—

-Hablemos. No es tarde para volver a empezar. Podemos…– Izana le interrumpió.

-¿Sabes lo que tuve que pasar en aquel orfanato? Por supuesto que no. Fuiste amado toda tu maldita vida—los dos se miraron a los ojos y el rubio pudo percibir el dolor que ocultaban aquellos ojos morados.

-Ahora podemos ser una familia—ya no quería pelear no tenía las fuerzas para hacerlo. A través de los años se había vuelto débil, quizás demasiado. Su espíritu no era el mismo de antaño. Ahora las drogas y la culpa le nublaban la mente.

-Lo mismo me dijo Kakusho—susurro. Pero no pudo completar su frase. Un estruendo se sintió en todo el lugar, disparos iban y venían, gritos, llamadas y pisadas fuertes. Izana salió por la puerta y se escondió por la oscuridad. Draken abrió la puerta de una patada. Allí se encontró a Mikey y a Takemichi. Avisó a los demás que los encontró a salvo, los desamarro y los libero.

-Draken, llegaste—Takemichi lloró en su hombro. Habían sucedido muchas cosas en poco tiempo. Llegó también Sanzu a socorrer a su amante pero este no se dejó abrazar por el, ni si quiera tocar. El pelirosa se extraño por aquella actitud, pero no le dio muchas vueltas. Estaba feliz de que estuviera a salvo sin ningún rasguño. Los dos rehenes salieron a la calle. Era de día y la luz del sol los encandiló. Entraron a autos distintos y cada uno partió a su vida, guardando el secreto de lo compartido en aquel lugar.

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